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De ayer y de ahora



ROGELIO PORTILLO CEBALLOS

Fiesta anual


Domingo 10 de Noviembre de 2019 7:09 am


HACE unos días tuve que permanecer recluido en mi casa por estar enfermo. Aunque tenía una afección en la garganta traté de ocupar mi tiempo leyendo. Busqué en mi librero algún libro que tratara sobre la Feria de Colima y lo único que encontré sobre ella fue un pequeño capítulo en el libro de Francisco Hernández Espinoza, El Colima de ayer, en su edición del año 1968.

El profesor Hernández –a quien conocí cuando yo era joven– nos dice, entre otras cosas, que la Feria de Todos los Santos tiene su origen desde los últimos años del Siglo 18 o principios del 19; que se desarrollaba en la extensión que hoy sirve de asiento al Jardín de la Libertad, lugar donde se levantaban los “puestos” de material de zacate, tejamanil, palapas, mantas, etcétera, y en ellos se exhibían y vendían a precios bajos los productos de la región.

Después con el paso de los años y décadas, se agregarían nueces, perones, higos, dátiles y otros frutos traídos de lejanas latitudes. Todavía muchas personas de la tercera edad recuerdan hoy en día cómo desde la segunda mitad del mes de octubre de cada año, arribaban a Colima grandes cantidades de perones de California envueltos en papel de china y que en su trayecto dentro de la población desprendían un exquisito aroma, un perfume de manzanas.

A principios del Siglo 20, en el año de 1906, la celebración de la Feria se trasladó al Jardín Núñez. Después de la segunda mitad del siglo pasado, la Feria estuvo ubicada en los terrenos que hoy ocupan los Palacios Legislativo y de Justicia y las instalaciones de la Casa de la Cultura y, en la década de los años 70 –siendo gobernador Arturo Noriega Pizano– la Feria se trasladó al oriente de la ciudad en los terrenos aledaños a La Estancia, donde se encuentra actualmente.

Pero dejemos un poco la historia y concentrémonos en lo que significa la Feria actualmente. La Feria para mí es la vivencia de algo cíclico. Cada año se renueva la fiesta, el festejo, el baile, la reina, la diversión, el regocijo, el descanso, el asueto y el placer. Se presentan los frutos, el trabajo, el avance del gobierno, la educación y la industria. La agricultura y ganadería están en vivo: hermosos ejemplares y exposiciones animadas. El comercio está por doquier; inmenso tianguis: artesanías, ollas, flores, muebles, ropa… los vendedores penetran todo con su gritería de ofertas y los ambulantes, como la humedad, aparecen en todas partes ofreciendo duritos, globos, algodones de azúcar, paletas, palomitas…

La Feria son juegos mecánicos, luces, cables, sube y baja, adrenalina aquí, adrenalina allá, sustos, gritos, suspiros, lloriqueos. Diversión, emoción y exclamación. Niñez y juventud.

Decir Feria en Colima es decir muchedumbre, tumulto, tropel, oleada, hervidero, muchachería, gentío. Pero aún más, la Feria es entretenimiento, recreo, distracción, pasatiempo, esparcimiento y espectáculo. Y a propósito de espectáculo, ahí están la coronación, el casino, los bailes, el concurso, la rifa, la lotería, el Teatro del Pueblo. Y en éste la presencia artística de los municipios y escuelas, la danza folclórica, los sones, los ceremoniales y música prehispánicos, las rondallas, las bandas, aderezados todos ellos con el placentero,  rítmico y tropical canto.

Nuestro festejo anual es un paréntesis de 15 días en donde conviven los amigos, las familias, los grupos, las generaciones. Hay un encuentro social directo con quienes en otra circunstancia no veríamos. Convivimos y nos recreamos.

La Feria también es jolgorio, griterío, bullicio, parranda y francachela. Es palenque y es disco. Es casino y es terraza. Es comida y es bebida: sopes, tostadas, atole; cerveza, cubas y micheladas; restaurantes y taquerías; hot dogs y hamburguesas; refrescos y pizzas. Lo bueno y lo malo de todo esto es que la Feria es un destello que termina a los 15 días, pero afortunadamente vuelve a encenderse transcurrido un año. Así el ciclo se reanuda y el festejo nunca termina…