Cargando



México en la OEA



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 21 de Noviembre de 2019 7:16 am


DESDE su creación en 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA) ha tenido una historia de desencuentros con nuestro país. Más que un organismo multilateral de diálogo entre iguales, la OEA, en la práctica, ha sido el instrumento diplomático multilateral que representa los intereses de Estados Unidos en la región. Durante la década de 1930, el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, dio un viraje más diplomático en la política de su país hacia América latina. Con el objetivo de lograr la colaboración armónica con los gobiernos latinoamericanos para evitar la infiltración de poderes del Eje en su zona de seguridad, Roosevelt consolidó en la práctica la estrategia de defensa hemisférica: Estados Unidos construyó una barrera de seguridad desde Canadá hasta Argentina.

La política del buen vecino también contemplaba apoyo y asesoría militar a los países de la región, además de abandonar momentáneamente los intereses de las empresas estadounidenses en América Latina para priorizar el tema de la seguridad, como en el caso de las compañías petroleras expropiadas por Cárdenas. Tras el fallecimiento de Roosevelt, el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, Estados Unidos radicalizó la antigua doctrina Monroe (“América para los americanos”) añadiendo el concepto de “seguridad” como componente principal y dominante de su política exterior. De acuerdo con el historiador Perry Anderson, el concepto de seguridad ocupó el lugar más alto en la jerarquía de la ideología imperialista de Estados Unidos durante la Guerra Fría, y subordinó a otros componentes como la democracia, la libertad y el liberalismo. 

De esta manera, “América para los americanos”, durante la Guerra Fría, se radicalizó para permitir la división, muchas veces violenta, de las sociedades latinoamericanas. El historiador Odd Arne Westad afirma que la Guerra Fría en América Latina fue principalmente interna, es decir, que salvo el caso cubano, la influencia de la URSS en el continente fue mínima. Sin embargo, Estados Unidos fomentó la polarización de las sociedades nacionales para deshacerse de sus enemigos, casi siempre ficticios, sin importar los costos políticos o humanitarios.

En este contexto, la Alianza para el Progreso, esa especie de Plan Marshall latinoamericano, fue la punta de lanza económica del gobierno de Kennedy. Tras su evidente fracaso se volvió a las estrategias tradicionales golpistas como la Operación Cóndor en el Cono Sur. Por su parte, la OEA fue ese organismo que pretendió, desde entonces, que Estados Unidos promoviera sus intereses por medio de la alianza con países latinoamericanos gobernados por élites favorables a los intereses de la superpotencia. Es en este sentido que debemos entender la política intervencionista de Luis Almagro y la OEA en los países latinoamericanos. La prisa con que Almagro declaró que lo de Evo había sido un “autogolpe”, sin considerar siquiera la intervención de los militares y la policía en la vida política, es sólo una muestra más de la alineación de dicha organización con los intereses de Estados Unidos.

No es raro, pues, que esta ola de inestabilidad latinoamericana tenga un cierto tufo a Guerra Fría. La principal diferencia es que no existe ahora un sistema internacional bipolar, pero la polarización y la división interna de las sociedades sí se ha vuelto una realidad. Hace bien México en recuperar esa vieja tradición diplomática basada en la no intervención, la autodeterminación, la igualdad jurídica de las Naciones, la resolución pacífica de los conflictos y la apuesta por el multilateralismo. En este sentido, veremos cuál va a ser la apuesta de Ebrard en los foros multilaterales. En otras ocasiones, para buscar un contrapeso a la OEA, México ha optado por la ONU, pero hasta ahora no se ha explorado esa vía. Mientras tanto, América Latina atraviesa una oleada más de conflictos internos con consecuencias difíciles de prever.