La esperanza

ROSA EVELIA VILLARRUEL FIGUEROA
Viernes 01 de Mayo de 2020 12:38 pm
LOS seres humanos intrínsecamente al nacer, traemos puestos cinco sentimientos básicos: miedo, alegría, tristeza, enojo y afecto. En el proceso de desarrollo y en interacción con el entorno, vamos incorporando otros sentimientos que, al no pertenecernos legítimamente, les otorgamos diferentes significados, dependiendo la historia de vida individual y las dinámicas sociales y familiares en las cuales nos desenvolvemos. Cada uno de estos sentimientos arriba señalados, cumplen una función específica, y aparecen en nuestras vidas de manera espontánea; sin embargo, atendiendo a una necesidad organísmica generada por factores externos, los orientamos hacia objetivos diferentes que en el proceso se van distorsionando hasta llegar totalmente diferentes de como surgieron desde su naturaleza propia. Un ejemplo de ello es el enojo, que se exacerba a tal grado que se convierte en odio. Es interesante reflexionar cómo la naturaleza es lo suficientemente sabia, al otorgarnos estos sentimientos natos que se contienen en total sintonía con nuestro ser y el entorno mismo. La naturaleza siempre estará buscando mantener el equilibrio, somos los seres humanos quienes alteramos estos estados perfectos y los llevamos al caos tanto emocional como físico. Afortunadamente existen sentimientos paralelos a los originales que procuran nivelar este desequilibrio del que hablo. Uno de ellos es la esperanza, esta se puede clasificar en dos categorías: es un sentimiento de la familia de la alegría y como tal, es perecedera, pues los sentimientos no son de larga duración. Cuando un sentimiento se instala en nuestro ser, habrá que prestarle especial atención. La esperanza también es actitud, y la actitud puede ser el pilar que sostiene nuestra forma de ser en esta vida. Dado que la esperanza pertenece a la familia de la alegría y esta es un sentimiento nato, existe una tendencia natural y constante hacia la esperanza. Carlos Monsiváis decía que “en un mundo sin esperanza, se llega a la apatía”, la apatía, también es una actitud, lo riesgoso de ella es que es altamente contagiosa. Una de las características de la esperanza es que es activa, mueve emociones y estados de ánimo, surgen ideas y deseos de hacer cosas en lo que llega lo que estamos esperando, que muchas veces no es algo tangible o concreto, sólo que suceda, lo que sí, el ingrediente principal es que es algo bueno para nosotras/os o para la comunidad. Otra de sus características es que es paciente, no espera algo concreto, sólo que suceda. Las personas que mantienen la llama de la esperanza prendida son obvias, se nota su optimismo por todos lados, su reflexión no es “las cosas pueden mejorar”, sino “las cosas van a ser mejores”. Aprender de ellas será una buena idea, sobre todo en estos momentos de gran incertidumbre y poca certeza, una buena dosis de esperanza a todo mundo nos caerá muy bien. La esperanza es fortaleza, lo que significa que las personas con esperanza desarrollan una gran capacidad de resistencia, pero como dice mi maestra Miriam Muñoz Polit, “resistir sintiendo”, el sentir es fundamental, de lo contrario, nos convertimos en personas insensibles y ningún sentimiento hará eco suficiente para recuperar la esperanza. Es muy importante distinguir entre esperanza y expectativa. Social y culturalmente nos han educado a tener expectativas de casi todo lo que nos planteamos hacer en la vida, pero poco a fortalecer la esperanza; sólo que estas expectativas pueden estar orientadas hacia nosotras/os o el cumplimiento de ellas hacia las demás personas; lo peligroso de ello es que si en ninguno de los casos se cumple, lo que viene de rebote es la frustración, el desencanto y por supuesto la desesperanza. Quiero terminar con una cita de Erich Fromm de su libro La revolución de la esperanza, que dice: “La esperanza es paradójica, tener esperanza significa estar presta/o a todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse”. *Ex secretaria de Mujeres de Morena Colima