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Psico-tips



GERARDO OCÓN DOMÍNGUEZ

El reloj infantil…


Domingo 19 de Enero de 2020 7:10 am


ALGUNOS de mis recuerdos más bellos están en la infancia. De la misma manera que muchos niños, en mi casa también se celebraba Navidad, Año Nuevo y Día de Reyes. Queriendo juguetes, lo que menos me importaba era que el año cambiara de nombre; en ese tenor, la víspera de Navidad era el día más largo. Mi hermana y yo sabíamos que Santa Claus no llegaría sino hasta después de la media noche, porque su trabajo es entregar juguetes por todo el mundo a los niños que se portaron bien (o mejor dicho, cuyos papás sí tienen dinero, pero ese es otro tema). Conforme avanzaba el día, los minutos parecen eternos. Jugábamos un rato, corríamos, brincábamos y al voltear a ver el reloj de pared, habían pasado sólo otros pocos minutos.

El minutero apenas mostraba signos de vida. La manecilla de las horas… esa sí que era indiferente a nuestra ansiedad. Así, pues, acosábamos a mamá: y si me duermo más temprano, ¿llegará la Navidad más temprano?

La percepción del tiempo es un fenómeno que varía de acuerdo a las circunstancias y la edad, por lo que la humanidad tuvo que organizarlo para poder manipularlo y se desarrolló una escala para poder medirlo de manera precisa. 

Entonces ¿qué es el tiempo? Ya sea el avance de una manecilla o el crecimiento de una planta, el tiempo es la secuencia de eventos; y los relojes son simplemente una herramienta para medirlo sin el prejuicio de cada persona.

Durante la infancia, una caja de cartón puede ser una nave espacial, un submarino, un auto de carreras, una fortaleza, un castillo o una mazmorra. Pero también por esto es la edad en la que estar cinco minutos con la boca cerrada y en una silla sin hacer nada, resulta en una eternidad.

En contraste, las personas adultas, de hecho, podemos pasar una cierta cantidad de tiempo en ese ostracismo, sí, igual que las ostras lo pasan en el mar, sin hacer nada; pero no nos gusta. Tan sólo basta recordar el último trámite burocrático que derivó en invertir algunas horas de nuestra vida en alguna institución bancaria u oficina gubernamental. Lo que hacen las personas adultas para pasar el rato es platicar con la persona de al lado acerca del calor (la calor, dicen en Colima), lo caro que es la vida, la inseguridad y cualquier otro tema socialmente aceptable. También está a la mano el siempre deseable internet en el dispositivo móvil y sus redes sociales. Algunas personas prefieren una revista o libro, aunque es evidente en las salas de espera que este es el recurso menos socorrido. 

Entonces, si las personas adultas no toleramos la total inactividad, ¿por qué esperamos que nuestros hijos e hijas permanezcan en una silla sin moverse ni hacer ruido? O en su defecto, para poder “controlarlos” les compramos el celular o la tablet de ocasión y entonces los sumergimos en un trance, como si les diéramos una droga. Efectivamente, parece que les diéramos una droga, el internet.

El tiempo avanza mucho más lento durante la infancia y a la edad de dos años, aproximadamente, una hora puede ser el equivalente a tres horas, por lo que diez minutos sin actividad para nosotros serían como pasar media hora contra la pared.

Las salas de espera suelen ser especialmente tediosas para niños y niñas, pues no se puede gritar, correr, jugar baloncesto, futbol o sacar al perro a pasear. Pero podemos interactuar con libros para colorear, cuentitos y rompecabezas, por mencionar algunos. Esto hará más llevadera la espera de ellos, y por supuesto, la de nosotros.

Por el otro lado, si decidimos y logramos administrar nuestro tiempo para pasarlo con nuestros hijos e hijas, serán para ellos las mejores horas de su infancia. 

Existen innumerables actividades para realizar en familia, como los clásicos juegos de mesa (memoramas, damas inglesas, damas chinas, serpientes y escaleras), actividades al aire libre en algún parque o  unidad deportiva.

Después de todo, si no estamos dispuestos a pasar tiempo con nuestros hijos e hijas, entonces, ¿para qué tenerlos?


*psicólogo