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Despacho Político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

AMLO, el “racista”


Miércoles 20 de Noviembre de 2019 7:10 am


POR decisión del Gobierno Federal, las pensiones a adultos mayores indígenas y mestizos de pueblos originarios, serán más elevadas –o menos raquíticas, según se les vea– que las fijadas a los ancianos de zonas urbanas.

Por esa determinación, al presidente Andrés Manuel López Obrador le han llamado racista. Es una acusación ridícula. Su gobierno y sus decisiones son con frecuencia criticables por erróneas, pero este no es el caso. Señalar racismo por un subsidio más alto a los ancianos de pueblos originarios me parece un razonamiento forzado.

Durante siglos, los pueblos originarios han sido víctimas. Incluso los aztecas sometieron a otros grupos a un dominio económico, militar y social. Etnias diferentes a las suyas eran discriminadas socialmente. Los consideraban bárbaros, incivilizados. Por supuesto, el dominio por la guerra obligaba a los sometidos a pagar impuestos a la metrópoli mexica.

Desde la Conquista, los españoles tomaron el lugar de los aztecas. Con el cuento de la religión, arrasaron una cultura como pocas había en el mundo en ese tiempo. Luego, otros pueblos originarios, incluso aquellos que ayudaron a los invasores a derrotar a los aztecas opresores, terminaron ungidos al yugo hispano.

Desde entonces a la fecha, la explotación, el despojo, la humillación y la estigmatización ha tenido por víctimas principales a los pueblos originarios. No es casualidad que una de las expresiones estigmatizadoras más utilizadas en la cultura mexicana contemporánea sea llamar “indio” a alguien. Lo es tanto que hasta tiene una variante: “También hay indios güeros”, cuando se refiere a personas incultas y pobres de piel blanca.

Si algo explica la gesta histórica del movimiento zapatista y la insurgencia armada de 1994, es el hartazgo por la continuidad de cinco siglos de sometimiento, explotación, despojo, marginación y aniquilamiento gradual. Los zapatistas entendieron que el más ignominioso desprecio racial en México se había cebado sobre las etnias originarias. Durante muchos años previos al alzamiento armado, el movimiento trabajó en la organización contra la imagen que de sí mismos habían aceptado, por estigma, los “indios” de Los Altos de Chiapas. Tal es la dimensión del racismo en México que algunos condenaron que el líder de la insurgencia, el Subcomandante Marcos, fuese blanco. Por ahora, el zapatismo, extendido como mejor ha podido a otros grupos indígenas (soportando hasta la calumnia política), resiste incluso políticas neoliberales del gobierno de López Obrador, que en el discurso condena esa doctrina de economía política.

Que el subsidio a los adultos mayores sea ligeramente superior en los pueblos originarios es apenas una medida de elemental justicia. Insuficiente, aunque trata de resarcir un daño secular. Considero que el remedio de fondo es más cercano a la política del zapatismo que a la de López Obrador, que deja la impresión de un intento de cataplasma social para un daño que no se cura así. Es justicia social incipiente, compensación mínima, la de las subvenciones. Sin embargo, no llega ni pretende llegar a la raíz de los asuntos. El zapatismo, en cambio, ha viajado a mucha más profundidad planteando una revolución, no emplastos ni reformas superficiales a un sistema inequitativo y expoliador por naturaleza.

Como fuere, en la medida de López Obrador no hay racismo. Puede haber muchas otras intenciones, incluso la clientelar electoral, pero no racismo. Acusarlo de eso es un retruécano político mal logrado.

En cambio, a López Obrador hay que exigirle que vaya más a fondo en los asuntos indígenas del país, que importan directamente a muchos millones de mexicanos de los pueblos originarios. Por ejemplo, el caso del Tren Maya, obra emblemática del régimen. El Presidente ha desdeñado la oposición del movimiento de los pueblos originarios y prepara una consulta en que, por supuesto, el proyecto del gobierno será aprobado y justificado sin mayor atención a los opositores, especialmente los zapatistas y los pueblos mayas organizados. También se desdeña el efecto ambiental, que en la visión de un régimen de miras cortas, se limita a la tala de unos cuantos árboles en el trazo de las ferrovías, sin considerar los efectos sociales perniciosos que la intrusión del ferrocarril acarreará. En López Obrador, esa conciencia es imposible, habida cuenta de su concepto de “progreso” más propio de la mentalidad colonizada del nacionalismo priista que de un insurgente político revolucionario.

Por tanto, llamarlo “racista” por los subsidios, es absurdo, mala lógica.


MAR DE FONDO


** “Percibo lo secreto, lo oculto:/ ¡Oh vosotros señores!/ Así somos, somos mortales,/ de cuatro en cuatro nosotros los hombres,/ todos habremos de irnos,/ todos habremos de morir en la tierra./ Nadie en jade,/ nadie en oro se convertirá:/ En la tierra quedará guardado./ Todos nos iremos/ allá, de igual modo./ Nadie quedará,/ conjuntamente habrá que perecer,/ nosotros iremos así a su casa./ Como una pintura/ nos iremos borrando./ Como una flor,/ nos iremos secando/ aquí sobre la tierra./ Como vestidura de plumaje de ave zacuán,/ de la preciosa ave de cuello de hule,/ nos iremos acabando/ nos vamos a su casa./ Se acercó aquí./ Hace giros la tristeza/ de los que en su interior viven./

Meditadlo, señores,/ águilas y tigres,/ aunque fuérais de jade, / aunque fuérais de oro,/ 

también allá iréis,/ al lugar de los descarnados./ Tendremos que desaparecer,/ nadie habrá de quedar”. (Nezahualcóyotl, azteca, 1402-1472. Percibo lo secreto.)