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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

En el atrio y después


Martes 24 de Marzo de 2020 7:34 am


1.- Ubicados en el atrio, no estamos ni dentro ni fuera del templo. Tal es nuestra posición, hoy, respecto de la pandemia del coronavirus. Entramos, pero todavía falta ir más adentro. Llega nuestro turno. Más o menos como las horas del día sobre el globo planetario: Cuando amanece en Japón, aquí todavía no nos dormimos la noche previa. China tiene ya bajo control los contagios y nosotros apenas vamos a entrar a eso que llaman la fase exponencial, cuando los contagios crecen, de multiplican abultadamente cada día.

Eso dicen los expertos. Tal muestran los cálculos matemáticos, que son interesantes, y sin embargo necesitan determinar un factor que escapa a la precisión algebraica. Ese elemento es qué tanto respetamos las medidas de seguridad sanitaria para evitar el contacto. Dato volátil, casi imposible de conocer sino a toro pasado, como hacen los “toreros del aire con una mano”.

Mientras muchos se resguardan, otros se cuidan lo más posible porque deben continuar trabajando y unos más se arriesgan a contagio por la salud de otros –me refiero a médicos, enfermeras, camilleros y afanadores–, por las calles se ven todavía a un montón de irresponsables haciéndole al Canelas. No entienden que se trata de mucho más que ellos, más que de sus personas, que así, con esa conducta, si se infectan, pueden convertirse en agentes difusores del virus y tornar inútil el esfuerzo de los demás. (Llegado el momento, a esos hay que remitirlos a la cárcel, sin miramientos. Ahí sí van a guardar la cuarentena y la Cuaresma toda).

Digo, que estamos por entrar al tramo más escabroso del camino, a las aguas turbulentas de la pandemia, cuando los casos se cuenten por cientos cada día. Vamos a necesitar toda la infraestructura sanitaria para atender a los enfermos y puede que sea insuficiente. También en Colima. (Permítaseme, por eso mismo, una propuesta al Gobierno del Estado: Habilitar de hospital parte de las instalaciones de la ex Zona Militar, para uso exclusivo de enfermos de coronavirus que requieran internamiento clínico. Estamos a tiempo, si bien se debe hacer de prisa.) Colima estará también en la vorágine. Qué tanto nos revuelque la ola, dependerá de la actitud que asumamos ahora mismo y en los días por venir.

2.- No hay ciudad a salvo. La París del siglo 21, centro mundial de las culturas, Babel contemporánea, vanguardista y violenta, sol y sombra, Nueva York se estremece: Tiene el 5 por ciento de los casos de coronavirus en el mundo.

Ahí, por miles, aterrizan y alzan vuelo aviones de todo el mundo todos los días. Llegan unos y parten otros. Es entendible que la infección por coronavirus sea extensa en Nueva York. Este, como otros virus que generaron pandemias, llegó por avión. Los menos, muy pocos, por barco, que en el pasado remoto cargaban todas las pestes de puerto en puerto. De ahí provienen las historias de barcos fantasma, que bogaban y vagaban sin admisión en puerto alguno, hasta que la tripulación infectada moría en alta mar y el buque iba a la deriva.

Te montas en un avión y en pocas horas estás a miles de kilómetros de tu casa. Habrás viajado en uno de los vehículos más antihigiénicos disponibles. En 200 metros cuadrados, vuelan cientos de pasajeros. Antes que ellos, otros cientos estuvieron en la aeronave. Nadie se ha encargado de desinfectarla. Y si lo hicieran, basta con que un viajero esté infectado para esparcir el virus. En lugar de sana distancia, en los aviones hay insana cercanía. Lo mismo sucede en los autobuses de pasajeros. Del mismo modo en los taxis. Y peor en el metro. No hay ciudad a salvo.

3.- Pasada la ola, entre los sobrevivientes habrá más de uno que se plantee cambiar su forma de vida. Entenderá que la ciudad vende caras, demasiado caras, sus ventajas, que tampoco son muchas.

Tal vez se planteará romper de una vez y para siempre el círculo vicioso de la urbanidad, de las convenciones del confort que da la ciudad a cambio del permanente riesgo propio entre las multitudes –incluidas pequeñas multitudes, permítaseme la paradoja, como las de Colima–. Puede ser que rompa o no pase del cuestionamiento, quien reflexione sobre lo que ahora pasa, sus causas más hondas y las consecuencias de largo plazo.

Hay quienes ven una oportunidad de reflexión, cuestionamiento y rompimiento de este modo en que la sociedad produce sus bienes. Desde mi perspectiva, eso no sucederá sino en unos pocos individuos pensantes y de valor. Para la mayoría, la ola pasará y la vuelta a la normalidad será pasaporte de retorno a la felicidad, su felicidad, quiero decir.

4.- La sociedad de las multitudes, pagará su cuota de vidas para que el tumulto persista, la aglomeración sea fuente de contento y la masificación, señal de identidad, como ocurre con las identidades de la anonimia en el estadio de futbol o en el sentimiento nacionalista –abstracto y subjetivo– de pertenencia a una nación.

Se pagará como se paga un boleto en la taquilla universal en internet, se ingresa al espectáculo, se agota y hay que esperar la nueva marabunta sanitaria y volver a pagar. Eso es el capitalismo. Y no veo que se vaya a acabar pronto.


MAR DE FONDO


** “Tómame, oh noche eterna, en tus/ brazos y llámame hijo./ Yo soy un rey que/ voluntariamente abandoné mi/ trono de ensueños y cansancios./ Mi espada, pesada en brazos/ flojos, a manos viriles/ y calmas entregué;/ y mi cetro y corona yo los dejé/ en la antecámara, hechos pedazos./ Mi cota de malla, tan inútil,/ mis espuelas, de un tintineo tan fútil,/ las dejé por la fría escalinata./ Desvestí la realeza, cuerpo y alma,/ y regresé a la noche antigua y serena/ como el paisaje al morir el día”. (Fernando Pessoa, portugués, 1888-1935. Abdicación).