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Ciencia nuestra de cada día



ALFREDO ARANDA FERNÁNDEZ*

¡Tú corrígeme!


Domingo 29 de Marzo de 2020 7:04 am


PRÁCTICAMENTE siempre nos equivocamos. Tenemos una facilidad asombrosa para engañarnos e inventar cosas que, de verdad, casi siempre nos equivocamos. Cuando participamos en la construcción del conocimiento, es decir, cuando queremos hacer ciencia, también, casi siempre nos equivocamos.

Ante cualquier duda, ante cualquier interrogación, siempre desarrollamos una explicación. De diferentes niveles y profundidades, pero nuestro cerebro intenta dar respuestas. Casi siempre se equivoca. De hecho, nuestro cerebro es tan terco en querer explicar las cosas que muchas veces nos obliga a ver, escuchar, sentir cosas que en realidad no suceden. Lo hace para que sus propias explicaciones sean validadas.

Así, cuando alguien que se dedica a la ciencia trata de explicar y de entender algún fenómeno, de la misma manera, produce ideas que prácticamente, al inicio, siempre están equivocadas. Intenta describir el fenómeno y rápidamente se da cuenta de que lo que se imaginó a primera instancia en realidad no funciona. Luego se le ocurre alguna otra cosa. Y lo mismo, resultado negativo. Luego otra y otra y otra. La diferencia crucial con esta persona (claro, si es buena y profesional) es que intentará por todos los medios disponibles de verificar si la idea original –modificada muchas veces por su misma insuficiencia ante la realidad– es correcta o no.

Y como todas las personas, con frecuencia, y aun siendo profesional, se logra engañar a sí misma. Muchas veces no quiere renunciar a su idea, incluso cuando la evidencia apunta en otra dirección. El individuo, científico o no, no deja de tener preferencias, dogmas, inseguridades, prejuicios, intereses. Lo interesante de la ciencia (ya no de los individuos que la hacemos) es que, a través de su sistema, elimina estas deficiencias y exige de la confirmación independiente de todos los resultados. Es precisamente así, bajo la confirmación y escrutinio de muchas personas diferentes e incluso épocas diferentes, que la ciencia avanza. Los conocimientos científicos nunca son absolutos, siempre van adaptándose a nuevas y cada vez más precisas observaciones. La verdad científica crece y se mejora y requiere de tiempo, no puede dar respuesta inmediata a necesidades específicas: ¡no hay atajos!

Una posible manera de decir cómo es que avanzamos en la ciencia es la siguiente: dada una idea, siempre intentamos romperla, destrozarla. Buscamos que falle, que no aplique, que no sea válida. En cuanto alguien dice tener una verdad, el resto se empecina en demostrar que no, que está equivocada. Por eso, cuando se dice que algo es científicamente comprobado o avalado, lo consideramos robusto y poderoso: se ha intentado derribarlo por todos los medios disponibles (y se seguirá haciendo) y no se ha logrado. Si no representa una verdad ¡seguramente anda cerca!

Para avanzar es necesario poder decir: “estás equivocado.” Por eso, quienes nos dedicamos a la ciencia, nos acostumbramos a recibir críticas y reclamos, siempre sustentados, que luego tratamos de corregir o aclarar. No siempre se puede. A veces nos peleamos, a veces hay intereses (de todo tipo) que nos hacen cegarnos ante las críticas o criticar sin una buena justificación. Eso es inevitable, lo bueno es que al final, si el conocimiento generado es útil y de relevancia para los demás, la confirmación independiente se dará a pesar de nuestras inquietudes personales y/o tribales. Claro que se puede perder tiempo. También se pueden cometer injusticias y tener impactos negativos en el desarrollo del conocimiento. Eso es parte de cómo funcionamos y es difícil evitarlo. Lo “bueno” es que, eventualmente, para la humanidad, la cosa funciona.

También por eso es que quienes nos dedicamos a la ciencia, al encontrarnos ante aseveraciones sobre fenómenos que evidentemente violan las leyes descubiertas, o de supuestas investigaciones alternativas, reaccionamos con incredulidad y escepticismo de manera inmediata. Cuando se nos dice que existen fenómenos que claramente violarían las verdades científicas conocidas, resulta evidente que se trata de alguna confusión o de alguna charlatanería. No es porque no queramos que así sea. No es porque creamos que las verdades científicas sean sagradas. No. Lo que pasa es que nosotros mismos nos dedicamos a tratar de violarlas y romperlas. De estirarlas hasta donde se revienten. Sabemos que destruyéndolas es como aprendemos más. Así que si las violaciones burdas, grandes y obscenas que a veces nos dicen ocurren de verdad existieran, no sería muy difícil verificarlas.

No somos defensores de verdades. No nos dedicamos a cuidar que nuestras verdades sean acatadas ni aceptadas. Intentamos describir y entender la naturaleza de manera honesta, y como es difícil garantizarlo de manera individual, nos sometemos al escrutinio externo.


*Coordinador General de Investigación Científica de la Universidad de Colima


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