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GERARDO OCÓN DOMÍNGUEZ

La flora y fauna de Colima


Domingo 10 de Noviembre de 2019 7:14 am


LA comunicación es una parte importante de la vida del ser humano, y en ese sentido, la comunicación se sirve del idioma para conectarnos con los demás. A su vez, el idioma está compuesto por palabras. Las palabras las usamos para controlar lo que nos rodea. Por controlar no me refiero a manipular, sino a poder desenvolvernos en el medio. Y estamos en medio de personas. A las personas también se les asignan palabras que pueden ser nombres, apocopes y apodos. A veces las personas tienen los tres. Por ejemplo, Francisco, Paco y El Tlacuache resultan ser la misma persona. Y así a veces tenemos a toda la flora y fauna del estado en sólo una comunidad: El Perro, El Camote, El Puma, El Gato, el Ticúz, El Limón, El Tamarindo, La Hormiga, etcétera.

¿Qué fue primero? En los albores de la humanidad los primeros homínidos se comunicaban con gruñidos. Poco a poco fueron surgiendo las palabras para referirse a sus compañeros. Nadie nace con nombre tatuado en el pecho; los primeros nombres surgieron de la vida cotidiana, cualidades físicas, capacidades, defectos, situaciones chistosas, parecido con cosas o animales, origen étnico o geográfico; en fin, que cualquier situación. El apodo además de ser característico, puede ser cualitativo, es decir, puede ser positivo, neutro o negativo. O sea, que puede ensalzar, no hacer nada o ser discriminativo.

El apodo es una necesidad, que soluciona la necesidad de parsimonia, es decir, de abreviar, necesidad de identificar con facilidad, de recordar con facilidad. He sabido de casos en los que alguien busca a una persona en alguna comunidad pequeña y pregunta por su nombre y apellidos… nadie le da razón hasta que por fin se le ocurre “le dicen El Chacal” porque se rompió un brazo y le quedó chueco. El apodo no necesariamente tiene que estar estrictamente apegado a la realidad. Simplemente puede satisfacer la necesidad. La imprimación del apodo suele ser tal que a veces sólo unos pocos familiares cercanos saben el nombre real.

El apodo, sobrenombre o mote, además tiene su aporte a la personalidad. Es parte del autoconcepto (como creemos que somos), la autoimagen (cómo nos vemos) y a la autoestima (cómo y cuánto nos queremos). Así pues, los apodos siendo transitorios o permanentes tienen un efecto importante en la personalidad de cada quién.

Personalmente prefiero llamar a las personas por su nombre o apócope, lo cual ha facilitado la demostración de respeto ante las personas propias o extrañas, pues a veces apodos muy ofensivos como El Morete, La Mula, los dejo de lado. No obstante de cuando en cuando –muy rara ocasión–, algunos prefieren su apodo porque les parece agradable: Garfield, Gato, La Chucha o que se les asigne uno que igualmente describa alguna faceta de su personalidad que desean resaltar.

¿Cómo deshacerse de un apodo? En ocasiones el apodo es altamente ofensivo ya sea porque alude a un evento vergonzoso El Guacaras de la Feria o una característica corporal El Manco. Sea cual sea el origen, no es lo relevante. Ese apodo verdaderamente puede hacer sentir muy mal a quien se lo ponen. Entonces es pertinente emplear alguna o varias técnicas. La primera es la aclaración directa no-agresiva: le agradeceré que no me vuelva a llamar así, pues me es desagradable. Si es en el caso de estudiantes, a veces es mejor hablar con los padres de los menores involucrados para solicitar atentamente la terminación de la conducta.

Otra estrategia es la indiferencia: simplemente no responder a llamados, gritos, solicitudes, ni pláticas en las que se nos llame por el apodo en cuestión. Lo primero que se nos preguntarán será por qué no hacemos caso y la respuesta debe ser simple y cordial: porque así no me llamo. No será fácil, ni pronto. Pero si tenemos paciencia, funciona. A mí me funcionó.

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