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Sentido común



PATRICIA SÁNCHEZ ESPINOSA

Crisis de liderazgo


Lunes 30 de Marzo de 2020 7:24 am


LA situación por la que atraviesa el mundo, en crisis por la pandemia de Covid-19, es aterradora, pero no tanto por el alto nivel de contagio que tiene el virus, sino porque ha mostrado el nivel de nuestros líderes políticos. Primero fue China, en donde las laxas medidas de seguridad en los mercados de Wuhan crearon el caldo de cultivo perfecto para que surgiera este virus a finales del año pasado. Posteriormente sucedió en Italia, donde se minimizó la emergencia y cuando estaban rebasando los 400 casos de infectados y se reportaban decenas de fallecidos, Nicola Zingaretti, el líder del Partido Demócrata, publicaba una fotografía donde brindaba en Milán e invitaba a la gente a “no cambiar sus hábitos”. Menos de 10 días después, cuando el conteo de contagios rebasaba los 5 mil 800, con 233 muertes, Zingaretti publicaba un video para informar que tenía coronavirus. Hasta ayer, según el conteo del Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins, Italia reportaba 97 mil 689 casos positivos de Covid-19 y se posiciona como el país con el mayor número de decesos por la enfermedad con 10 mil 799 muertes.

En España, el 12 de febrero, John Hoffman, organizador del Mobile World Congress, anunció la cancelación de un evento en Barcelona en el que participarían alrededor de 100 mil personas de todo el mundo, lo que molestó a la Generalitat y al Ayuntamiento de Barcelona. Las vicepresidentas Carmen Calvo y Nadia Calviño declararon en los mismos términos que el ministro de sanidad, Salvador Illa, diciendo que “no hay ninguna razón de salud pública que impida celebrar un acontecimiento de esas características en nuestro país”. Hasta ayer, España presentaba 80 mil 110 casos de Covid-19 y 6 mil 803 muertos.

El 20 de enero pasado, se diagnosticó el primer caso de coronavirus en Estados Unidos, cuando un hombre de 35 años regresó de Wuhan, China, al estado de Washington a visitar a su familia. Dos días después, el presidente Donald Trump dijo en CNBC: “Lo tenemos totalmente controlado. Es una persona viniendo de China. Todo va a estar bien”. Una semana después, dos ex oficiales de salud, Luciana Borio y Scott Gottlieb, recomendaron una serie de pautas para evitar un desastre en materia de salud, la cual enfatizaba la necesidad de desarrollar pruebas rápidas de fácil uso, para diagnosticar el virus. No obstante su recomendación fue tomada en cuenta hasta el 29 de febrero, más de un mes después. Estados Unidos ayer encabezaba la lista de contagios con 143 mil 25 casos y 2 mil 509 decesos.

Muy diferente actuó Corea del Sur, quien detectó su primer caso el 20 de enero, el mismo día que Estados Unidos, y en una semana la Agencia de Control de Enfermedades convocó a 20 compañías privadas para pedirles que desarrollaran una prueba rápida para detectar el nuevo coronavirus, lo más rápido posible. En una semana habían aprobado una prueba de diagnóstico que les ayudó a identificar a las personas infectadas para ponerlas en cuarentena y de esa forma detener el avance de la enfermedad. Hasta ayer, Surcorea presentaba 9 mil 661 casos confirmados y 158 muertes.

Si tomamos los ejemplos de los países referidos, es fácil darnos cuenta que la diferencia en el número de contagios está directamente relacionada con la seriedad y presteza con la que las autoridades de dichos países reaccionaron ante la emergencia. No sólo en cuanto a poderla reconocer como tal desde un inicio, sino en cuanto a lograr identificar que la prioridad no podía ser la economía del país, sino la salud, pues de lo contrario estarían condenando a sus países a una catástrofe aún mayor, una vez que los sistemas de salud colapsaran y obligaran a tomar medidas más rígida. Corea del Sur pudo reconocer que la economía habría de sufrir un duro golpe inevitablemente, pero que éste sería mucho mayor de no establecer una contención inmediata.

