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Letras y números



JOSÉ ÁNGEL BRAMBILA LEAL

Una matrioska en Tonaya


Lunes 18 de Noviembre de 2019 7:17 am


BALBINO era su nombre, y el Don se lo dieron los años. Perdido en una nube de tiempos siempre antiguos, Don Balbino me parecía, a mis escasos 5 años, más anciano que Don Manuel, el campanero de la iglesia, a quien los desvelados de la banca de la plaza (en ese entonces el jardín sólo se llamaba la plaza), con sus bromas lo hacían que envejeciera un poco cada día y ya en esos tiempos la gente decía que tenía la edad de Matusalén. A Don Balbino, un viejo hermano marista que recorría el mundo con la misma facilidad de quien visita los 7 templos en Semana Santa, escuché por primera vez en Tonaya, en casa de Las Radillo, tejer historias fantásticas de forma ininterrumpida, como si estuviera hilando los relatos de las mil y una noches. 

Un día, aquel legendario hermano llegó caminando por el lado de Apulco, a través del sendero rulfiano donde no se oían ladrar los perros. En dos mulas que le prestaron o que arrendó allá por la barranca del Río de la Lumbre, llegó con más equipaje que el que había llevado en todos sus viajes anteriores. Cuando entró por la calle de Flaviano, del Toreco y de mi tío Vidal, El Pepino, Don Balbino llevaba ya una hilera de chiquillos descalzos que iban como alelados, siguiendo a aquel hombre que siempre traía un largo saco y un bombín londinense aferrado a su cabeza, del que nunca se desprendía.

Cuando llegó a casa de Las Radillo (las mujeres más queridas de Tonaya), empezó a descargar bolsas de lona como de marinero, baúles de madera, belices que parecían tener mil años y un montón de costales y cajas de cartón. Los mozalbetes que lo seguían desde antes que llegara al pueblo, sin que nadie les dijera empezaron a meter todas las cosas a la casa, excepto la gran caja que Don Balbino llevaba en la mano. Como siempre que asomaba aquel misterioso hombre, afuera se hacía el tumulto hasta que las puertas se cerraban, con un “buenas noches” de la tía Maximina.

Antes de que eso sucediera, todos vieron cuando abrió la caja que llevaba con tanto celo, esperando ver su contenido. Lo que apareció fue una caja más chica, que a su vez contenía otra más pequeña y luego otra más reducida. Lo que surgió de la última cajita era una bella muñeca de madera de múltiples colores y adornos. Pero cuando todos la observaban asombrados, abrió la muñeca y de ella sacó una más pequeña y de ésta, otra y otra y otra, todas más diminutas que las anteriores. Luego dijo que las había traído del otro lado del mundo, donde aún había reyes y zares y que llevaba el nombre de Matrioska.

Durante muchos años esa historia fue contada por los abuelos de Tonaya, rodeados de niños que los escuchaban embelesados, sentados sobre los troncos de madera que nunca faltaban afuera de las casas, y así fue como el nombre de Don Balbino pasó a ser parte de esas leyendas que se cuentan de cuando en cuando, en un pueblo lleno de tradiciones, amor y respeto.

FELIPE Y NORMA: ¡Y se casaron y vivieron muy felices! Así empezó la lectura que sus nietos Julio y Mariana hicieron en la iglesia de María Auxiliadora a sus abuelos Felipe Michel y Norma Saucedo, en la ceremonia religiosa para celebrar sus bodas de oro. El hermoso recinto salesiano lucía radiante, inundado de lirios blancos que semejaban un camino de polvos de plata. Los tres sacerdotes celebrantes dirigieron emotivas palabras a los festejados, mientras un magistral coro –Cántico Novo– dirigido por el doctor en Música, Rogelio Álvarez Meneses, interpretaba excelsos cantos en latín que deleitaban nuestro espíritu.

Posteriormente los invitados se trasladaron a disfrutar la soberbia fiesta que los hijos de los festejados les prepararon en un campo al norte de la ciudad, en lo que parecía un paisaje mediterráneo, donde los familiares y amigos de la pareja disfrutaron la anfitrionía de los Michel Saucedo. ¡Muchas felicidades a Felipe y Norma y que Dios les permita vivir muchos años! 

PD: ¿Gusta opinar? Lo espero en Las Mentadas…


jbrambilaleal@yahoo.com.mx