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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Fanáticos


Martes 14 de Enero de 2020 7:04 am


SE obsesionan, luego deliran y, con frecuencia, actúan con violencia. Los fanáticos pueden serlo de una religión, de personajes, de una ideología o de un equipo deportivo, entre otros muchos objetos y personas que consideran sagrados.

Lo sagrado es intocable, en el sentido de no poder criticársele sin el riesgo de una respuesta violenta, sea verbal, física, emocional, financiera o política, cuando proviene de los turbios recovecos del Estado. A la menor disidencia respecto de sus convicciones, que el fanático considera fundamentadas, ciertas e incuestionables, la reacción sobreviene: Desde la refutación airada hasta el linchamiento, si esto es posible y se le tiene a la mano.

Canoa, película mexicana (Felipe Cazals, 1975), narra cómo el cura de San Miguel Canoa, Puebla, incita a los católicos a linchar a cinco jóvenes estudiantes que pretenden pasar la noche en el pueblo en tanto el tiempo mejora para escalar La Malinche. El sacerdote reúne a los pobladores, les dice que los muchachos son comunistas (reciente el Movimiento Estudiantil de 1968) y matan a cuatro.

Protegido por el Obispo y por la Iglesia Católica mexicana, al cura Enrique Meza Pérez lo envían a una parroquia de Chiapas, sin que la justicia lo procese. Fanáticos impunes.

Como el de Canoa, otros casos han revelado a qué extremos puede llevar el fanatismo a personas comunes y corrientes. Lo mismo queman libros que personas (otro cura, en la ficción tan igual a la realidad, quema libros en El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha), lapidan a quienes consideran contrarios a sus creencias o los ahorcan. Para ellos, lo importante es aniquilar a quien piense diferente, profese otra religión o ninguna.

Otros crímenes se cometen por razones de fanatismo político. Los linchamientos suceden con frecuencia. En ocasiones, como en estos tiempos que corren, los lapidarios están en las redes sociales –pero no sólo ahí–, reducto donde tienen la ventaja del anonimato o de la complicidad de gente como ellos. La sinrazón, la intolerancia y el insulto son cotidianos y abundantes en esos medios de comunicación de fácil acceso.

Los mueve el temor, un miedo irracional al cuestionamiento de sus convicciones religiosas, políticas, deportivas o de supuesta superioridad racial, entre varios motivos más. Cuando se les cuestiona, sienten estremecerse los fundamentos –frágiles siempre– de sus creencias. Ven peligrar el motivo de su existencia, pues sin la creencia se sienten arrojados a la orfandad vital, emocional, intelectual. Rechazan a los diferentes a ellos, los marginan o los desaparecen. El grupo, el partido, el clan, la pandilla es la razón –si en ellos hubiese alguna– de existir. 

Cuando los musulmanes extremistas encuentran representaciones de dioses o santos de otras religiones, las destruyen, como procedieron contra las dos enormes esculturas de Buda en Bamiyán, Afganistán. Obras de arte religioso en la Ruta de la Seda de 1,500 años de antigüedad. Igual que los españoles que derruyeron templos sagrados de los aztecas. O los nazis genocidas asesinaron a millones de judíos, de extranjeros (no arios) y comunistas. O Stalin que bañó en sangre de sus antiguos compañeros la Unión Soviética. En nombre de una religión, una Nación, una raza o un partido, el asesinato y la destrucción de lo distinto torna, según ellos, en depredación justificada.

Frente al fanatismo religioso de los musulmanes extremos, el fanatismo de Donald Trump se funda en la creencia de la superioridad de Estados Unidos. Y peor aun, en la convicción personalísima del Presidente estadounidense de que él y quienes piensen como él, y sólo ellos, tienen razón y eso les permite proceder como les convenga.

Por supuesto, la sola convicción personal está lejos de ser causa de guerras. Detrás de las conflagraciones bélicas hay usualmente un interés económico: Petróleo, negocios, agua, territorios estratégicos para los mismos negocios, comercio de armas y drogas. En suma: Dinero. El fanatismo es, en tal contexto, el detonante de las agresiones.

Tan deleznables los musulmanes extremos fanáticos como el sheriff iluminado que es Trump, el ayatola de Occidente. Y en esa medida, peligrosos ambos bandos para el mundo, la paz, la economía y la supervivencia humana. 


MAR DE FONDO


** “¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas/ y siempre se repitieran/ los mismos pueblos, las mismas ventas,/ los mismos rebaños, las mismas recuas!/ ¡Qué pena si esta vida nuestra tuviera/ -esta vida nuestra-/ mil años de existencia!/ ¿Quién la haría hasta el fin llevadera?/ ¿Quién la soportaría toda sin protesta?/ ¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra/ al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?/

Los mismos hombres, las mismas guerras,/ los mismos tiranos, las mismas cadenas,/ los mismos farsantes, las mismas sectas/ ¡y los mismos, los mismos poetas!/ ¿Qué pena,/

que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!”. (León Felipe, español, 1884-1968. ¡Qué pena!)