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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Tercera fase


Martes 31 de Marzo de 2020 8:18 am


EL encierro nos ha conducido a una nueva forma de convivencia. Mientras algunos consideran visualmente adecuado colocar en las redes sociales un hombre con las orejas del tamaño de un elefante, con la leyenda “después de 15 días de escuchar a mi mujer”, otros ven una oportunidad para difundir su obra. A mí, por ejemplo, me invitó la maestra Gabriela Cantú Westendarp a participar en el programa Teleo, en el que también se comparten poemas y se promueve el entretenimiento. Hay talleres, cursos, seminarios que ya desde años atrás utilizaban la tecnología del stream y de las transmisiones en directo, para entrar en contacto con ese amplísimo público cautivo que navega más de 4 horas diarias por la web.

Sí, es una contingencia de proporciones mayúsculas y los gobiernos no están preparados para enfrentarla, como tampoco los seres humanos sabemos con precisión en qué habrá de desembocar este cautiverio que nos ha colocado frente a frente con aquellos hijos a quienes casi nunca veíamos, con la esposa con la cual tratábamos tan poco, que apenas los fines de semana éramos capaces de realizar algo, una actividad de convivencia, ciertas acciones que nos confirmaran como parte de una relación de pareja o como integrantes de una familia.

Las consecuencias del cautiverio son buenas pero también nocivas. Por ejemplo, la desesperación ya no se puede combatir simplemente abriendo la puerta y lanzándose a pasear por el jardín o el parque. La tensión que se genera entre los integrantes del encierro suele aumentar y los roces se vuelven más frecuentes, lo mismo que los desacuerdos por cosas en las que antes uno estaba perfectamente de acuerdo. La distorsión de la realidad ocasionada por la incapacidad para salir, para trascender el umbral de la casa y simplemente viajar, moverse hacia otro punto, ocasiona también que las relaciones se deterioren.

Pero también es probable que los vínculos entre padres e hijos se vuelvan más sólidos y nos encontremos al final del Apocalipsis viral con una mayor cohesión entre dichos familiares, por no mencionar a los tíos, primos y sobrinos con quienes seguramente conviven no pocas familias que comparten el mismo espacio del hogar, en donde además se preparan los alimentos, se practica el aseo corporal y en ocasiones se realizan actos sexuales. 

Hasta el momento nadie se ha ocupado de entender o tratar de acercarse a las transformaciones que se están experimentando en este sentido. El encierro no deja de serlo sólo porque nos encontremos en nuestra propia casa. El encierro es percutor de esa dinamita que se llama violencia contenida, incomprensión, sofoco, asfixia. En un principio lo tomábamos a broma y subíamos, lo seguimos haciendo, memes y chistes relacionados con esa privación voluntaria de la libertad. ¿Y qué habrá más allá de todo este periodo en el que habremos reducido más del 90 por ciento de nuestras actividades sociales, dentro de las cuales destaca precisamente la de dar paseos en el exterior, en un exterior cada vez más peligroso y dañino?

En estos días, si no es que ya desde hoy mismo, se estarán implementando las acciones de la tercera fase de la pandemia, que implican actividades de las Fuerzas de Seguridad para obligar y castigar a quienes no acaten las disposiciones relacionadas con mantener la reclusión y no salir a ninguna parte si no es que se llevará a cabo una tarea esencial, como podría ser propiamente garantizar la seguridad o, en su defecto, hacerse cargo de la recolección de basura, por sólo mencionar dos tareas sin las cuales la sociedad simplemente no podría vivir.

Y encima de lo anterior estamos viendo, como ocurrió hace unos días en unas calles del Centro de la Ciudad de México, saqueos que por más que uno intente deslindar de la crisis viral no dejan de mantener vínculos con ella, pues en una ciudad tan poblada como la propia capital del país es natural que la primera preocupación de gente de bien y de vándalos sea la de tratar de garantizar la sobrevivencia a costa de los demás, a costillas de quienes lleguen tarde o nunca lleguen a los supermercados que por cierto empezarán a racionar las compras de la clientela.