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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Los riesgos


Viernes 20 de Marzo de 2020 7:29 am


PARA muchos es una obviedad y eso no le quita certeza al hecho: Se vive en permanente riesgo.

Tan sólo el hecho de nacer implica peligro para el que se asoma a la vida tanto como para la madre que lo pare. La preñez misma lo es. No por menos en el lenguaje clínico existe la clasificación de embarazos de alto riesgo.

Se llega a la vida a enfrentar una amplia gama de contingencias. Así es nuestra naturaleza y la de todo ser viviente. Cada especie se encuentra ante unos propios y comparte muchos con otras especies. En esas cadenas, unos son potencialmente víctimas de otros. Por ejemplo, el rumiante devora plantas y a su vez puede ser comido por carnívoros, en cadenas tróficas en que una forma de vida se sirve de otra para perpetuarse, y en lo alto de estas pirámides alimenticias para quienes ahí se encuentran, parece no haber ninguno más a la espera de turno. Sí lo hay. Pensemos en el león que reina en las cumbres de su medio ambiente donde, en apariencia, es invencible. Pero no. Para defenderse, el búfalo puede matarlo. A veces, el felino gana; en ocasiones, pierde. Todos, sin embargo, están expuestos a la intromisión de otro factor potencialmente mortal, el de las formas de existencia microscópicas como las bacterias y virus que arrasan cuerpos millones de veces más grandes.

Los humanos, que nos asumimos forma superior de vida, estamos expuestos a similares azares. Podemos morir de males propios de la vejez, cuando las funciones vitales se complican por deterioro de nuestros órganos (las células de nuestros cuerpos, dicen científicos, tienen un periodo de tiempo programado en el ADN en que se pueden reproducir con facilidad para renovarse. Cerca de cumplirse el plazo, ya es menos sencillo hasta llegar a un límite en que cesa tal capacidad y el organismo se deteriora hasta morir.) Es ley de la vida. Y es correcta. El sueño de eternidad es eso, un sueño y, como escribió Calderón de la Barca, “los sueños, sueños son”.

Este es tiempo de reflexionar sobre nuestra condición de temporalidad. Como sabiamente canta Sting en su canción Fragile, “How fragile we are” (Qué frágiles somos). En estos aciagos días, un microscópico ser, el coronavirus, nos ha puesto en jaque, en miedo pánico y hasta en terror. ¿Qué tan pequeño es un virus? Comparemos. Una bacteria puede medir, aproximadamente, la milésima parte de un milímetro. Como en un metro hay mil milímetros, se necesitaría un millón de bacterias acomodadas una tras otra, en línea, para formar un metro. Un virus es mucho más diminuto que una bacteria. Se necesitan 120 millones de virus formados uno tras otro para cubrir un metro.

Esa criatura ínfima en tamaño y poderosa cuando infecta nuestras células, ha puesto al planeta de cabeza. Hace tambalear la economía mundial, nos obliga a aislarnos unos de otros, destruye vidas, empresas. Pone en jaque a gobiernos y amenaza colapsar la civilización humana si ésta no lo enfrenta con la razón y la inteligencia. En estas circunstancias, pocas actitudes resultan tan estúpidas como minimizar el riesgo que corremos. 

Mala consejera, la soberbia humana, sobre todo en su forma política, nos coloca en la indefensión. Especular sobre el exceso de poder político cuando se aplican medidas de aislamiento social, equivale a proponer que volteemos a otro lado cuando el fuego de un incendio empujado por el viento hacia nosotros comienza a calentarnos la cara.

Omitir medidas sanitarias diversas y necesarias es tan grave e irresponsable como acudir a símbolos religiosos o de buena suerte ante una realidad biológica, la de nuestra fragilidad propia de todo organismo vivo, cuando tenemos que recurrir a la característica contraria, la fuerza de la inteligencia, la razón, en forma de ciencia y capacidad de organización para la autodefensa, que también está implícita en la condición de todo ser vivo.

Se trata de optar entre la ciencia y la razón, nuestras armas, contra el ingenuo arsenal que, como lo expone J. G. Frazer en su célebre clásico La rama dorada, era el pensamiento mágico de los humanos más primitivos, nuestros ancestros de hace miles y miles de años.

Contra los escapularios, acudamos a la ciencia y la adecuada acción política. Pero ya. Porque el tiempo corre.


MAR DE FONDO


** “Si la sangre brota/ cuando la carne y el acero sean uno,/ secándose al color del sol del atardecer./ La lluvia de mañana limpiará las manchas,/ pero algo en nuestras mentes siempre quedará./ Tal vez este acto final estaba destinado a/ cerrar la discusión que dura una vida entera./ Que nada se obtiene de la violencia/ y nada se obtendría nunca,/ para todos aquellos nacidos bajo una estrella disgustada,/ en caso de que olvidemos lo frágiles que somos./ La lluvia caerá sin parar,/ como lágrimas de una estrella,/ lágrimas de una estrella./ La lluvia caerá sin parar./ Qué frágiles somos,/ qué frágiles somos./ La lluvia caerá sin parar,/ como lágrimas de una estrella,/ lágrimas de una estrella./ La lluvia caerá sin parar,/ qué frágiles somos,/ qué frágiles somos”. (Sting.  http://vevo.ly/QLMy7o.)