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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

¡Lázaro, sal de allí!


Domingo 29 de Marzo de 2020 7:05 am


EL Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos dice que Lázaro, un amigo entrañable de Jesús, se había puesto muy enfermo. Marta y María, las hermanas de Lázaro, mandaron llamar a Jesús que se encontraba lejos; cuando Jesús llegó, Lázaro ya estaba muerto desde hace 4 días, estaba en la tumba. Todo era llanto y dolor. Jesús se conmovió hondamente y lloró con ellos.

Jesús dijo con firmeza: “Lázaro resucitará. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. Fueron entonces todos ante el sepulcro que era una cueva sellada con una losa. Jesús ordenó que se quitara la losa y enseguida le gritó: “¡Lázaro, sal de allí!”. Ante la admiración de todos, el muerto volvió a la vida y fue entregado al cariño de sus hermanas. “Muchos de los judíos al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él”.

La resurrección de Lázaro fue una expresión profundamente humana, amistosa, sensible de Jesús. Antes del milagro, rodeado de sus amigos y de las hermanas del muerto, partícipe de su duelo y su gran pena, se conmovió hasta sollozar y derramar lágrimas, Jesús ha compartido plenamente nuestra condición humana. Por experiencia propia, sabe lo que hay en el hombre.

Desde luego, la resurrección de Lázaro es una manifestación de la divinidad de Jesús, de su poder sobre la vida y la muerte. Ciertamente, Lázaro volvió a morir a su debido tiempo, porque Jesús no nos promete prolongar sin término nuestra vida sobre la tierra. La promesa de Jesús va más allá; es darnos la feliz vida eterna con Dios, después de nuestra existencia en el mundo. Cristo, muerto y resucitado, es el señor de vivos y muertos, habrá de resucitarnos con un cuerpo glorioso que no estará sujeto a la muerte. Nuestra resurrección futura ha empezado ya, porque en esta vida hemos sido incorporados a Cristo y a su Iglesia, por la fe y por el Bautismo, y estamos empeñados en realizar en nosotros y en los demás, una nueva vida que tendrá su cumplimiento en el gozo eterno.

Por eso el cristiano ama la vida. Lucha fuertemente para compartir la fe, la convicción, la seguridad basada en la verdad de Cristo, de que resucitaremos con él. Es tarea del cristiano llevar el amor, la ayuda material y espiritual ante todo a los que viven muertos de dolor, de soledad, de hambre, de fatiga, de incultura. Romper las ataduras del pecado y compartir la felicidad de vivir en gracia de Dios.

Amigo(a): Recibir a Cristo en la Eucaristía es un milagro de amor. Es Cristo mismo, vivo y verdadero, que bajo las especies del pan y del vino se nos entrega real y substancialmente con su Cuerpo, su sangre, su alma, su divinidad. Nos fortalece y nos envía como discípulos y mensajeros de su amor infinito, prenda de nuestra salvación.