Cargando



Inbox



SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Ingrid, Fátima


Martes 18 de Febrero de 2020 7:12 am


HEMOS continuado con los métodos de violencia que heredamos de nuestros ancestros, los aztecas. Hemos dado cauce a la aplicación de viejos modelos de venganza. Nuestra agresividad se ha incrementado varios puntos porcentuales. No somos los únicos. En todos los países del mundo, en diferentes épocas, el hombre ha demostrado que es hombre, que es peor incluso que los animales, que algunos animales, sobre todo las bestias a las cuales nos referimos para denostar y rebajar la calidad humana de nuestros compañeros en este planeta.

Pero seguimos siendo eso: humanos. Y lo que vimos, lo que hemos estado viendo no sólo con una niña de 7 años que fue literalmente eviscerada y para lo cual primeramente tuvo que ser abandonada en su propia escuela, sin márgenes de seguridad, sin nadie que se encargara de ella, empezando por sus mismos profesores, es la confirmación de una profunda vuelta atrás, un regreso al abismo, a esos periodos donde la “civilización” se preciaba de ser tal sólo por el hecho de haber inventado la máquina de vapor.

La extrema crueldad con la cual fue asesinada una mujer a manos de su pareja, la idea de asesinar a una mujer sólo por su condición de género, es una dosis de regresión que estamos muy lejos de poder controlar. Pero no sólo fue asesinar, sino hacerlo con brutalidad, quizás con la intención de dejar huella de los puntos más bajos a los cuales ha caído el individuo, ese mismo al que estando en pareja sería de suponer que reaccionara protegiendo a su familia, creando hogar, desarrollando cohesión. La prueba de que estamos mal en lo más profundo, es que ha fracasado la idea de esa familia nuclear porque ha fracasado también el Estado, ese a cuyo cargo se supone que nos encontramos, el mismo que debiera vigilar y supervisar, castigar y premiar. Pero fracasó, el Estado fracasó rotundamente y ahora lo vemos de modo incuestionable.

Sí, el retorno al Medievo, y más allá incluso: la regresión hasta la etapa paleolítica, hasta el periodo en el cual matábamos para alimentarnos. ¿Y ahora para qué matamos y con tanta saña? ¿Lo hacemos como una reacción hacia los demás, como si los demás fuesen culpables de nuestra miseria y nosotros unas blancas palomitas? Todos estamos expuestos a caer en eso, a tomar un cuchillo en una reacción neurótica y perpetrar el peor de los crímenes sólo para reaccionar horas más tardes y contemplar con horror la cauda de sangre y tristeza que se ha dejado.

No hay forma de evitarlo. Se trata de un problema de fondo, de mucha profundidad, pero también de falta de acción, de carencia de oportunidades y satisfactores, de eso que se llama vivir en un mundo cero, donde no hay nada y todo está cerrado, incluso para aquellos que se esfuerzan sin pausa sólo para encontrarse con un futuro desértico, lleno de fallas y depresiones en todos los sentidos. Porque a fin de cuentas si hacemos el comparativo, la salud mental en México es, dentro del sistema de salud, la menos importante, a la cual se le destinan menos recursos, la que para muchos gobernantes no es más que un símil de esas áreas del conocimiento que requieren una verificación científica y formal y por ende no merecen la menor atención.

Y ahí están los resultados. Mientras en Estados Unidos un alto porcentaje del presupuesto sanitario sirve para combatir la depresión, en México esta ni siquiera es considerada como un problema de salud, mucho menos la ansiedad o la ira, su punto más álgido, el mismo punto ante el cual se dejó llevar el asesino de Ingrid Escamilla, quien manchado de sangre relata con esa misma frialdad de los criminales compulsivos cómo perpetró su acto, un acto que ha indignado a todo el país y que está en la misma tónica del hallazgo de Fátima, la niña de 7 años embolsada y desnuda.

Niñas y mujeres que están siendo exterminadas en una lucha sin control, sangrienta, donde los múltiples factores se suman a la miseria y la desesperanza. Un pequeño infierno del que salen a cada tantos demonios a deambular y hacer su voluntad sin que nadie sea capaz de impedirlo. Un infierno al que pareciéramos ya estar acostumbrados, para nuestra desgracia y gran tristeza.