Propósitos y sueños: voluntad

JULIO CÉSAR ZAMORA VELASCO
Lunes 30 de Diciembre de 2019 7:15 am
Un hombre que no se alimenta de sus sueños, envejece pronto. William Shakespeare NUNCA me ha gustado hacer propósitos de Año Nuevo, y menos de forma acelerada contando tantas uvas –como si sólo así fuera posible cumplirlos–, prefiero comerlas lentamente, y cuando mucho trazarme una o dos metas que me permitan mejorar en la cotidianidad de mi vida o para complicarme menos la existencia. Si a veces no podemos cumplir uno solo o lo abandonamos en el transcurso, sería utópico pensar que 10 ó 12 sí, como normalmente la gente se propone al comer la fruta. Quizá quienes se fijan la docena de propósitos piensen como Robert Kincaid, aquel personaje que dio vida a un fotógrafo de National Geographic en la novela Los puentes de Madison, de R. James Waller, que solía escribir frases como “los viejos sueños eran buenos sueños. No se realizaron, pero me alegro de haberlos tenido”, por lo que se puede deducir que aun cuando muy pocos sueños se podrían cumplir, todos ellos pueden alentarnos en el camino para lograr otros fines, tal vez algunos que no esperábamos. Los sueños y los propósitos son distintos, pero de pronto hay personas que fijan los segundos como si fueran los primeros, es decir, intenciones o designios un tanto imposibles, entendiendo el “sueño” no como el estado de reposo o la actividad cerebral que durmiendo nos arroja imágenes, sino al ferviente deseo que tenemos por conseguir algo, pero “despiertos”. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche solía decir que nada nos pertenece en propiedad más que nuestros sueños. Si pudiera dibujarlos para hacer una diferencia entre uno y otro, diría que los sueños son como el mar y los propósitos como la arena; los primeros son admirables, inmensos y movedizos (inestables), si uno quisiera tomarlos con la mano, se nos escaparían. Los segundos son tersos, apenas si luce en ellos un tenue resplandor y son firmes (estables), si uno deseara cogerlos con el puño, nos llevaríamos un montoncito en la palma. Sin embargo, hay una situación extraordinaria, paradójica, los conceptos se fusionan, como la inmensidad del mar se sostiene sobre la arena. Hay pensamientos que se vuelven propósitos, mismos que se convierten en sueños y, algunos sueños, en obsesiones –como si la arena y el mar no nos fueran suficientes e intentáramos el infinito, visto en el horizonte–. El escritor español León Daudí dijo que sólo es capaz de realizar los sueños el que, cuando llega la hora, sabe estar despierto. Aunque también hay que agregar que quien despierto, se alimenta de sueños y no los digiere, está destinado a la locura. Lo importante de los primeros –los propósitos– es que existe una voluntad en el hombre, un impulso terrenal, por así decirlo, que puede ser tangible y concretizado. Si esa voluntad es firme, férrea y perceptible, entonces sí podrán cumplirse, y una vez consumados, es posible acariciar los segundos –los sueños–. Entonces comenzaría el propósito de un sueño, ¿o acaso los sueños son propósitos inherentes y necesarios en todo ser humano? Demasiada filosofía. Sólo quiero expresar que cualquiera, como dice la gente, tiene derecho a soñar, y en el mismo sentido, a tener cinco, 10 ó 20 propósitos en este nuevo año y en los que sigan o vivan; lo primero es tener la voluntad, lo significativo, mantenerse, y lo trascendental es conseguirlo –con todo el desgaste físico y emocional que a veces implica–. Un ejemplo de lo anterior es la película Gattaca, pero reales también los hay. Hace años, tuve muchos sueños, y al igual que Robert Kincaid, todos me alentaron. Como el agua de mar, se me escaparon varios, otros los dejé ir y uno lo perdí… Hoy, ni propósitos ni sueños, sólo voluntad. ¡Feliz Año Nuevo a tod@s!