Deseos
JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Sábado 16 de Mayo de 2020 10:29 am
LA bola de
masa de maíz negro o azul estaba dispuesta para trabajarla con las manos
diestras de quien cocina alimentos tradicionales. Ahí aprendí a preparar y
cocinar un platillo de lujo. Es muy sencillo, pensé, y qué sabrosos. Cerca de
la ciudad de Toluca, hace muchos años entendí que la cocina sencilla es rica en
nutrientes y en sabor. De hecho, hoy es una oferta para el turismo que se da
cita y amontona en las zonas rurales ubicadas en esos rumbos. En esa
ocasión venían a mi mente imágenes acerca de cómo los grupos prehispánicos
originarios del hoy Estado de México, los mazahuas, otomíes y otros que por ahí
anduvieron, luego de domesticar al maíz aprovecharon sus avances tecnológicos
para cocinar. El fuego y el agua eran básicos, como hoy, para su alimentación.
Ellos usaban leña, nosotros vil y vulgar petróleo. Era un
alimento fuera del menú tradicional de mi adorado Colima. Para mí era nuevo. Me
llenaba y satisfacía. Hasta en la esquina de la casa era un desayuno dominical obligado,
allá en el otrora DF. Y también pensaba en qué comería si estuviera en Colima.
Comparaba y deseaba que mi familia y amigos de Colima comieran lo más sabroso
posible o por lo menos no les faltara la comida. Deseos. La señora
movía la masa con maestría increíble. El trozo de masa verde era como para
hacer una tortilla, pero gorda, luego la abría y depositaba frijoles refritos y
queso. La cerraba dándole forma de rombo. Igual preparaba de chicharrón, de
rajas de chile pasilla. Las acostaba en el comal, las volteaba hasta que
estuvieran bien cocidas, las abría por un costado y agregaba algo más. Ya en el
plato las bañaba de salsa de jitomate, crema y las rociaba de queso seco. Al
lado un café calientito, los prehispánicos no lo conocían, quizá tomaban pulque
o agua. Eran los
ricos tlacoyos que ahora hago en casa. Una delicia prehispánica. Nunca serán
iguales a los que hacen las señoras sentadas junto al anafre y el enorme comal.
Es parte de su vida y su cultura. Hace días hice unos para consumo personal y
qué manjar. Con frijol azufrado, no negro como en el centro de México. Cuatro
rombos en un plato de barro largo pasaron a recordarme diversas facetas de mi
vida pasada. Pero también me recordaron el presente. El calor de
la noche colimota no impidió mi cena de lujo. Entre bocados de tlacoyos y
sorbos del mejor café veracruzano importado periódicamente por mi hijo
Alvarito, escuchando los diálogos de películas, cené como pocas veces. Esa
noche no me intoxiqué con noticias políticas, me di el lujo de subir a la
azotea y ver la enorme luna de flores. Entonces me comprometí a cenar otro día
en la azotea, donde el aire corre y hace más llevadero este clima selvático. Satisfecho
por los sagrados alimentos, me vinieron a la mente mi sacrosanta, mis hijos,
mis hijas, mi nieto, mi madre. Esa noche iluminada llegaron la familia, mis
amigos de siempre y de hoy. Los compañeros de toda la vida, todos acudieron a
la extraña danza nocturna en la azotea. Observé la luna que otros compartieron
en las redes como el ansiado trofeo de la noche. Recordé la luna de plata de
Veracruz. El encierro,
la cuarentena, el no salgas, a veces permite que recordemos en la azotea de la
casa rodeada de grandes árboles. Igual que me pasaba al comer tlacoyos allá en
su cuna, ahora pensaba en mis amigos. Ojalá y todos coman, me dije. Y mi deseo
nocturno es que todos salgamos bien librados de este reto sanitario. Ese deseo
que todos vivamos para contarlo, que todas las familias de mis amigos y las de
mis parientes, estén igual que antes. No habrá cambio sustancial después del
Covid-19, eso es un mito, pero seguramente habrá felicidad por vivir, una vez
más, en plena libertad. Mi deseo es
que estemos todos los de antes con la fortaleza para enfrentar la crisis material
que viene, la carencia de dinero, de trabajo, el tiempo nos dirá. Que estemos
ciertos de que los tlacoyos y el caldo de gallina de rancho son los manjares
nuestros. Deseos, pues.
nachomardelarosa@gmail.com