El santoral de las lluvias

PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS
Viernes 03 de Julio de 2020 7:45 am
DESDE hace un siglo y hasta los años 70, a la Villa se le conocía como el granero del estado, porque importantes agricultores vivían en esta tierra y sembraban muchas parcelas empleando a numerosa gente del municipio y de los circunvecinos. Esta economía pujante basada en la agricultura daba de comer a mucha gente. Jornaleros, medieros, grandes agricultores, los maizeros, un importante sector que intermediaba con el grano, las desgranadoras con sus cargadores y otro sector del gobierno que apoyaba para la aplicación de los insumos e implementos para la siembra, posteriormente vigilaban la aplicación del precio de garantía. Es por ello que todo mundo en la Villa a partir de junio volteaba a ver el cielo. Hace unos días escuchaba decir a algunas personas que el agua del cielo no llegaba, que anteriormente junio era muy llovedor, y no es cierto. En junio empezaban las lluvias pero de manera intermitente, con dos o tres buenas tormentas el campesino se disponía a romper el terreno que previamente había desmontado para iniciar la siembra. En mayo era cuando se desmontaba la parcela, se basureaba y se quemaba la basura, que eran por lo regular huizaches. Había tres fechas que el campesino veía con esperanza y fe religiosa, basado en el santoral. El 13 de junio decían que era obligada la lluvia, mucha gente del norte del estado me ha platicado que cuando se reunían en la hacienda de San Antonio, única vez que se abría para que el pueblo entrara, salían empapados y a correr para guarecerse una vez terminado el oficio religioso al que iba mucha gente, sobre todo las damas casaderas para que el santo patrón de las mismas les hiciera el milagro. Luego, la gente seguía volteando al cielo con la seguridad que el 24 de junio, el mero día de San Juan, cayera la tormenta que hiciera que la gente se fuera a los potreros, era una fecha inexorable y muchas veces regresábamos de la calle con el torrencial aunque la mañana estuviera límpida. Es la fecha más conocida y reconocida del pueblo asociada con la lluvia. Algunas familias en el barrio hacían juegos para alegrarse y festinar el inicio del periodo de aguas. Algunos de esos juegos medio fuertes, como el hecho de enterrar una gallina y dejar afuera su cabeza, haciendo que las jovencitas con los ojos vendados les atinaran. Luego con ello hacían un rico caldo. Luego a voltear de nuevo al cielo porque si se fracasaba en los pronósticos climáticos anteriores, el 29 de junio no podía fallar, era el día de San Pedro y San Pablo, y siendo Pedro el poseedor de las llaves del cielo, éste abría las puertas de par en par para que el torrencial cayera dando mucha felicidad a los campesinos que entendían el fenómeno como bendiciones de Dios para el campo. Muchas veces tuvimos que recoger las calificaciones de fin de curso y nuestros trabajos manuales bajo una pertinaz lluvia. Los niños de esa época sabíamos que a partir de ese momento dejábamos útiles y lápices para ponernos nuestros huaraches de correa cruzada, tomar nuestro costalillo y durante 2 meses nos metíamos al surco para sembrar, escarbar y abonar, que eran los trabajos propios de los infantes campesinos. En todas las parcelas se empleaban a los niños, la verdad es que estas actividades nos moldeaban y nos hacían más responsables, enseñándonos a valorar las cosas. Llegábamos por la tarde cansadísimos y en cuanto nos daban nuestra humilde cena de chocolate con galletas de animalitos y tacos de frijoles fritos, salíamos a la calle unos minutos y luego directos a la cama para recuperar fuerzas y levantarnos muy temprano al día siguiente. Los 3 meses posteriores las lluvias y aguaceros se normalizaban, y pasado el mes llovedor, en septiembre, el temporal amainaba para dar paso a la cosecha. ¡Buen temporal, señores!