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Maldonado dice



CARLOS MALDONADO VILLAVERDE

Ciudad fantasma


Jueves 19 de Marzo de 2020 7:36 am


“SÍ, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos”.

Así inicia una de tantas versiones de Rayuela, la magistral novela de Julio Cortázar que hizo tanto para colocar a la literatura iberoamericana en el pináculo de las letras universales. Cada vez que releía esos primeros párrafos, imaginaba una plaga que Horacio Olivera, mencionando, la exorcizaba. Una plaga que le persigue de un lado a otro del Atlántico, desde París hasta Buenos Aires, tal y como hoy mismo llega el coronavirus desde otros confines de la tierra y acecha en los vanos de las puertas…

Hoy (escribo esto el martes), era casi imposible reconocer Colima, ciudad de ausencias, ciudad fantasma. A las 10 de la mañana, los vehículos sobre el Tercer Anillo eran escasos; a las 11, Zentralia estaba casi vacía, mis pasos –a falta de otros pasos– hacían eco en la enorme caverna metálica que, ausente de la escala humana, se convertía en pasadizo siniestro. Las escaleras eléctricas te engullían en ese resquicio de soledad en el que los escaparates suplicaban compradores.

Más temprano, “Delirio”, el restaurante de moda para desayunar, tenía dos mesas ocupadas a las 9 de la mañana, cuando ya suele no haber ni un solo lugar vacío. El viento sopla entre las mesas vacías y los móviles (reminiscencias de Erich Calder), ondean silenciosos, sin que nadie los vea. Los huevos benedictinos salen en su punto y nadie más llega.

A media tarde, me contacto por Skype con el equipo de trabajo en Peña Colorada. Las reuniones presenciales son sustituidas por reuniones a distancia, conscientes todos de que la proximidad es imposible en un momento en que la distancia es la única solución al problema.

Casi a las 4 de la tarde como con el Mandinga. Aquí se nota un poco –pero muy poco– más de actividad. Unas cuantas mesas reclaman los platillos, el resto, permanecen vacías. La calle, la Calzada del Campesino, está también sosegada. Por un instante, recuerdo a Úrsula Iguarán cuando decide posponer toda actividad para “cuando escampe”. Aquí, en Colima, no en Macondo, la vida se ha detenido hasta que el coronavirus pase.

Aprenderemos a marchas forzadas el home office, también la home school y hasta las home vacations. Encerrados, buscaremos reconectar con el placer de leer, de jugar “solitario”, de dibujar o pintar, de perder el tiempo en la mágica tarea de no hacer nada. También habrá televisión y otras diversiones electrónicas, pero la vida dará un vuelco, tratando de preservarse a sí misma y a la especie.

Es la prueba máxima, la sociedad solidaria en el aislamiento, en la incomunicación, sin contacto físico ni proximidad. Es un mundo que no imaginábamos y que vamos a vivir hoy con un sentimiento de agobio, de irrealidad y de tristeza. Abrazos negados, besos perdidos, vidas rescatadas.

Rulfo lo vislumbró, viviremos en la ciudad fantasma, como los habitantes de Comala en Pedro Páramo. Todo porque no queremos millones de muertos, porque no importa únicamente la cifra, también la proximidad. No queremos un hermano muerto, un padre, un hijo… No queremos saber que habrá ausencias y que todo se reducirá a un tiempo aciago en que nuestro heroísmo será permanecer en casa. Todo porque “…inventamos nuestro incendio, ardemos de dentro afuera, quizá eso sea la elección, quizá las palabras envuelvan esto como la servilleta el pan y dentro esté la fragancia, la harina esponjándose, el sí sin el no, o el no sin el sí, el día sin Manes, sin Ormuz o Arimán, de una vez por todas y en paz y basta”.


carlos.maldonado.v@hotmail.com