Cargando



Felicidades maestro



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 15 de Mayo de 2020 7:42 am


UNA de las cosas que más me enorgullece en la vida, es ser maestro y haber vivido por 2 años la increíble experiencia de ser un profesor rural. Creces en todo, maduras enormemente, te adaptas, sabes resolver situaciones imprevistas.

Cuando recibí la orden de irme al Valle de México, yo pensé que iba a la modernidad porque las oficinas a donde me mandaban estaban en ciudad Netzhualcóyotl. Así que la tarde de la partida pedí un taxi y El Pipo me llevó a la central, portando un veliz azul naco y ranchero, no sin antes despedirme de mi madre llorosa y mi padre que pelaba unos ojones.

Tomé el autobús de Occidente y amanecí en la capital, como pude llegué al Metro Zaragoza y preguntando entre el gentío tomé uno de los famosos “Chimecos”, que me dejó 15 cuadras adelante de las oficinas; me tuve que regresar a pie y puntual a las 9 de la mañana, ya estaba en las oficinas de la Dirección General de Educación del Valle de México, entregué mi documentación y esperé pacientemente hasta que a las 4 de la tarde por fin me dieron las órdenes de adscripción.

Tenía que ir a San Francisco Zacacalco, que para empezar nadie sabía dónde era, ni los policías del Metro, hasta que por fin un considerado me dijo que fuera a la Merced, y que de ahí salían los carros. Tomé el guajolotero y ahí voy con mi veliz azul bien custodiado, entre un sube y baja de pasajeros, caminamos 3 horas hasta que me bajaron porque hasta ahí llegaba la ruta. Era un pueblito llamado Hueypoxtla, había llovido y una banda de música entonaba una canción desconocida ante unas bancas y jardineras vacías, de ese pueblito pintado de guinda y blanco.

Tuve que regresarme arriba de una maroma cargada de arena, ya no había camiones de regreso, la cabina iba llena con el chofer y los cargadores, así que me acomodé lo mejor que pude para recorrer el regreso, como 40 kilómetros ya de noche y haciendo un frillazo de los mil demonios. Llegué a Zumpango como a las 9, me hospedé en un hotelito de tercera categoría (y eso porque no había de cuarta) y cené dentro de mi alcoba dos hotdogs calientitos (sin la salchicha) con un refresco, adentro porque afuera era un ambiente muy helado y desconocido.

Al día siguiente, muy temprano, hice el viaje hasta San Francisco Zacacalco, pasé por Tizayuca, Hidalgo, luego El Carmen, Nopala y Zacacalco. Me entrevisté como a la 1 de la tarde con el inspector Cuauhtémoc Trejo Tabasco, a quien le caí muy bien y platicamos un buen rato, me dijo que lo esperara, que él personalmente me llevaría a presentar con las autoridades del pueblo. Ahí vamos como a las 4 de la tarde en su cochecito hasta el que sería mi pueblo: San Marcos Jilotzingo.

Nos recibió la familia Montiel, un apellido muy común, se abrazaron con el maestro Trejo, me ofrecieron de comer pero no quise y me llevaron a presentar con la familia Santelices, con quienes me quedaría a vivir. Era un cuartito apartado donde viviríamos su servidor y el director Narciso Bastida Pineda, un maestro de Zacatepec, Morelos, con el que todavía tengo comunicación por Facebook.

Por la noche traía un hambralal y el director me llevó a donde estaba abonado, nos ofrecieron unas rarezas dizque de lujo, gusanos asados y caldo de ajolote. Haciendo de tripas corazón apenas tomé unos bocados porque, han de saber mis ínclitos lectores, que yo tenía 4 años sin comer carne roja, desde que en primer año de normal leí La panza es primero, de Rius. Ese día sufrí calor, soñé que me perseguían y sudé porque no aguantaba la danza de mis tripas. Al día siguiente me fui a clase por la tarde en una escuela bonita a la orilla del pueblo, en medio del Valle, con 30 asombrados chiquillos de primer grado, me sentí grande, realizado, todo había valido la pena. Por cierto, con dos de ellos tengo todavía comunicación. ¡Feliz día a todos los compañeros maestros!