Letras y números

JOSÉ ÁNGEL BRAMBILA LEAL
Tarrare
Lunes 04 de Mayo de 2020 7:32 am
UNA historia para el encierro. Corrían los años 1785 a 1790, y Tarrare, en aquel entonces un adolescente de unos 16 ó 17 años, recorría los pueblos de Francia entre las históricas ciudades de Lyon y Versalles cobijado por una banda de ladrones y prostitutas. No se conoce su fecha de nacimiento, el lugar donde vino a este mundo y ni siquiera se tienen registros de su nombre. Se decía que sus padres lo habían arrojado de su casa porque era imposible mantener a un hijo que en 4 ó 5 días devoró uno de los dos únicos bueyes que tenían, como se sabe también que a pesar de vagabundear con esa pandilla de malvivientes, él no se consideraba un delincuente. Lo que él buscaba era saciar su incontrolable e infinito apetito. Un día lo descubrió un telonero, una especie de gitano trashumante que en dos viejas carretas recorría la legua, presentándolo como el fenómeno que era, capaz de zamparse una cesta llena de manzanas para enseguida dar una muestra de su estómago de hierro, tragando piedras, tapones, animales vivos y lo que se le pusiera enfrente. En una ocasión le pusieron una anguila que medía aproximadamente metro y medio y la engulló entera sin masticar, aunque primero le machacó la cabeza con los dientes. El gitano era el hombre más feliz del mundo, ya que la gente acudía en masa para ver al hombre que era capaz de comer tanta carne cruda como los kilos que pesaba. Sin embargo, un día sufrió una obstrucción intestinal aguda, por lo que algunos hombres del público presente lo llevaron a un hospital (Hospital de Dios) donde a base de infusiones y laxantes lograron que se recuperara por completo, por lo que ofreció al cirujano que lo había tratado, que a manera de agradecimiento se tragaría (como un espectáculo, por supuesto), su reloj y su cadena, por lo que el doctor Guiraud, carente de interés por la oferta, le advirtió que, si lo hacía, lo abriría en canal para recuperar sus objetos. A grandes saltos se sabe que después de abandonar al gitano y con el propósito de saciar su hambre, se unió al Ejército Revolucionario Francés; sin embargo y para su desgracia, las raciones que le daban eran muy escasas comparadas con su apetito, por lo que se ofrecía a llevar a cabo tareas para otros soldados a cambio de una parte de sus raciones y después buscaba entre las sobras, en montones de estiércol, pero no había cantidad alguna que lo saciara, por lo que fue ingresado en el hospital militar por agotamiento extremo. Ahí le dieron el cuádruple de raciones; pero seguía hambriento. Buscaba desperdicios en alcantarillas y contenedores de basura, comía las sobras de la comida de los otros pacientes y por las noches robaba las cataplasmas que los mismos tenían sobre su cuerpo para calmar los dolores. Fue entonces que los doctores militares decidieron someterlo a experimentos fisiológicos diseñados por ellos, poniendo a prueba la capacidad de Tarrare con la comida. Quince trabajadores le prepararon una comilona a las puertas del hospital, que para Tarrare fue el mejor festín de toda su vida. Dos pasteles enormes de carne, platos enteros de grasa y sal y cuatro galones de leche. Tarrare devoró todo aquello y luego se fue a dormir. Los doctores vieron que el vientre del paciente se había hinchado como un enorme globo, pero no pasó nada. Luego le dieron un gato vivo. Tarrare le abrió el canal con los dientes, se comió el gato entero, salvo sus huesos y enseguida arrojó el pelo y la piel. Después le ofrecieron otros animales, incluyendo serpientes, lagartos y cachorros de perro. ¡Todos ellos se los comió! Triste existencia la de este miserable hombre, al igual que la de Charles Domery, un polaco que padeció de este mismo mal. Tarrare murió apenas a los 26 años de edad, postrado en una cama en un hospital en Versalles, víctima de una tuberculosis avanzada, descubriendo que tanto su vesícula biliar como su hígado eran más grandes de lo normal. PD. ¿Gusta opinar? Lo espero en Las Mentadas. jbrambilaleal@yahoo.com.mx