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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Tlacuache, bicho peculiar


Sábado 16 de Mayo de 2020 11:21 am


1.- Aunque hay quienes lo ven como una “rata” gigantesca, el tlacuache es un bicho peculiar, ajeno por completo a la familia de los roedores. Es el único marsupial del continente americano. La hembra tiene, como los canguros, una bolsa en el vientre en donde carga a las crías por un tiempo, el suficiente para que maduren y comiencen el proceso de valerse por sí mismos. Cuando aún dependen de la madre, van a lomos de ella.

De origen náhuatl, la palabra de su nombre significa “pequeño comedor de fuego”. Ignoro por qué los nahuatlacas (hablantes de ese idioma) le llamaron así. En español, se le dice zarigüeya. Tal vez se deba a que una de las seis especies de este bicho que habitan en México, sea la referida por los mexicas: el tlacuache dorado, una posible relación con el color de su pelaje y el fuego. Esto es sólo una especulación mía.

De cabeza más bien pequeña en relación con su cuerpo que llega a medir hasta medio metro, cola incluida, el más abundante de estos marsupiales en Colima es de cara afilada, nariz larga y ojos vivaces.

Puede correr con cierta rapidez y moverse con agilidad. Sin embargo, sus desplazamientos en el monte suelen ser lentos, cuidadosos. Es un mamífero arborícola que pasa parte de su jornada en las ramas. Su cola prensil le permite colgarse cuando lo necesita.

2.- Además de prolífico –cada parto arroja entre seis y ocho crías–, el tlacuache se las arregla bien para alimentarse. Omnívoro, lo mismo come frutas, insectos que pequeños bichos como lagartijas, serpientes y ratones, que destaza con sus afilados colmillos.

Más pequeño que muchos otros habitantes de montes y bosques, este marsupial tiene un papel destacado en el equilibrio de su ecosistema. Devora una gran cantidad de insectos, su dieta más frecuente, y contribuye a controlar sus poblaciones. Lo mismo ocurre cuando saquea nidos de otras especies para comer huevos, que lo deleitan. De esa manera, ayuda a limitar la cantidad de nacimientos de serpientes, iguanas, aves y tortugas de tierra.

3.- Está tan extendida esta especie que es frecuente avistar ejemplares en las zonas urbanas y es casi parte del paisaje nocturno de pueblos y rancherías, donde suele incursionar en los patios de las casas para robar huevos de los gallineros. Furtivo, llega cuando los humanos están dormidos y tan silente que ni los perros lo escuchan, salvo que los despierte el alarmado cacareo de las gallinas asaltadas. A los ladridos, escapa por techos y árboles hasta ponerse a salvo.

En ocasiones, salen de las cañerías y se pasean por las calles solitarias en busca de insectos, frutos y hasta hurgan en la basura. Como sea, prestan un servicio de control de insectos y contribuyen a evitar plagas.

Deficientes conocedores de la fauna, habitantes de la Ciudad de México han visto ocasionalmente tlacuaches en jardines públicos o en el metro. Aseguran que son “ratas gigantes” y se estremecen de miedo. La prensa amarillista les da espacio.

4.- En los montes, el tlacuache deja de lado su timidez y se mueve al desgaire en su territorio. Con desfachatez, sin que al parecer le importe la eventual presencia de depredadores como el mojocuán, el puma, el jaguar o el coyote, trajina en busca de sustento.

Curioso por naturaleza, asoma la nariz puntiaguda olisqueando comida. Remueve piedras, chapalea a la orilla de los charcos, mueve hierbas y, en suma, hace de su paso una ruidosa fiesta como diciendo “¡aquí va don tlacuache!”.

Otros animales con los que comparte el bosque parecen acostumbrados a la estridencia del marsupial, que no es agresivo pese a la apariencia que le dan sus colmillos largos y afilados, su pelo hirsuto y una larga cola lampiña. Lo escuchan y lo ven sin alterarse. Concentrado en sus afanes, este comedor compulsivo labora una jornada larga, desde que oscurece hasta pasada la medianoche, una vez saciado el apetito. A veces, trabaja horas extras y se le escucha trajinar hasta las tres o cuatro de la madrugada.

5.- Ya de por sí peculiar, único en el mundo animal por su apariencia y su condición de marsupial americano, el tlacuache carga otra característica que importa a los cazadores de venados aficionados a la modalidad de la espera, esa que en Colima denominamos “espiar”.

Sucede que el tirador espera escuchar el paso del ciervo acercándose, sea que ruede un guijarro, quiebre una ramita caída, roce una planta o dé un paso más fuerte que otro. En un duelo de paciencia y astucia, uno y otro intentan detectarse. Pueden ser varios los desenlaces.

El tlacuache, cuando camina con lentitud, genera su pisada un ruido asaz parecido al del ciervo. Entonces, el cazador, se alerta, se espabila y llegado el momento, lanza el haz de luz de su linterna esperando ver a la presa y resulta que es el simpático tlacuache. Si eso sucede una o dos veces en una noche, el humano lo soporta. En cambio, cuando una y otra vez el bicho irrumpe, habrá que alejarlo. Y más si hay comida en el puesto, porque sin duda el marsupial llegará guiado por su fino olfato. Sin importarle el cazador, se colocará tan cerca que se le puede tocar con la mano.

Como ni la luz de la linterna le incomoda, habrá que arrojarle una pequeña piedra para asustarlo. Sólo así emprenderá una rápida carrera ruidosa hasta perderse en la noche sin interferir más entre el tirador y el ciervo que se espera. Así vaga el tlacuache, punto nodal de su ecosistema.