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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Médicos y enfermeras


Miércoles 13 de Mayo de 2020 7:35 am


1.- Más de una vez en la vida, todos hemos acudido a un médico o una enfermera. A consulta, a interpretación de análisis de laboratorio o radiografías, por una receta para comprar medicamentos; o para las por muchos temidas inyecciones, colocación de una escayola o curación de heridas.

Cuando se requiere una operación quirúrgica, no es sólo un médico, sino varios y con ellos, siempre diligentes, varias enfermeras o enfermeros. Ellos se esmeran, trabajan para salvar vidas, para recuperar enfermos y para sanar por lo poco y por lo mucho que el padecimiento signifique.

Solemos tener médicos de confianza porque hemos observado el conocimiento de su materia, la calidad de su especialización y el trato afable que prodigan a los pacientes, necesitados de medicamentos y, con relativa frecuencia, de comprensión del ánimo. 

Indispensables para mantener la vida de otras personas, su labor es apreciada en la comunidad. Suelen inspirar confianza y gratitud. 

2.- Durante una etapa de mi vida estudiantil, compartí departamento con dos amigos alumnos de la carrera de medicina. Hoy médicos exitosos, dedicaban horas y horas, todos los días, al aprendizaje. Llegado el momento, cumplieron el internado en un hospital de gran prestigio en la capital del país. Horarios devastadores, sin dormir, apenas breves descansos, preparándose para la realidad de los nosocomios.

Para ser buen médico, los estudiantes deben pasar por los rigores que demanda su carrera. Y son muchos. Un tercer amigo, que no vivía en el departamento, me invitó cierto día a visitar el anfiteatro de la Facultad de Medicina de la UNAM. Había ahí cadáveres humanos en que se practicaban no sé cuántas habilidades. Olía intensamente a formol. Puestas sobre charolas, aquellas “momias” convertidas en herramientas de la ciencia médica daban un último servicio a la comunidad. ¿Quiénes habían sido en vida? Nadie lo sabía. La anonimia, la incertidumbre, tal vez una muerte en la calle que nadie reclamó, llevó a aquellos cuerpos inertes al aula universitaria.

3.- En mi familia y en los círculos de amistades, hay médicos y enfermeras del mismo modo que hay quienes se dedican a otras profesiones y otros oficios, dignos todos. Mis hijos siempre han estado, en primera instancia, atendidos por uno de sus tíos en cuestiones de salud. Médico excelente, le guardamos gratitud profunda, un aprecio especial y respeto porque, fuese la hora que fuere, ha estado disponible para ellos y para toda la familia.

Cuando se tiene la suerte de contar con un profesional de la medicina cercanamente, uno se asume privilegiado. Igualmente con las enfermeras, que ayer celebraron su día social, prodigan atenciones y cuidado cuando los necesita un paciente. Muchas de ellas laboraron esa jornada de celebración al lado de enfermos diversos y al cuidado de personas contagiadas de coronavirus.

4.- He tratado con muchos profesionales de la medicina. A veces por necesidad personal o familiar; en ocasiones, por mi oficio; eventualmente, por afinidad de la práctica de deportes. Invariablemente, el común denominador es la disposición a atender a quien los necesita. Por ejemplo, por un futbolista lesionado en la cancha, el primero en presentarse junto al caído era un compañero doctor, así el jugador fuese del equipo contrario.

Otros amigos doctores, te sugieren recomendaciones de salud cuando los consultas fuera de los hospitales y los consultorios. Sólo por atención comedida a la impertinencia del preguntón. Así son ellos, como que los ha marcado el mismo espíritu de servicio.

¿Que cobran? Pues, sí. Cuando están en su labor profesional, se ganan el sustento. ¿Que los especialistas tienen cuotas más altas? Por supuesto. Y también he visto cómo muchos de ellos dan consultas gratuitas a quienes las necesitan y no pueden pagar. Sólo por generosidad.

5.- No entiendo cómo, entonces, el Presidente de la República ha sido capaz de insultar a los médicos desde el atril de su conferencia matutina. Irrita, lastima, hiere. Porque no es cualquiera quien profiere la ofensa, sino el hombre encargado de dirigir al país, aun como lo esté haciendo este que está de turno.

Más absurdo me parece que se vaya de lengua y sin razón en un momento tan crítico, de honda gravedad del país por la emergencia sanitaria, cuando más relevancia adquiere la labor de los doctores y el personal de enfermería.

Han fallecido, por contagio, 111 personas de los servicios médicos en el país, hasta el 11 de mayo, y 8 mil 544 están o han estado contagiadas. El factor determinante: El gobierno de quien los ha insultado, no les proveyó adecuado equipo de protección a tiempo.

Con los insultos, el Presidente se colocó en el nivel de quienes han discriminado, ofendido y agredido a personal de salud por presunto temor a contagiarse. Deplorable, condenable el vandalismo verbal.


MAR DE FONDO


** “A partir de ese momento, se puede decir que la peste fue nuestro único asunto. Hasta entonces, a pesar de la sorpresa y la inquietud que habían causado aquellos acontecimientos singulares, cada uno de nuestros conciudadanos había continuado sus ocupaciones, como había podido, en su puesto habitual. Y, sin duda, esto debía continuar. Pero una vez cerradas las puertas, se dieron cuenta de que estaban, y el narrador también, cogidos en la misma red y que había que arreglárselas. Así fue que, por ejemplo, un sentimiento tan individual como es el de la separación de un ser querido se convirtió de pronto, desde las primeras semanas, mezclado a aquel miedo, en el sufrimiento principal de todo un pueblo durante aquel largo exilio” (Albert Camus, francés nacido en Argelia, 1913-1960. Fragmento de La peste).