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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

El rebaño y el crimen


Miércoles 20 de Mayo de 2020 7:33 am


SEGÚN las cifras oficiales del Gobierno Federal, el 15 de mayo había 45 mil 32 casos de Covid-19 confirmados. Al día siguiente, 16, la cantidad fue de 47 mil 144 contagiados, esto es, 2 mil 112 más que la fecha previa. Una jornada después, el 17, los números señalaban 49 mil 219, es decir, 2 mil 75 casos más. El lunes 18, se acumulaban 51 mil 633 enfermos durante la pandemia, 2 mil 414 adicionales en 24 horas. Ayer, el reporte sumaba 54 mil 346 casos verificados, 2 mil 713 más que el día previo.

En 5 días, hubo 9 mil 314 casos confirmados más, un crecimiento acelerado que hasta ahora no tiene visos de reducirse ni mucho menos contenerse y comenzar a disminuir. Los decesos sumaban ayer, martes, 5 mil 666.

Aparte, se encuentran los casos de enfermos asintomáticos, que aparentan estar sanos aunque portan el virus y son capaces de contagiar a otras personas. Son los vehículos más riesgosos de la pandemia, porque la ínfima cantidad de pruebas que se han llevado a cabo en el país no los detectan. Por supuesto, los asintomáticos no son responsables de su condición, salvo que hayan descuidado las medidas de prevención y, como muchos otros, transiten de aquí para allá y de allá para acá en desacato de las medidas sanitarias que otros sí se aplican a sí mismos y a su entorno.

He intentado encontrar una explicación a la omisión del Gobierno Federal de la aplicación de pruebas. Según Hugo López-Gatell, el gurú obradoriano de la pandemia, las pruebas masivas eran innecesarias llegado un momento en que ya no se daría seguimiento a los contactos que el portador del virus tuvo, pues –dijo– el contagio sería comunitario, ya no procedente del exterior del país. Es decir, que mientras más creciese el mal, menos necesario para fines de control sería aplicar pruebas de detección. Según los procesos del razonamiento lógico (se recurra a la lógica formal, a la lógica matemática o a la lógica dialéctica), la afirmación de López-Gatell es incoherente e inconsistente hasta con el propio discurso del gobierno.

El Subsecretario dijo tener una estrategia –la del confinamiento– para prolongar en el tiempo la pandemia y alargar el Efecto Kilimanjaro (no lo dijo así, pero es un término que usaron epidemiólogos europeos) para evitar el colapso de la red hospitalaria. Luego calculó en 6 mil los decesos que habría; poco después, habló de unos 10 mil. Por ahora, las cifras ya rebasaron la mitad de sus peores pronósticos y la curva, en lugar de aplanarse, sigue en ascenso. Tanto es así que ya ni el optimismo sin fundamento técnico ni mucho menos científico del Presidente insiste en que “ya domamos la pandemia”, primero, y ya casi “la domamos”, después. Erráticos mensajes presidenciales en una coyuntura en que se necesita certeza.

Debe entenderse que ni los mejores epidemiólogos del mundo tienen herramientas para pronosticar con precisión la evolución de la pandemia muchos días adelante. Los modelos matemáticos han servido para dar una idea general de cómo crecerá, y llegado el momento, cómo descenderán los contagios y las muertes. Irán casi a toro pasado.

No obstante la circunstancia de incertidumbre y las más que justificadas dudas sobre la precisión de los datos gubernamentales –recuento clínico, no social como debiera ser–, el gobierno de López Obrador planea el paulatino fin del confinamiento, que anteayer comenzó en 300 municipios sin casos de Covid-19 detectados. Además, se reanudaron las actividades en la minería y la industria automotriz. Ambas, son del particular interés de Estados Unidos. ¿Hubo presiones de Washington para orillar al Presidente a lanzar a millones de mexicanos a exponerse al contagio? ¿O se debe a la urgencia obradoriana de, cueste las vidas que cueste, atajar el derrumbe de la economía y evitar el pago de las consecuencias políticas de una crisis sanitaria manejada a palos de ciego? ¿O hay una política sanitaria que va dando tumbos y virando el rumbo a tientas?

En el fondo, la impresión es que en uno de esos giros, el régimen obradoriano decidió lanzar al país al territorio de la inmunidad de rebaño: Que se contagie la mayoría para obtener inmunidad colectiva, muérase quien se muera. Es el modelo sueco de dejar que la pandemia evolucionara sin resistencia humana para adquirir la inmunidad de rebaño. A ese país, le ha costado esa estrategia 3 mil 698 muertes (mil 634 menos que México) por 30 mil 377 casos confirmados. Y un dato alarmante: Su población es de 10 millones de habitantes, 13 veces menos que México. Y no evitó el daño económico. El modelo sueco es un fracaso.

Si a esa estrategia –reabrir el país a la actividad cuando aún asciende la enfermedad– se atiene ahora el gobierno de López Obrador, la pandemia se saldrá del de por sí frágil control y se volverá un caos, similar al que vemos hoy por hoy en Estados Unidos. La inmunidad de rebaño es una política criminal, qué duda cabe.


MAR DE FONDO


** “¿Qué hará con la memoria/ de esta noche tan clara/ cuando todo termine?/ ¿Qué hacer si cae la sed/ sabiendo que está lejos/ la fuente en que bebía?/ ¿Qué hará de este deseo/ de terminar mil veces/ por volver a encontrarle?/ ¿Qué hacer cuando un mal aire/ de tristeza la envuelva/ igual que un maleficio?/ ¿Qué hará bajo el otoño/ si el aire huele a humo/ y a pólvora y a besos?/ ¿Qué hacer? ¿Qué hará? Preguntas/ a un azar que ya tiene/ las suertes repartidas” (José Agustín Goytisolo, español, 1928-1999. El aire huele a humo).