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La Rosa roja



ROSA EVELIA VILLARRUEL FIGUEROA


Viernes 17 de Enero de 2020 7:11 am


“La Rosa roja ahora también ha desaparecido./ Dónde se encuentra es desconocido./ Porque ella a los pobres la verdad ha dicho./ Los ricos del mundo la han extinguido”. 

Este poema de Bertold Brecht, quien en ese tiempo contaba con 21 años de edad, honra la muerte de Rosa Luxemburgo, mientras afanosamente sus camaradas buscaban su cuerpo en el canal de la ciudad de Berlín, donde fue arrojado luego de su aprehensión, torturada a culatazos y finalmente un tiro de gracia terminó con su vida.

Con 16 años de edad, ya se encontraba participando activamente en partidos políticos que reivindicaban las demandas de los obreros, campesinos y grupos vulnerables en la Rusia de 1880, donde su papel fue fundamental en la construcción y elaboración de los principios y programas que regían la vida interna de los órganos políticos, y las consignas que abanderaban los miles de trabajadores que se iban a las huelgas por mejoras laborales y económicas y que ella apoyaba totalmente. 

Sin embargo, su actuación no era bien vista por la policía que se dedicaba a perseguir a quien consideraban sus enemigos, y así fueron encarcelados cientos de camaradas suyos, por lo que la dirección del partido decidió que ella saliera de Rusia, instalándose en Suiza, pues ahí existía un centro muy importante de migrantes polacos y rusos.

Ella vivió y murió en un tiempo de transición, como ahora el nuestro, donde las viejas estructuras caducas dan patadas de ahogado ante el surgimiento de nuevas propuestas de democracia representativa y participativa. Hoy más que nunca sigue siendo un referente importante para las izquierdas que pugnamos por un nuevo modelo bajo el lema de “Otro mundo es posible”, aunque Rosa lo formuló con más fuerza, cuando decía: “socialismo o barbarie”.

Era una mujer de aspecto frágil, pero de férreas ideas y acciones, que no se permitía un error, cuando el bienestar de miles de personas de la clase trabajadora estaba en juego. Era de una indomable voluntad y como decía su amiga Clara Zetkin, “dueña siempre de sí, sabía atizar en el interior de su espíritu la llama dispuesta a brotar cuando hiciese falta, y no perdía jamás su aspecto sereno e imparcial”. No sólo era amante de lo humano, aun agotada por las arduas tareas a las que se sometía, si camino a casa se encontraba con otro ser viviente de la naturaleza que veía en peligro, se daba la vuelta y se detenía para salvarle la vida.

En el 101 año luctuoso de esta luchadora comunista, que murió junto a su camarada Karl Liebknecht, el partido alemán, La Izquierda, les rinde un homenaje en sus tumbas, ubicadas en el cementerio Friedrichsfelde de Berlín, reuniendo a cientos de personas, entre comunistas, socialdemócratas e integrantes de otras organizaciones de izquierda.

El discurso del portavoz del partido fue de lo más emotivo, haciendo referencia a la lucha incesante que Rosa libró en favor de las clases desposeídas, cuya congruencia no tenía igual, ya que su participación política estaba orientada tanto en lograr la emancipación de las mujeres del yugo patriarcal, como de la clase obrera del capital, los ricos y dueños de los medios de producción. 

Estas fueron las palabras del portavoz del partido de La Izquierda, Marcus Boës, “a Rosa le preocupaba la justicia social, los Derechos Humanos, la lucha contra el racismo y una política de paz activa. Sus tesis son todavía hoy un referente de nuestra política, si queremos ser fieles a su legado, tenemos que ser fuertes como ellos, estar organizados en la lucha contra la represión, la explotación, la guerra y el fascismo, pues la amenaza fascista no deja de crecer”. Totalmente de acuerdo con él.  

Rosa Luxemburgo –la Rosa roja le decían– nació en una pequeña población de nombre Zamosc, el 5 de marzo de 1871 y 48 años después, la noche del 15 de enero de 1919 en Berlín, fue detenida y asesinada. Mujer indefensa de cabellos grises, demacrada y cansada, con aspecto aparentemente mayor, aunque no rebasaba los 48 años de edad.