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De ayer y de ahora



ROGELIO PORTILLO CEBALLOS

Sólo tres anécdotas


Domingo 24 de Mayo de 2020 7:12 am


1.- Para ser feliz. Hace algunos años, cuando aún vivía mi tío Jorge Portillo del Toro (1916-1998), quien fuera maestro, poeta y filósofo, mis hermanos y yo le hacíamos multitud de preguntas y el solía responderlas a modo de broma y con mucho buen humor.

En cierta ocasión, ya estando él enfermo y postrado en cama en el hospital, alrededor de sus 80 años de vida, y manteniéndose todavía lúcido y perspicaz en sus comentarios, solía responder nuestros interrogantes sobre la vida y su significado.

En un día de su convalecencia en el hospital, le tocó a mi hermano Armando estar al pendiente de mi tío, por lo que se le pudiera ofrecer. Así pasaban momentos en que mi tío dormitaba y mi hermano permanecía vigilante para apoyarlo en cualquier necesidad. En esa situación surgen periodos de tiempo propicios para hablar de la vida, la felicidad y la existencia en general.

Mi hermano Armando aprovechó aquella magnífica oportunidad para platicar con aquel tío filósofo, poeta y maestro que siempre nos cautivaba por su ingenio, memoria e información que manejaba. Armando decidió hacerle un comentario y una pregunta. Le dijo más o menos así: “Oye tío, tú que has vivido mucho, que has reflexionado bastante y que conoces lo que otros filósofos han pensado sobre la vida, ¿cuál crees que sea la fórmula para ser feliz?”.

Mi tío fue respondiendo poco a poco al tiempo que en su semblante se reflejaba una mirada picaresca: “Mira Armadillito… para que seas feliz… para que seas feliz… tienes que hacer muchas… pero muchas… muchísimas pendej… tanto de chico como de grande. Y a propósito, “mercachife”, te felicito porque tú si tienes mucha madera para ser feliz”.

2.- La cueva de San Andrés. En un viaje hace tiempo a mi esposa y a mí nos causó profunda impresión el paseo a las rocas y al famoso arco, símbolo no sólo de Cabo San Lucas sino de Baja California Sur. En una lancha con fondo de cristal salimos de la soberbia Marina de Cabo San Lucas –atracadero de lujosos yates y embarcaciones–, y nos dirigimos por mar a los confines de esta tierra, a los cerros, playa, rocas y acantilados donde concluye la Península. Y allá íbamos junto con otros turistas que nos acompañaban: un brasileño, una pareja joven, otra con dos pequeños hijos, una mujer con su hija, y el lanchero como guía y conductor. “Vean allá –decía el lanchero– esa es la playa del amor porque conecta el Mar de Cortés, de un lado con el Océano Pacífico, por el otro y cuando hay temporales las olas de los dos lados chocan como si se estuvieran besando. Observen las figuras de las rocas, las focas y como las olas chocan en los peñascos. Miren cómo bucean esas personas, admiren los peces a través del fondo de cristal. Vean también esa cueva –proseguía el lanchero– esa es la cueva de San Andrés”. “¿Por qué de San Andrés?”, preguntó uno de los niños. El lanchero con cara sonriente y pícara mirada contestó: “Es la cueva de San Andrés porque es donde entran dos y salen tres”. El niño se dirigió a sus padres y les dijo: “¿Por qué no van ustedes?”, los dos contestaron al unísono: “¡No, así estamos bien!”.

3.- Con mejores prestaciones. Hace ya varios años hubo un encargado de las áreas cultural y social de la Delegación del ISSSTE en Colima, que era el responsable de atender a pensionados y jubilados, personas todas ellas de la tercera edad. Aparte de ofrecerles cursos, actividades sociales y culturales y de recreación, así como artísticas, también les administraba algunas prestaciones. Un día llegó muy contento con todas las personas de la tercera edad a su cargo y les dijo muy alegre y satisfecho: “¿Qué creen?, les he conseguido una prestación y un apoyo económico más. Es un logro que pueden disfrutar cuando así lo deseen; les he conseguido un descuento del 30 por ciento en todas las funerarias con las que trabajamos”.