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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Nuestras palabras


Sábado 01 de Agosto de 2020 8:08 am


1.- Hay palabras que sólo los mexicanos entendemos en el habla cotidiana del español de nuestro país. Los lingüistas les llaman mexicanismos. Son miles. Proviene la mayoría del náhuatl, el maya y otras lenguas originarias. Nombran personas, animales y objetos para los cuales el castellano peninsular no dispone de vocablos. Y no los tiene porque nunca necesitó utilizarlos pues tales seres animados e inanimados no existen en su entorno. Pongamos por ejemplo una fruta, el aguacate, originario de América. Hoy esa palabra ya no es un mexicanismo, sino término universal adaptado a muchas lenguas. Así, en inglés y en italiano es avocado, avocat en francés y alvocat en catalán. En varios países de Sudamérica le llaman palta y también es correcto. Aguacate, en náhuatl, significa testículo. Es evidente la razón.

2.- Milpa, vocablo mexicanísimo, designa mucho más que un sembradío de maíz. Se trataba originalmente de un cultivo diverso. Maíz, calabaza, frijol y chile se sembraban asociados. El conjunto así integrado permitía a las plantas beneficiarse unas de otras. El frijol, pongamos por caso, aporta nitrógeno al suelo y el tallo del maíz le sirve de soporte a la guía que dará la vaina tierna del ejote de donde al secarse se obtiene la semilla del frijol. Esa unidad de cultivos es la milpa. En náhuatl, significa “sobre la heredad”. Tal era el concepto y la importancia que los nahuas daban a esa fuente de alimentos indispensables hasta nuestros días en México. Un español o un argentino desconocedor de la agricultura mexicana no entienden, en principio, qué nombra la palabra milpa. La escuchan y comprenden el fonema, no el significado.

3.- Imagino la cara de sorpresa de los aficionados al futbol españoles cuando escucharon por primera vez el nombre de aquel jugador que le anotó un vistoso gol al Real Madrid: Cuauhtémoc Blanco. ¿Cua qué? Quizá prefirieron llamarlo Blanco o de plano olvidarse de él. Lo mismo pudo suceder con Jesús Corona, motejado El Tecatito. -¿Y eso qué significa, tío?-.

En este lado del Atlán-tico, tampoco entendemos ciertas palabras del castellano peninsular porque no forman parte de nuestro universo inmediato. Por ejemplo, cuando escuchamos a un español decir acebuche no comprendemos a qué se refiere. Se trata de un olivo silvestre productor, dicen quienes saben, de una pequeña aceituna de la que se obtiene el mejor aceite de oliva extra virgen. De paso, digamos que el aceite es de oliva, no de olivo. Olivo es el árbol que da olivas, esto es, aceitunas de las que se extrae aceite.

4.- En ocasiones, una misma palabra de nuestro idioma designa seres o cosas diferentes. Tejón, en español peninsular, refiere a un bicho bien diferente al tejón en México. Aquí nombramos así al coatí. Nos lo aclara bien la taxonomía. En las clasificaciones científicas el tejón europeo lleva el curioso nombre Meles meles, el americano Nasua nasua y a una subespecie se le identifica por Nasua narica. Si alguien prefiere otras formas, en el habla popular americana tiene, nuestro animalillo, los siguientes a disposición: cusumbos, cusumbosolos, cuchuchos, guaches, gatos solos (y no son felinos ni mucho menos), pizotes, mípalos y misha. A escoger. Y todos son vocablos correctos.

5.- Y son correctos porque los usan los hablantes. Los admitan o no las academias de la lengua, mientras estos o aquellos vocablos estén arraigados en el lenguaje común, popular y comuniquen con precisión, son legítimos porque tienen vida.

Mediante un diálogo entre Don Quijote y Sancho Panza, su escudero, Miguel de Cervantes asienta que la lengua la hacen los hablantes y cambia conforme al uso. En la conversación, el Caballero de la Triste Figura explica a Panza tal idea con el caso del término regüeldo, en ese tiempo en proceso de cambio a oruto, eructo en nuestro tiempo. Cervantes, lejos de condescender con la corrupción de la lengua que de vez en vez termina imponiéndose, diserta breve sobre las modificaciones del idioma. Una lección aún vigente 500 años después. Tanto cambia el lenguaje vivo que hoy necesitamos un diccionario para comprender muchos términos y expresiones del Quijote. El enorme edificio de esa obra maestra de la novela universal, sin embargo, pervive firme y comprensible en un mismo idioma, el nuestro. Hasta la literatura contemporánea suele remitirnos al salvavidas de un diccionario.

6.- Vivo, fuerte, vigoroso el español continúa extendiéndose por el mundo. Cada variante nacional y regional lo enriquece. Ni el peninsular es modelo ni lo son las formas diversas adoptadas en el mundo hispanoparlante. Todas legítimas, conservan la unidad primigenia con base en una cultura común. Si alguna lengua humana goza de cabal salud hoy mismo esa es el español, nuestro idioma. En el caso mexicano, fortalecido con las aportaciones espléndidas del náhuatl, el maya y otras lenguas originarias y los vocablos y giros introducidos por varias migraciones consolidadas en la mexicanidad.

Volveré otro día sobre los regionalismos colimenses, asaz interesantes y reveladores de nuestra historia y cultura natal.