Cargando



De ayer y de ahora



JAIME ROGELIO PORTILLO CEBALLOS

Cada quien viviendo su momento


Domingo 22 de Marzo de 2020 5:36 pm


A veces voy a un jardín o parque a caminar. Aparte de hacer algo de ejercicio me relaja. En días pasados fui a un jardín del norte de la ciudad. Empecé a darle vueltas con un paso moderado que me permitiera observar el entorno. Cada quien capta en su mente lo que entra en sus intereses y campo de percepción. Me di cuenta que ahí en ese jardín estaban presentes todas las etapas de la existencia humana. Al ir caminando me topé con unos niños pedaleando en sus bicicletas y otros jugando a la pelota. Me dije: “ahí está lo propio de la infancia, los juegos, ese ejercicio preparatorio, de desfogue de energía, de ‘simulación’ de lo que se hará de adulto y en donde se van expresando las características morales de cada quien”. A distancia prudente un padre y una madre conversaban, al tiempo que dirigían sus miradas hacia sus pequeños. Los padres de infantes ponen en juego sus capacidades para guiar y educar a su prole y al mismo tiempo que ellos se ejercitan como educadores, sus hijos se ejercitan en su crecimiento.

Seguía caminando y observando. De pronto a lo lejos veo jóvenes efusivos e inquietos platicando y, en bancas solitarias, parejas con posturas e interacciones íntimas como de quien no quiere desprenderse de algo rico y placentero. Uno y otro sexo están a veces fusionados en inesperadas posiciones. Ella sentada en sus piernas o él recostado y posando su cabeza en las piernas de ella. En otra, fundidos en beso apasionado que parece no va a terminar nunca.

Y en mi caminar pienso: “aquí están explorando un mundo atractivo y desafiante pero aún desconocido para ellos y ellas. Y ensayan, prueban y caminan por la vida con sus ilusiones, inquietudes y pasiones que a veces los desbordan pero que son pasos y etapas que, de un modo u otro, todos los jóvenes experimentan”.

También veo a lo lejos un corrillo de jóvenes, de adolescentes ensayando tanto en su cuerpo como en su comportamiento las formas de los adultos. En más de alguno salen de sus bocas el humo del cigarro y se escucha su peculiar forma de hablar: “no wey”, “está bien chido”, “no ma…”.

Y yo sigo caminando, dando vueltas en aquel jardín con sus árboles frondosos, con sus crotos y bugambilias, con toda la vegetación propia del trópico colimense. Y allá en unas bancas están algunos y algunas que ya peinan canas aunque se tiñan el pelo, que en sus caras aparecen ya las arrugas y expresiones de la vejez; están ahí los que han transitado casi todas las etapas de la vida y que ven con aplomo y a veces con sabiduría lo que son los secretos de nuestro paso por este mundo. Pero también hay otros y otras que en sus caras se ven surcos de penas y angustias sufridas, en donde asoma la resignación en sus semblantes.

La edad madura es la edad de la plenitud, la edad en que se obtiene el fruto de muchos esfuerzos. Es en otoño cuando se cosecha el fruto y los colores son brillantes, pero suaves. No todos obtienen el fruto de su trabajo y en algunos se acrecientan la desilusión y las lamentaciones, frecuentemente mezcladas con un amargo resentimiento al ver que la vida se ha escurrido entre los dedos. Pero hasta para los afortunados, el balance favorable tiene la contrapartida de la conciencia de que el tiempo va pasando y se aproximan los límites de la vida.

Yo camino y camino y le doy vueltas y vueltas al jardín tal si fuera el circuito de la vida y en donde me alegro de haber recorrido varias de sus etapas. A mis 67 años tengo reacciones diversas: siento ternura al observar infantes y padres; energía y arrojo en jóvenes; sorpresa y emoción sensible en parejas, e identificación y solidaridad en adultos con o sin plenitud.

Después de muchas vueltas y ya con indicios de cansancio, decido terminar mi caminata y proseguir mi vida, ya en su atardecer.