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Chapulón



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 03 de Enero de 2020 1:02 pm


ERAN como a las 11 de la mañana del pasado 31 de diciembre, cuando recibí la llamada de mi amigo Amador Silva, anunciándome una noticia que me dejó atónito. “Petros, me acaba de hablar un hijo de Chapula para decirme que falleció”; “No chin… es broma, ¿verdad?; “No, es verdad, murió en la madrugada”. Se referían a Santiago José Chapula Ochoa, El Tapicero.

Como ya conozco a Amador lo bromista que es, aunque para estas noticias no se presta, de todas maneras quise confirmarlo y le envié un mensaje a un amigo, quien me corroboró lo dicho por Amador.

Sentí un vacío en el estómago porque Chapula fue un hombre empresario, creador de una afamada tapicería, bohemio y sobre todo un gran amigo. Durante muchos años coincidíamos en nuestras amenas reuniones con varias personalidades de la Villa, Colima y Coquimatlán. En los últimos 12 años fue mi pasajero en la peregrinación a Talpa, él siempre solicitaba los últimos asientos del autobús y allá se apoltronaba, cerca del baño porque se le dificultaba transitar por los asientos a la hora de ir al servicio.

Generó una gran amistad con algunas amigas que tenemos en Talpa por más de 4 décadas, especialmente con Luz González, propietaria de una tienda frente al estacionamiento de los autobuses. Chapula le llevaba cocos y ella le invitaba caldo de pollo y cuanto quisiera comer. Era un fiel devoto de la imagen de aquel lugar.

Formaba parte de un selecto equipo de amigos de la Villa, sobre todo de los bohemios a los que vio caer uno a uno víctimas del alcohol y claro partícipe de las bromas que hacían y hacía. Recuerdo que hace como 15 años llegó muy elegante a mi casa, era domingo, vestía pantalón de dril, choclos y camisa manga larga, cargando un refractario lleno de vasitos con arroz con leche. Cuando salí en ropa de descanso me miró con asombro y masculló: “Hijos de su esta y otra mad…”; “¿Qué, Chapula?, le pregunté; “Estos carabones (se refería al grupo de amigos) me dijeron que hoy ibas a tener una gran y exclusiva fiesta, y que me habías mandado invitar, que no fuera a faltar y que fuera puntual”. Solté la carcajada invitándolo a pasar y unas frescas bebidas de moderación que fueron acompañadas por raciones gigantes de arroz con leche. Pero la mejor es una anécdota que escribí hace varios años aquí en mi columna en Diario de Colima.

Un día estábamos en una alegre reunión en el acreditado restaurante Chamorros Ponce, éramos una decena entre los que se encontraba el propietario, Amador Silva y otros. Chapula acababa de conseguir una tarjeta bancaria de primer nivel y estaba echando malo con eso; no fue una ni dos veces, sino toda la tertulia, entonces Amador le dice: “Préstamela para ver si es buena”, Amador la contempla durante unos minutos y se la regresa diciéndole que sí era muy buena. A las 7 de la tarde se retira Chapula para hacer compras en la bodega de la tienda Ley. Llenó hasta el copete el carrito con productos y al llegar a la caja le entrega la tarjeta a la cajera: “Señor, su tarjeta no pasa”; “¿Cómo que no pasa?, yo tengo dinero y ni me digan eso, que venga el gerente”.

Llegó el gerente y volvieron a pasar el plástico con el mismo negativo resultado una y otra vez, hasta que el gerente revisó la tarjeta y le dijo: “Oiga, esta tarjeta está deteriorada de la cinta imantada”; “Ah, piche Amadorcito”, dijo Chapula. Y es que cuando no se dio cuenta, Amador le rayoneó con una llave dicha cinta.

Muy apenado Chapula le dijo al gerente: “Disculpe, fue broma de un amigo, nos retiramos y nuevamente disculpe”; “Nada de disculpe, solamente, le dice el gerente, hágame favor de pasar a colocar todos los artículos de donde los tomó”. Y ahí tienen a mi corpulento amigo, por los pasillos, regresando uno por uno los productos mientras mascullaba una catilinaria para el bromista que le hizo pasar tan bochornoso momento. Descanse en paz nuestro gran amigo.