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Tópicos DLXXIV



GERMÁN RUEDA


Sábado 09 de Noviembre de 2019 8:28 am


DOS encargos me hice el pasado fin de semana para aliviar el espíritu después de los acontecimientos en Culiacán, por todos ya conocidos y motivo de comentario, análisis y hasta mofa. Uno era la amena lectura del libro escrito por mi amigo Emilio Peláez; el otro, conocer la casa de un compadre en Unión de Tula, Jalisco, aderezada la visita con la fiesta por su cumpleaños ochenta y cinco.

El libro es pequeño, setenta y siete páginas: Cuentos y algo más, y desvela ahí su seudónimo Ajiro San, sin aclaración de origen, con especial dedicatoria y entrega a domicilio gracias a su hija, citada por cierto en el libro.

Su lectura es fácil y se somete a autocrítica por no ser amante de la filosofía, pero eso sí, poseer una buena cultura, sin prosopopeya ni afectación al lenguaje.

Ya le conocía su habilidad en la poesía, sus décimas, para mí, una delicia inalcanzable; me han deleitado. Más de la mitad de la obra son anécdotas vívidas, platicadas al amparo de una cantina, frente a su insustituible ron blanco. 

Sus cuentos cobran vida cuando son ubicados en lugares por mí andados; dejan de ser cuentos, los siento en parte míos. Coincide con mi forma de ver la vida y choca con mi forma de escribir, pero asumo la necesidad de un buen diccionario de sinónimos, antónimos; su cultura se hace presente y su picardía deleita la lectura. Felicidades, Pato.

El otro encargo se iniciaría el viernes a las tres de la tarde y hubo de adelantarse para las nueve, con lo cual me dejaron las manos atadas para mis Tópicos. Gracias, Julio, por tu comprensión.

Más de cincuenta años me unen con mi amigo y nunca se había presentado la ocasión de conocer la propiedad de él y su numerosa familia. La siempre animada charla de jueves y sábado nos había tejido un halo de  misterio acerca de la propiedad, el origen, el lugar y cuanto hay detrás de un rancho heredado desde cuatro generaciones atrás.

Por haber nacido en la cultura del asfalto, el campo me era desconocido hasta unirme a la hermosa familia de mi esposa y de ahí entender muchas cosas y aprender muchas más. Por ello, la inquietud de pisar polvo, donde sí se explota la tierra, no al hombre, como reza el lema de Chapingo.

Me es obsequiada la visita a parte de la propiedad sembrada de maíz en buena parte de su área cultivable, pues el terreno es considerado de agostadero cerril, los paisajes cubren barrancas arroyos, una pequeña presa, bordos para el abrevadero del ganado, bien cebado, se puede observar la Sierra de Manantlán; en días claros el volcán de nieve de Colima (por cierto en Jalisco). Si se conoce algo del campo, se valora cuánto trabajo se ha desarrollado para mantener el rancho, productivo no como el de ciertos personajes presumiendo poseer un rancho solo por el lustre, pero sin provecho pecuniario ni fuentes de trabajo.

La casa, solariega y blasonada, como dijera León Felipe, data de mil ochocientos noventa y puede ser descrita en pocas palabras o con todo ensayo literario-arquitectónico, con diversos espacios para recámaras, (algunas con cinco camas), sala, comedor, cocina con espacios todavía para el metate, recuerdo de añejas costumbres y necesidades, caballeriza.

Llamó mi atención un cuarto como para tiliches, pero no, éste da acomodo a dos o tres docenas de sillas para montar, tomando en cuenta la tradición familiar y la muy plausible organización de catorce “cabalgatas” de un centenar de aficionados. Éstos recorren durante dos o hasta tres días los diferentes parajes. Son ya en número tal como para ocupar los hoteles del lugar, por cierto baratos y muy cómodos.

La fiesta fue aderezada por la birria de dos borregos, el mariachi y cuarenta litros de excelente tequila comprado en fábrica. 

Todo eso en tres hermosos días. Solo para llegar el lunes y enterarnos de la masacre a la familia LeBarón, quitándonos el buen sabor de boca, la esperanza en un buen mañana y la desesperanza de no hallar cómo vamos a salir de este atolladero con abrazos y reprimendas de mamás y abuelitas, con la ya mundial desaprobación a nuestro gobierno, la sombra de los halcones del norte, su loco en campaña, la ineptitud de quienes se supone nos protegen y un creciente descontento en las filas del Ejército.

Las consecuencias de Culiacán y Sonora pueden ser el Waterloo de ya saben quién.


gruedaf@yahoo.com.mx