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Tomamos la tuba de La Paz



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 18 de Enero de 2020 8:05 am


HACE días asistí a la presentación de un gran libro acerca del vino de coco, donde se habla de la tuba, nuestra riquísima bebida colimense de origen filipino. La autora de tan valiosa investigación es Paulina Machuca. La tuba me hizo recordar pasajes personales y familiares.

En la vida, el trabajo exige y manda. Para quienes somos pobres de abolengo, el trabajo es la única vía para obtener dinero y sobrevivir en este mundo donde sólo hay ricos y pobres, unos más, otros menos. Las clases intermedias son inventos de alguna disciplina del conocimiento de los fenómenos mundanos. Sí les creo que en este mundo la única manera de hacerse rico es explotando la fuerza de trabajo, pero no trabajando mucho. Hay otras formas, como la política, según han demostrado unos cuantos personajes ilustres.

Como siempre, un buen día mi trabajo me ubicó en la península de Baja California, atendiendo asuntos ambientales. Fue un precioso trabajo, de muchísimo aprendizaje al tratar con gente diferente a la sureña u occidental. Allá me reencontré con amigos e hice muchos nuevos que aún platico con ellos. Cuando visito, también por trabajo, Los Cabos o La Paz, son obligadas y placenteras las reuniones con viejos amigos.

Un día de los primeros años del milenio que por allá vivimos, como marca la costumbre local, al mediodía nos fuimos a la playa El Tecolote, popular y accesible, de oleaje liviano. Nosotros, como buenos tropicales colimotes, estábamos acostumbramos a madrugar para visitar la playa. Allá no, pues el sol es más intenso y las enramadas son casi inexistentes, de tal manera que uno lleva sus sombrillas y alimentos. El sol es inclemente, por eso conviene bañarse del mediodía en adelante.

Para nosotros, cada día era de aprender y apropiarse de cosas nuevas. Los pescados y mariscos, por ejemplo, resultaron ser manjares cotidianos. Los paisajes contrastantes entre el color del mar bermejo y el desierto aún viven en nuestra memoria. La fauna marina fue un encuentro con lo desconocido y maravilloso, las tortugas, ballenas y lobos marinos cambiaron nuestra visión del mar.

Nos hicimos mareños cotidianos. A escasas cuadras de casa teníamos el mar de la tranquilidad, la bahía de La Paz, un espejo de agua que se movía cuando las embarcaciones surcaban sus canales de navegación. Aprendimos a convivir con el mar, a observarlo, apapacharlo y bucear. Tijeretas o fragatas, pelícanos cafés y otras aves decoraban el entorno. Los imponentes atardeceres paceños, coloridos, naranjas y rojos pintaban el cielo y el mar, al tiempo que se escuchaban los últimos cantos de las aves marinas anunciando la llegada de la noche.

Un día en la playa, bajo el candente calor peninsular, pasó un señor gritando ¡tuba, tuba! Al tercero o cuarto grito reaccionamos. Miriam y Álvaro corrieron a preguntarle qué vendía y lo llevaron a nuestras sombrillas. El señor llevaba dos bidones de 20 litros con tuba. No le creímos porque las palmas de coco de aquellos lugares no dan tuba. Y él confirmó que no dan tuba.

Mire, nos dijo, la traigo de Colima. Nos explicó el proceso de preparación y congelamiento. El transporte aéreo y el almacenamiento en grandes refrigeradores para su posterior descongelamiento y venta en playas como El Tecolote, que cada fin de semana alberga a miles de visitantes.

A pregunta de Miriam, el tubero explicó su origen colimense, su barrio y apellido, su parentesco con una conocida familia local. Le creímos, nos dio gusto. Nos vendió tuba, muy caro cada vaso, de sabor casi igual a la colimota. Tomamos la tuba de La Paz. El precio le permitió hacerse de bienes inmuebles y otras cosas en la maravillosa capital sudcaliforniana.

El señor no se hizo rico, pero sí obtuvo bienes con su trabajo y arrojo, con la aventura de explorar un negocio rentable.

Esa tarde, muy nostálgica Miriam recordó que su papá, don José, en los años 60 y 70 del siglo pasado fue pionero en llevar palmas completas en camiones para replantarlas en las calles de Los Cabos. Otro negocio bonito. 


nachomardelarosa@gmail.com