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Secretos de la Sierra Madre



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 09 de Noviembre de 2019 8:28 am


PRECIOSO pueblo serrano, dije a mis amigos. Al bajarnos del yip nos sacudimos el polvo blanco recogido en el camino. Yo de aquí soy, dijo Chema, aquí nací. Parte de mi familia sigue firme en la comunidad, aferrada a nuestra historia. Yo me fui porque quería estudiar. Algún día regresaré con los míos, aunque conocí a los que están bajo tierra en el Mictlán.

Alrededor todo era verde entre grandes bloques rocosos al fondo y cerca del pueblo, era la punta de la sierra. El clima casi frío en pleno otoño era una delicia. Los cerros de más de 2 mil metros vigilaban el pueblo, lo rodeaban, dejaban una ruta de escape hacia abajo, sin lomeríos, directo a la barranca. Paisaje envidiable, aromas de encanto.

Y por qué viven acá, tan lejos de Dios, en los picos de la Sierra Madre Occidental, pregunté a Chema, el antropólogo. Somos muchos, dijo, acá vivimos tepehuanes, mexicaneros, coras, huicholes. La zona era casi inaccesible, el nombre de los tepehuanes significa los que viven en la montaña o cerros.

A pesar del suave vientecillo otoñal, el sol quemaba sabroso en su lucha contra el frío vespertino, lo disfrutábamos en espera de cenar algo tibio que estimulara nuestra estancia en el copete de la sierra. En esos tiempos era bien sabido que la gente de allá vivía feliz, aferrada a sus tradiciones y erguida como defensora de su territorio. Veíamos el trajinar de la gente, algunos con su típico atuendo de manta, otros con su cabeza adornada con colorido sombrero. 

Las casitas del pueblito exhalaban columnas de humo blanco. Adentro, los fogones calentaban las viviendas y la comida. Afuera, algunos tomaban algo para mitigar el frío y descansar de la agotadora jornada laboral serrana. Algo pensaban los hombres de afuera en el sereno compás de espera entre la luz del día y la noche.

Bajo el cobijo y complicidad de la noche desaparecen las interferencias, entonces algún tímido radio comenzó a tocar música de una lejana estación norteña y me invadió la nostalgia por las calles urbanas, de mi urbe, otrora DF, las estaciones del jazz, las noticias frescas. No extrañaba el metro ni los empujones ni el esmog, por un momento extrañé la vida urbana. Luego regresé al placer de la sierra.

Chema nos llevó a cenar un suculento tradicional y único guisado de carne con crema de maíz, una especie de sopa con carne de venado, muy sabrosa, calientita. Hice unos taquitos de carne con las gordas y esponjadas tortillas de maíz recién salidas del comal. Atole de maíz y, bueno, el agasajo de gusanitos, algunas abejas y hongos para quien tuviera espacio. En ese tiempo mi estómago era de escasa capacidad, probaba poquito de todo. Mi pretexto era apropiarme de la cultura popular.

Con esas comidas no existen enemigos, dije a Chema y su familia, así no existe la negación a la esencia cultural. Los visitantes afirmamos con la cabeza, disfrutando el último bocado de un dulce de miel servido en la rústica mesa familiar. La lejana música del radio daba la hora y había que dormir. Mañana veremos a la autoridad, luego al chamán y al curandero, amenazó Chema, hace falta para que nos vaya bien. 

Esa noche recordé El Tesoro de la Sierra Madre, obra histórica de Bruno Traven. Repasé la obra y la razón del autor al describir caminos y la riqueza natural. Ahora yo estaba en su ruta y entendí que tenía razón la resistencia tepehuán a la violencia española que saqueó el oro y abrió minas de riqueza interminable. Por eso desde el siglo XVI fueron llamados sediciosos y pendencieros. Contra la opresión hay resistencia, no sedición.

Me hicieron una limpia especial, pues usaron plumas de águila y un aromático humo de tabaco, quizá porque en ese tiempo yo fumaba. El curandero me revisó y quitó el mal de ojo, dejando inservible un huevo de gallina. Fuimos sanados para retornar a nuestro origen.

Lo vivido y aprendido son secretos personales. Regresamos a la vida urbana. Me robé y conservo los misterios y tesoros de la Sierra Madre. Esos secretos de la obra y vida ancestral los platico con mis hijos y mi nieto. 


nachomardelarosa@gmail.com