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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

¿Cuál de los siete será su esposo?


Domingo 10 de Noviembre de 2019 7:09 am


NINGUNA cuestión ha ensombrecido tanto a los hombres de todos los tiempos como el misterio de la muerte: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Acaso nacimos simplemente para morir? Muchos piensan que no existe nada después de la muerte y dicen: “mejor comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Estos ríen por fuera y lloren por dentro.

Cristo Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, fue enviado por el Padre para librarnos del pecado y de la muerte. Murió por nosotros en la cruz y al tercer día resucito de entre los muertos. El Señor resucitó glorioso y con él resucitaremos todos, “porque muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”. El triunfo pleno de Jesús sobre la muerte es base de la fe y la esperanza que él nos regala como herencia gloriosa.

Con la muerte que es separación del alma y del cuerpo, éste cae en la corrupción, mientras el alma que es inmortal, va al encuentro del juicio ante Cristo. Al final de los tiempos. Cristo resucitará nuestro cuerpo y en unión completa con nuestra alma, seremos llamados al juicio final. Todo hombre será colmado de eternidad gloriosa o condenado para siempre según sus obras.

El evangelio no dice hoy que los saduceos no aceptaban la resurrección y quisieron poner en aprietos a Jesús. Le propusieron el caso de una mujer que se había casado sucesivamente con siete hermanos, quedando viuda da cada uno de ellos. Por fin murió la viuda y la cuestión era: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la esposa?”.

Los saduceos concebían la vida de la resurrección como una mera prolongación de la vida terrestre. Jesús deshace la cuestión, enseñando la resurrección como una realidad completamente nueva: una vida feliz, sobrenatural, eterna, con Dios en el cielo, y señala las propiedades de los cuerpos resucitados: Allí no se casarán, no podrán ya morir porque serán como los ángeles e hijos de Dios, porque él los habrá resucitado. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos pues todos viven para él.

La fe en la resurrección debe llenar nuestra existencia de una alegría profunda, contagiosa, pero no sólo con afanes espirituales, sino también con acciones prácticas, constantes, para resolver las necesidades materiales, económicas, morales y sociales de nuestros semejantes, sobre todo a favor de los pobres y marginados. Amar y servir a Dios y al prójimo, esperando el día en que podamos estar plenamente felices con Dios, contemplándolo cara a cara.

Amigo(a): Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, mantiene viva nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor. Su promesa está muy clara: Si uno come de este pan vivirá para siempre, yo lo resucitare en el último día. El que me come, vivirá por mí como yo vivo por el Padre. Arriba los corazones. La vida se breve, la tarea es corta, la recompensa es eterna.