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Momentos



EVA ADRIANA SOTO FERNIZA

Horas oscuras


Sábado 01 de Agosto de 2020 8:06 am


HACE ya algún tiempo leí Los cazadores de microbios, una serie de biografías condensadas de grandes científicos y su lucha por encontrar a esos minúsculos enemigos que acaban con nuestra salud y en muchas ocasiones también con nuestras vidas. Es un libro fascinante, escrito por Paul de Kruif, que fue un médico, bacteriólogo, escritor y novelista estadounidense descendiente de holandeses, nacido en 1890. Durante la Primera Guerra Mundial fue enviado a Francia, donde sus trabajos se encaminaron a combatir la gangrena gaseosa por medio de una antitoxina. Fue el primero en inyectar a los heridos de guerra el suero contra dicho padecimiento. A partir de entonces se dedicó a la lucha contra los microbios, murió en Holanda el 28 de febrero de 1971.

Esta lectura se quedó consolidada en mi memoria, ya que marca un antes y un después en la historia de las enfermedades y plagas que han asolado a la humanidad. El libro comienza con quien, si no hubiera pulido y pulido lentes y fabricado sus propios aparatos, el mundo microscópico hubiera tardado tiempo en descubrirse, vale la pena mencionar su nombre ya que hoy pocos le conocen. Se trata del holandés Anton van Leeuwenhoek, 1632-1723. En esos tiempos se creía que las enfermedades las ocasionaban demonios perversos: “Las paperas son provocadas por el maligno espíritu de las paperas que invade al enfermo”. El caso es que Antón, con su básico microscopio creado por él mismo, se dedicó a la tarea de descubrir a unos “despreciables bichejos”, como él los llamaba. Era tanta su curiosidad que fue encontrando poco a poco lo que hoy llamamos microorganismos. Los mismos que en el tiempo pudimos ver que son fatales o benéficos para plantas, humanos, animales o la industria.

Nuestra lucha por existir está íntimamente ligada a estos seres tan infinitamente pequeños como infinitamente presentes, en tantas ocasiones peligrosos y mortales y cuya misión parece ser permanecer inmortales y mutantes en el entorno que nos rodea. De  pronto y durante un breve tiempo nos vimos libres de muchos de ellos gracias al descubrimiento de los antibióticos y grandes avances de la medicina. Todavía conservo las fotografías vivas de la niñez de mi generación en las que convivimos con padecimientos que se sucedían unos a los otros de acuerdo a las fechas del calendario. La tosferina nos dejaba de pronto sin amigos para jugar, y recuerdo escuchar las “toses de perro” de mis vecinos, mientras junto con mi hermano permanecíamos encerrados en casa, en el remedo de una cuarentena obligada. No había medios noticiosos como los de hoy, así que cierto número de fallecimientos sobre todo en chiquitines de la primera edad, no llegaban a ser de nuestro conocimiento.

Y así iban desfilando durante el resto del año, las paperas, la viruela, que así le llamaban aunque era la famosa varicela que dejó marcas indelebles en la piel de muchos de nosotros. Desde pequeñas cazuelitas, hasta cutis “cacarizos”, como dieron en llamarles. Ya se practicaba entonces –sin saberlo– la famosa “inmunidad de rebaño”; las mamás, esas nuestras madres sabias, a fuerza de lidiar con tantas plagas virulentas que nos asolaban, muchas veces “juntaban” a todos los chiquillos de la casa en un solo cuarto para época del sarampión, por ejemplo. ¡Ah!, pero ya cuando nos creímos muy protegidos resultó que la siguiente generación, la de nuestros propios hijos, empezó a ser contagiada por otros bichejos nuevos o mutantes: los omnipresentes virus. Mis hijos se pasaron buena parte de su niñez atacados por estos nuevos visitantes con nombres que nunca antes había escuchado, como el popular “rotavirus”, y la gran mayoría de sus afecciones pasaron a ser “virales”.

Bueno, pues ahora resulta que nosotros, los cuidadores eternos de esta nueva generación de adultos, somos los vulnerables a la nueva aparición de virus. Ahora coronados: los coronavirus. Algo nos quería decir la naturaleza, ya desde que aparecieron en nuestros hijos pequeños las primeras y casi desconocidas infecciones “virales”. El enemigo microscópico ha estado trabajando concienzudamente y muy duro desde entonces para llegar a esta histórica pandemia. Ellos son los dueños del planeta y nosotros aún no terminamos de recibir el mensaje. El cambio está en nosotros mismos, somos pasajeros no permanentes de este mundo y deberíamos dejarlo como lo encontramos para poder descubrir la luz en estas horas oscuras.

 

bigotesdegato@hotmail.com