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Sabbath



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Una banda en procesión


Sábado 23 de Mayo de 2020 8:30 am


1.- La carne de jabalí tiene dos sabores. Uno, fuerte, del macho; otro, delicado y exquisito, de la hembra. Desconozco el origen del olor intenso del jabalí. Tal vez se deba a la secreción de un líquido por una glándula que tiene en el lomo. A ese orificio, entre los cazadores se le llama “ombligo”, aunque no es tal. Como mamífero que es, este bicho tiene el ombligo en la región ventral de su peculiar anatomía.

Hay quienes recurren a capar al macho apenas se le ha abatido, con lo que -cuentan- le disminuye la fetidez. Es probable que siendo una especie prolífica la de estos guarros, el macho esté en constante furor de apareamiento y secrete excesiva testosterona, lo que de ser cierto acaso contribuya a su mal carácter, de cuya fama goza.

2.- Eso de capar al macho me trajo a la memoria un pasaje cinegético de mi lejana juventud. “Fareábamos” en la costa de Jalisco y aluzamos uno de esos suidos, grande y gordo, en una manada que apenas vio el haz del faro salió en estampida. Con rapidez, uno de los compañeros encaró la escopeta y disparó. Abatió al bicho que se dobló sobre sus patas. El cazador bajó de la camioneta y corrió detrás de la piara por si podía disparar de nuevo. Sobre la carrera, me encargó: -¡Armando, revisa si es macho o hembra!-. Se trataba de caparlo, si fuese el caso. Era la primera vez que me encontraba ante uno de esos animales. Le levanté uno de los cuartos traseros, alucé con mi lámpara de frente y dictaminé raudo -¡Es hembra!-. En realidad, era macho. Sucede que no obstante su potencia sexual y su presteza para el apareamiento en cualquier momento del año, los jabalíes poseen testículos pequeños y casi ocultos entre los gordos muslos. No los vi. Cuando horas más tarde lo destazamos, se supo de la masculinidad de la presa y fueron para mí las bromas.

3.- Unos largos, anchos y fuertes colmillos sobresalen del hocico de los jabalíes. Son una de las armas con que, pletórico de valentía y ferocidad, se defiende de los depredadores y en las peleas con otros machos. Con relativa frecuencia, matan perros que los acosan y eventualmente hieren a cazadores lacerándoles músculos y pueden hasta romper venas y arterias, lo que los convierte en bichos peligrosos cuando se les hostiga sin escapatoria.

Son arrojados y malhumorados. También son ágiles y veloces. He visto algunos escapar a la carrera y me queda la impresión de ser tan rápidos como un venado mientras el terreno que pisan no sea pedregoso. Donde abundan los guijarros y las lajas, evitan el paso, aunque son capaces de caminar orondos en superficies extensas de grandes rocas sólidas a ras de suelo como las que abundan en lo alto de las montañas de nuestra orografía.

4.- Nos encontrábamos a la espera de venado, mi hijo Armando y yo hace algunos años. Vigilábamos un ojo de agua en un cerro, en el rancho de un amigo mío. Tenía la confianza de que aparecería temprano un venado. De pronto, a eso de las 11 de la mañana, escuchamos el paso desparpajado e indiscreto de una piara de jabalíes que todavía cubría el monte crecido de finales de año.

Nos saltaba el corazón a ambos. Pocas emociones hay tan intensas en la cacería como la certeza de que la presa se acerca y aparecerá en cualquier momento. Es como esperarla a puerta gayola. Y apareció la banda. El disparo de Armando rodó al bicho y como aún se movía, lo remató. Temblaba el muchacho. -Recógelo por las patas traseras, y antes, con la escopeta lista, verifica si está muerto-. Bajó solo. Lo movió. Y me dijo: -¡Pinche descarga de adrenalina! ¿Me das un cigarro?-. Lo pesado fue cargarla -era hembra- hasta la casa del rancho. Era su primera pieza de caza mayor.

5.- Dije arriba que he visto jabalíes en diversos ambientes y en condiciones bien diferentes unas de otras. He tenido piaras a distancia fuera de tiro. Otras, en alegre cercanía. Los he observado correr monte arriba a gran velocidad, siempre la manada unida siguiendo el paso de la vanguardia, por lo general una hembra matriarca.

He tenido que disparar a una jabalina enorme que se dirigía al puesto de un compañero que no atinaba a disparar, a pesar de que la tenía a unos diez metros de distancia. -Lo va a atacar- pensé. Mi escopeta la doblegó sobre sus cuatro patas.

A veces, hube de esperar, con paciencia, a que el bicho diese más cuerpo para permitir un tiro único y definitivo.  En otra ocasión, una hembra imponente -suelen ser más grandes que los machos-, detuvo su carrera frente a mí, a unos veinte metros, en el filo de una colina. No acertaba el suido a descifrar la circunstancia. Tienen mala vista, aunque un excelente oído y un mejor olfato, pero esa vez el viento soplaba a favor del tirador.

Con todo, la mejor escena de jabalíes que he contemplado ocurrió en cierta lejana ocasión en que “espiaba” por venado un abrevadero en lo alto de una montaña. Tarde calurosa, miraba al fondo de una ladera cuando percibí movimiento. Fije la vista. Era una procesión de jabalíes. Encabezaba una hembra la piara. El sendero era estrecho, de modo que iban uno tras otro e, inusualmente, en completo sigilo, en silencio, sin rodar guijarros. Me deleité contemplándolos. Parecían pasar de largo, pero conocía la ruta y confié en que doblarían y llegarían a la orilla del agua. Los esperé inmóvil, lista el arma. Y llegaron.