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Marginalia



CARLOS FERNANDO HERNÁNDEZ BENTO


Domingo 24 de Mayo de 2020 7:10 am


“HAY que darle un sentido a la vida por el hecho mismo de que la vida carece de sentido” (Henry Miller).

¡Ay, “Santo Tomás” de anteojos opacos como noche oscura! ¿Cómo ibas a ensamblar un puzzle tan complejo, si de siempre despreciaste una pieza que no se puede medir, ni contabilizar, ni ver a través de los ojos de la diosa Razón que veneraste hasta las últimas consecuencias?

Sin esa pieza clave nunca jamás ibas a completar nada que poseyera un sentido redondo y luminoso, aunque pudieras retornar eternamente al mundo a seguir dándole testarazos al asunto, por los siglos de los siglos.

Animal racional puro y ateo hasta la médula. ¡Pobre desdichado! Tuviste que sufrir mucho ante un puzzle incompleto, que debió de ser para ti un auténtico rompecabezas en vida. Es el precio de no creer en nada más allá de lo que se puede ver y tocar.

“La más clara prueba de que existe vida inteligente en otros planetas, es que aún no han venido a visitarnos” (Sigmund Freud).

Está clarísimo, doctor Freud, es que llamamos inteligencia a cualquier cosa. Que diga algo así alguien que se dedicó a hurgar en la mente del prójimo, pues da mucho que pensar, la verdad.

Quizá es que no halló nunca ningún atisbo de inteligencia y si la llegó a encontrar debe ser que se la quedó, para decir frases tan agudas como ésta.

“Por la mañana no dejes de hacerte esta cuenta: tropezaré hoy con un curioso, un provocativo, un doloso, un envidioso o un intratable. Todos estos vicios les vienen de la ignorancia del bien y el mal” (Marco Aurelio).

Si es sólo por un rato, lo mejor es aceptar su imbecilidad como incorregible y perderles de vista cuanto antes. Defiende tu paz. Cosifícalos rebajándolos a la altura de una piedra y sigue tu camino. Por ejemplo, si el encuentro es con un antiguo “amigo”, sonríele y luego te lo quitas de encima con un siempre elegante: “¡A ver cuando nos vemos!”.

Ambrose Bierce y sus extraordinarios cuentos.

En la Guerra de Secesión de Estados Unidos un centinela emboscado tiene a tiro a su propio padre, el cual milita en el bando enemigo y aparece ante sus atónitos ojos montando a caballo. ¿Qué sucederá, finalmente?

Quizá las batallas más grandes sean las que se libran en la propia conciencia; y quizá sea cierto, también, aquello de que no hay guerras más canallas que las civiles. ¿No creen?

Esta escalofriante historia la pueden encontrar en uno de los fabulosos cuentos de Ambrose Bierce, autor del no menos extraordinario “Diccionario del Diablo”, muy recomendable por su humor ácido y fina ironía. “Bitter Bierce”, le decían.

“Espalda: Parte del cuerpo de un amigo que uno tiene el privilegio de contemplar en la adversidad” (Ambrose Bierce).

A esto se podría añadir que, cuando te empieza a sonreír la fortuna, puede pasarte exactamente lo mismo. Tanto en la adversidad como en la fortuna repentina el falso amigo huye despavorido. ¡Mejor para ti!

“Egoísta: Persona que piensa más en sí misma que en mí” (Ambrose Bierce).

¡Las cosas tuyas, Ambrose! Eres un gran escritor y sabrás, además, lo que no está escrito, pero, perdona que te corrija... ¡no es en ti, es en “mí” en quién no piensa un egoísta!

“Los hombres son portadores de derechos naturales y libres por naturaleza” (John Locke).

A este inglés, tantas veces olvidado en los planes escolares, le debemos muchos conceptos, que dan estructura a la Democracia moderna y que manejamos a diario en nuestras tertulias: la libertad individual, la igualdad, la tolerancia, la separación de los poderes que nos rigen, el derecho a criticar a nuestros gobernantes o el de buscar nuestra propia felicidad... ¡Son ideas suyas!

Dichos conceptos fueron adoptados por la Ilustración francesa (Voltaire, Montesquieu o Rousseau, veneraron a Locke como a un santo); y constituyeron el motor de las tres grandes revoluciones: la inglesa (1688), la americana (1776) y la francesa (1789), con las que la humanidad “pasó de fase”, entrando de lleno en el mundo nuestro de cada día: el de los súbditos que se fueron convirtiendo, poco a poco, en ciudadanos conscientes de sus derechos.

Ya ven... la Filosofía, tantas veces despreciada como cosa de locos y gente rara, cobra así un valor incalculable. Los conceptos que usamos, no salieron del suelo como las setas... se los debemos a alguien. ¿A quién?... ¡A los filósofos! Antes de ellos la gente no tenía este tipo de ideas ni en la mente, ni en la boca. Recordémoslo en nuestro próximo café con charla.

Y como es de bien nacidos el ser agradecidos... ¡Yo libro, salvo, brindo y voto por el señor Locke y todos sus compañeros, los que fueron antes y los que vinieron después que él!

“Yo he tratado más de releer que de leer. Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer, se necesita haber leído” (Jorge Luis Borges).

Muy bien, señor Borges, pero creo que hay algo todavía mejor, al menos para las obras que son referente personal: memorizarlas por completo. Es decir, que si, por ejemplo, te gustan con locura: el Rayo que no Cesa, de Miguel Hernández; el Romancero gitano, de Lorca; Campos de Castilla, de Machado; las Rimas, de Bécquer; o amplios pasajes de Calderón o Shakespeare, lo mejor es que los interiorices hasta tal punto que ya no tengas que releerlos, ni llevar los libros contigo. Además de tus imprescindibles habrá, por supuesto, infinitas cosas que leer y releer.