Los demás países no lo supieron ver. Minimizaron la gravedad de la epidemia y permitieron que ésta avanzara para no lastimar a las empresas e industrias de sus países, pero con ello agravaron aún más la situación al permitir que la curva de contagio creciera y colapsara los hospitales. Dejaron crecer a un monstruo al que hoy hacen intentos desesperados por controlar.

México se cuece aparte. A pesar de haber sido reconocida como pandemia por la Organización Mundial de la Salud y tener los malos ejemplos de España, Italia y Estados Unidos, así como el positivo de Corea del Sur; el Presidente se negó a reconocer la realidad y minimizó la problemática, emprendiendo incluso una campaña de besos y abrazos con la que ponía el mal ejemplo entre la población. La polarización del país y la desconfianza que ha generado el Mandatario entre la población, convirtió el tema del coronavirus en una guerra entre liberales contra conservadores, en donde se acusaba de alarmistas a los que advertían de la inminente llegada del lobo. Se llegó a culpar a “los fifís” de haber traído el virus, en lugar de reconocer la responsabilidad de las autoridades que no establecieron cercos sanitarios suficientes, ni se ocuparon de poner en cuarentena a quienes resultaran sospechosos de contagio. Se aseguró que el Covid-19 era una enfermedad de ricos y que los pobres eran inmunes, lo que irónicamente ponía en mayor peligro a las personas de escasos recursos que creyeran este discurso y optaran por no cuidarse. Incluso hubo propaganda oficial en la cual se aseguraba que el Covid-19 no era una enfermedad grave, a pesar de que al día de ayer había cobrado la vida de 34 mil 5 personas en todo el mundo y se reportaban 723 mil 328 casos confirmados, y que no se trataba de una situación de emergencia.

La diferencia la pusieron algunos Gobernadores y la misma población, que decidió hacerles caso y comenzó a exigir al Presidente que hiciera lo mismo, a lo cual él se negaba. Los Mandatarios estatales, entre los cuales se cuenta el de Colima, José Ignacio Peralta Sánchez, implementaron medidas de contención y estímulos económicos para ayudar a la población, casi 2 semanas antes de que lo hiciera el Gobierno Federal, el cual declaró la fase 2 de la contingencia sólo después de que la OMS lo hiciera por su cuenta.

En la conferencia del 28 de marzo, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell Ramírez, confirmó que nos encontrábamos en fase 2 y pidió a la población, casi de manera suplicante, que se quedara en casa, asegurando que esta era la última oportunidad que teníamos para achatar la curva de contagios y poderle hacer frente al virus. La actitud del doctor López-Gatell fue distinta a la que había tenido en ocasiones anteriores y por eso mismo llamó la atención que hablara de estas medidas como nuestra última oportunidad, ya que da a entender que hemos desaprovechado muchas otras.

No obstante, la postura del Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud ha sido responsable y prudente dentro del margen de acción que se le deja. Ha sido el presidente Andrés Manuel López Obrador el que no ha estado a la altura de las circunstancias, tanto en su persona, al no observar las medidas de sana distancia o haciendo desplantes en los que se niega a ponerse gel antibacterial, como a nivel institucional, al no crear programas para apoyar a los estados o al no otorgar prórrogas para el pago de impuestos. De hecho, México es de los pocos países de Latinoamérica que no ha establecido este tipo de medidas.

El Presidente no se da cuenta que se expone cada vez que hace giras innecesarias, con lo cual podría enfermar y crear así un problema de ingobernabilidad, además de que, de contagiarse, propagaría el virus a las personas que a él se acercan a saludarle, convirtiendo su fuerza moral en una de contagio. Es necesario que López Obrador deje de ser candidato y ejerza una postura institucional, que se enfoque en la problemática que nos atañe y haga un llamado a la responsabilidad y a la unidad. México necesita hoy más que nunca a un líder sólido, serio y comprometido, no a un malentendido don Quijote empeñado en pelear con molinos de viento.