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Los guachames



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 07 de Agosto de 2020 7:12 am


LOS guachames éramos los bastimenteros, niños cuya edad oscilaba entre los 8 y 12 años, encargados de llevar el bastimento (alimento) hasta las parcelas donde trabajaban los mozos. En el caso de las salinas era lo mismo. En la Villa había tres rutas importantes para llevar alimentos: la salida al Seis (por el panteón), la salida a Pastores (por la ex hacienda del Carmen), y la salida a El Espinal, que era la más importante porque por ese rumbo tenían sus parcelas la mayoría de los ejidatarios, bajando por la calle Aquiles Serdán a topar con el callejón.

Al guachame le dejaban la bestia más mala porque las mejores las metían al arado, mucho tiempo tuve un caballo trotón que le decíamos El Camello, por grandote y patarato para caminar. La rutina era la siguiente: a las 7:30 de la mañana nos colgábamos una canastilla jitomatera y comprábamos las tortillas en la tortillería de Nacho Torres, en la plaza principal, todavía existe después de más de medio siglo, cargábamos la bestia con los frijoles recién cocidos, asegurándonos de que no derramaran caldo, porque si le caía caldo caliente la bestia reparaba tirando guachame y bastimento. En más de una ocasión nos pasó, ahí andábamos recogiendo tortillas enterregadas.

Salíamos por el callejón rumbo al Tropezón, un rancho que estaba en la esquina de la Aquiles Serdán, con la calle que va a la Diana Cazadora, volteábamos a la derecha, no había casas ni avenidas, ni soñar con la avenida Benito Juárez y menos en la Pablo Silva, puro lienzo de piedra y el verdear de los cultivos; adelantito estaba el Camichín de la rayuela, luego hacíamos de tripas corazón para pasar un gran charco que llegaba el agua a los estribos, con mucho cuidado lo pasábamos y llegamos a El Centenario, rancho actualmente propiedad de Arturo Valencia; más adelante otro charco y el Rancho Blanco, enseguida volvíamos a rezar al llegar a la Higuera del Muerto, por ese rumbo habían matado años antes a un buen caporal y vaquero llamado Pifanio Castillo.

Después nos encontrábamos con la puerta de El Espinal, era la entrada al núcleo fuerte de las parcelas del ejido del mismo nombre, allí vivía Alberto Sánchez, El Liso, trabajaba la siembra con su familia, con la nietada, actualmente la puerta del espinal es el afamado e internacional restaurante de El Chíngale; continuábamos el camino y en el arroyo del tecolote, donde estaba el rancho de El Pollo Virgen, girábamos a la izquierda para adentrarnos de lleno a las parcelas; divisábamos la mozada y los troncos de mulas vuelta y vuelta y el saludo franco de los amigos del barrio. Una hora y media después de iniciar nuestro camino llegábamos a la parcela de nuestro destino y a bajar los costalillos para que almorzara la gente.

Almorzábamos con ellos y en cuanto terminaran vuelta para atrás hasta la Villa, llegábamos a las 11:30, en friega otra vez a las tortillas, y a las 12:30 de nuevo a agarrar el camino para llevar la comida. Después de la comida hacía una pequeña siesta y luego nos poníamos a trabajar junto con los demás para regresar a las 6 de la tarde con todas las mozadas que iban saliendo al callejón, era un gentío y la platicadera, muchas veces nos agarraron los aguaceros, nomás nos arremangábamos el pantalón, nos poníamos las mangas o capote, el forro al sombrero agachábamos la cabeza y a toparle al agua, sobre todo cuando venía con borrasca, hasta llegar entre 7 y 8 de la noche a nuestro hogar, darle de comer a las bestias, cenar nosotros, dormir y al día siguiente la rutina; a caminar 6 horas a caballo no cualquiera, en uno que brincaba más que un torito mecánico.

Todo esto lo hacíamos en las vacaciones de verano, era bonito caminar a caballo con nuestra resortera en mano viendo los sembradíos verdes y a los hombres de campo pegados al surco, en un ambiente muy sano en la Villa de hace poco más de medio siglo.