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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Crónica de un removedor de pintas I/II


Martes 14 de Enero de 2020 7:22 am


EN la segunda marcha decidí entrar, mezclarme entre la multitud, respirar los olores a pimienta, sentir los roces, los empujones, los jaloneos, pero también resistir la andanada de gritos por el magnetófono, las instrucciones para que formaran una fila o dos o diez. Ser abrazado y abrasado por la turbamulta sin la más mínima posibilidad de evadirme o saltar hacia afuera. Fue una decisión personal impulsada por la impotencia. Quería saber cómo son por dentro las marchas que vandalizan el patrimonio cultural.

Días antes habíamos terminado de limpiar los pedestales de las dos primeras cuadras de Paseo de la Reforma, partiendo desde el Ángel de la Independencia hacia el Caballito. Son las dos cuadras que más han padecido a la manada, con un patrimonio actual e histórico vulnerado por pinturas en aerosol que secan en 24 horas. Eran emblemas de los 43 de Ayotzinapa, algo hasta cierto punto entendible porque frente a la calle de Río Marne y Río Neva permanece desde hace cinco años un campamento de familiares de los estudiantes desaparecidos. Pero las pintas feministas son las más radicales. Uno puede perderse en la lectura de este inmenso e intenso libro de piedra grabado a fuego por mujeres dolientes, protestando a voz en cuello, con el puño alzado en contra de la violencia que sufren todos los días, semanas, meses, horas, años.

“Mi vida tiene valor. Mi cuerpo no tiene precio”, en spray verde sobre el símbolo en cruz de la mujer y el círculo pintado en negro en una de las caras del pedestal que se encuentra frente a la calle de Río Marne. Fue ahí el primer día de actividades con una serie de pruebas de limpieza encabezadas por la restauradora Mariana Grediaga. En apariencia era fácil retirarlos, sabíamos que el abanico de disolventes es tan amplio que no hay nada que se les resista. Pero la piedra, ¿no sufriría, no tendería a disgregarse o incluso alveolizarse al ser frotada? Estamos hablando de pedestales de 1880, representando a figuras de la historia que participaron en los procesos de reforma de este país. En una de las charlas con el supervisor de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) le pregunté qué otro proyecto estaban revisando en esos días. Me respondió que los pedestales de Reforma era el único en su tipo y, en ese momento, el más importante a nivel nacional.

La parte superficial de la cantera, esa toba volcánica emparentada con el gabarro y la chiluca, ígnea, del grupo de los silicatos, con una estructura heterogénea y composición química de sílice, óxido de hierro, carbonatos y cuarzo, la misma que había nacido en una erupción violenta, era la que estaba sufriendo mutaciones importantes por la intemperización, pero ninguna tan grave como la ocasionada por las limpiezas no profesionales con removedores de pintura y agua a presión, ninguna como las derivadas de las pintas de aerosol, producto de una erupción humana de furia piroclástica destructora. Como si la Madre Tierra se estuviera viendo a sí misma en las mujeres furiosas rayando los pedestales a su paso. 

La chica de las cuadrillas que barren, sacuden y desemplovan los monumentos de Paseo de la Reforma me lo confesó cuando le pedí que nos ayudaran a hidrolavar la glorieta de Colón, lleno de excremento humano, calzones, botellas vacías, un gallo decapitado, condones. “Al principio le poníamos cemento y pintura vinílica de color gris, hacíamos una mezcla y se la untábamos al pedestal para tapar los grafitis, y cuando no alcanzaba el presupuesto nadamás le echábamos cemento y agua”. Y ahí estaba esa segunda serie de pedestales acorazados de cemento en la zona que va de la calle de París y todo el frente del Senado, hasta Juárez. Cemento en capas adheridas devorando silenciosamente las láminas de la piedra cantera.

Había que tomar decisiones en conjunto y la restauradora Grediaga Huerta se coordinó bien con la supervisión del CNCPC. Un debate acalorado y necesario sobre químicos a emplear. Se hablaba de pureza, era fundamental, indispensable la pureza, pues cualquier agente ajeno a las fórmulas originales podría tener efectos irreversibles en la piedra.