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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Tal vez en verano


Viernes 27 de Marzo de 2020 7:30 am


DESAFECTO a la calle, nunca creí que fuera a extrañarla tanto como en estos tiempos de epidemia. No me he recluido en mi casa por razones de trabajo, si bien mis traslados son mínimos y la interacción social apenas la indispensable.

El virus nos ha puesto grilletes en pies, esposado las manos, arrinconado el alma en el calabozo de las angustias. Tiempos aciagos, estos nuestros que corren por las calles casi vacías, silentes, desmotorizadas, desgentadas, desbulliciadas, limpias por solas, tristemente impolutas. La basura ocasional en la vía pública –nunca lo pensé antes– es señal de vida humana. Si hay basura sideral, ¿por qué no la habría en estas calles por donde hemos dado sabrá Dios cuántos miles de pasos diurnos, nocturnos, furtivos, amorosos, biliosos, frustrados, pasos de la vida que hoy se esconden?

Ignoro dónde están los demás. Lo sé y no lo sé a un mismo tiempo, como no sabemos si el gato de la paradoja de Schrödinger está vivo o está muerto y terminamos por saber que está vivo y muerto a la vez. Nos apretujamos todos a la ventana de Facebook, la red social de los adultos, y de los coloquialmente llamados viejitos. Los más jóvenes se asoman al mundo más por Twitter o por cualesquiera otras gafas cibernéticas de la cotidianidad hoy interrumpida.

Cada quien vive su aislamiento como puede, como quiere. O se sobrevive sin aislamiento y se espera no morir en el intento. Cuando la tormenta arrecia, siempre hay quienes deben estar en cubierta. Qué le vamos a hacer.

Cuando Shakespeare tituló su famosa comedia Midsummer night’s dream, que se mal tradujo al español por Sueño de una noche de verano, se refería a la fiesta del midsummer, esto es, al solsticio de verano, el 24 de junio, que en los países hispanoparlantes llamamos la noche de San Juan, que también es fiesta y marca el imperioso comienzo del temporal de lluvias. Si no ocurre, habrá que sacar a pasear al santo o, en el caso de Colima, al Señor del Rancho de Villa. 

Apenas ha comenzado la primavera en Colima con sus virus afilándose los dientes y el verano ya se siente como los infiernos de una noche de San Juan. Lejos está de ser el bucólico midsummer del norte de la hoy martirizada Europa. Qué difícil es imaginar que por esa fecha todavía estaremos empantanados en las ciénagas del virus, según las proyecciones del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell. Puede ser que el sueño de esa noche de verano, el 24 de junio, sea todavía de horror, como el del óleo del pintor ruso-mexicano Vlady Kibalchich, Pesadilla, paráfrasis de Fuseli, cuya propia Nightmare –la del suizo Fuseli– (Pesadilla, 1781) es más aterradora.

Así que esta primavera y quizá este verano serán infiernos continuos, incluso por el clima. Será 2020 un año asaz caluroso, de muchas lumbres. No sé por qué, pero a mí 2020 me causaba repulsión a medida que se terminaba 2019. ¿Aguantaremos tanto?

Si sobrevivo sin tréboles de cuatro hojas, sin estampa milagrosa del Sagrado Corazón de Jesús, sin escapulario alguno, sin agua bendita y con sólo una botella de gel y dos de alcohol del botiquín casero, me propongo actos que he pospuesto. Son una suerte de sueño contra pesadilla, cuando la pesadilla se acabe.

Quiero ascender una montaña –sé cuál–, tomar tierra del camino con ambas manos y restregarme el rostro para sentir el retorno de la vida siempre incierta pero tangible. Y quiero después bañarme, en aquellas alturas lejanas, solas y transparentes, en uno de los estanques de piedra vieja, milenaria. Después, secarme al sol, vestirme y esperar la noche para mirar las estrellas.

Es un premio para un sobreviviente. Corren las apuestas de la vida.

Y también quiero ver las calles pobladas de nuevo. Los cafés hablando, las banquetas holladas mil veces, las miradas sobre los aparadores, las frescas muchachas de la tarde, las viejas madrugadoras que abren las puertas al día, escuchar a distancia la discusión de los viejos crepusculares que charlan con la tarde hasta que se van de la mano de la noche. 

Y ver a los niños en las escuelas, a los jóvenes en los prados, las aulas y las bibliotecas de las universidades. Cuando los amantes se quieran otra vez, los desdichados sonrían de nuevo porque la desdicha nunca es eterna. Y ver la prisa de los que vuelven al trabajo, la paciente calma de los que venden en las banquetas. Y que retornen de la tristeza los que se extraviaron en sus laberintos. 

Volverá el tiempo de despreocuparnos todos, otra vez, y habrá el día cuando un saludo de mano y un beso ya no sean sentencia de muerte.

No me importa que nada cambie después, que volvamos a ser, como seremos, los mismos torpes animales reiterativos de siempre. No, no importa que volvamos a creernos diosecillos petulantes, soberbios, ridículos. No. Sólo quiero que venzamos los miedos de estos días grises. Tal vez en verano.


MAR DE FONDO


** “Sí señor, la vida vista por un agujero. Imagínese un cuartucho subterráneo, alumbrado con una vela, con paredes rezumando un sudor lívido y el suelo cubierto de limaduras de hueso, crucigramas a medio hacer y pajaritas de papel. Un colchón apestoso y toallas, montones de revistas y diarios, colillas, una navaja y limas. Se lo imagina, lo ve usted a oscuras, tosiendo por sentirse, estrellando botellas contra el suelo por oírse. Es usted capaz de imaginarlo envenenándose de imágenes reales y soñadas noche y día, ¿rumiando qué? Silbidos de metralla, gemidos de amor, deseos quemantes acariciando la toalla con dedos de fiebre…”. (Juan Marsé, español, 1933-. Fragmento de la novela Si te dicen que caí.)