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Los graniceros



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 08 de Agosto de 2020 8:18 am


CERCA de Perote, Veracruz, hermoso lugar frío y alto del altiplano, recibí una gran lección acerca del manejo del clima por el hombre. Ninguna oficina aporta datos sensibles y humanos para entender la vida de los pueblos. Lo guardé en mi memoria.

Lo recuerdo porque leo versiones ingenuas y sin fondo científico acerca de los cañones antigranizo, muy de moda ante los paulatinos efectos del cambio climático. Lo ideológico predomina en esas discusiones porque son grupos económicos importantes quienes los promueven a costa de afectar a los pequeños productores. Nadie ha comprobado su efecto mágico.

Una mañana de hace años, desayunamos en medio del frío intenso. El viento rozaba los cachetes y a los niños del rumbo se los pintaba de rojo, con el polvo pegado y los cabellos volando, les convertía la carita en un gran retrato.

Antes de salir dimos cuenta de un gran atole caliente. La esposa de nuestro guía y amigo preparó unos especiales tlacoyos de chicharrón y frijoles, el verde del maíz criollo destacaba en el blanco plato de su esposo, los nuestros eran de barro. Calientitos, los tlacoyos exigían una salsa roja y picosa de ingredientes asados en las brasas del viejo fogón familiar que había servido a los comensales de varias generaciones. El sabor era divino, la disfruté contra la salsa de licuadora.

Caminamos con rumbo a Puebla. Me impresionó, como siempre, la fortaleza de San Carlos, donde nació el Heroico Colegio Militar y murió Guadalupe Victoria. La fortaleza que un día las autoridades locales con pesada ignorancia convirtieron en cárcel y sitio de feria del pueblo, afectándola.

Subimos un cerro y bajamos a una parcela donde los amigos tenían una casita sin paredes (decían sus hijos) para cubrirse del sol y la lluvia. De pronto, el cielo se pintó de negro, las nubes formaban remolinos oscuros y se desplazaban con gran velocidad. Amenazaban a las milpas y plantas de frijol, al trigo, a los cultivos del rumbo. Los destrozarían y ni cómo detenerlas.

Alberto pidió a su abuelo hacer algo. El señor estaba concentrado, se persignaba una y otra vez. Rezaba. Cerraba sus ojos, los abría y miraba al cielo. Entendí que el respetable anciano sabía lo que pasaba y qué hacer.

La lluvia intensa se descolgó. Mojó la tierra y parecía inundarla. El señor salió de la casita y se paró en medio del terreno, miró al cielo y mostró la cruz con sus dedos. Rezó por minutos mientras recibía agua fría sobre su cuerpo sin sombrero y sin impermeable. La tierra de sus pies se lavó. Su hijo y su nieto también rezaban. Nos asombraron.

Bajó la intensidad de la lluvia. El señor regresó a la casita, cansado y satisfecho, al decir de su hijo. Buen trabajo. El abuelo pidió que la lluvia no dañara. Regresamos a cenar a casa.

Pasada la lluvia nos reunimos en casa de Beto. Otro viejo comentó que el abuelo era granicero, el cielo lo escogió. Un día le cayó un rayo y desde entonces habla con los ahuaques para evitar que la lluvia, el granizo, los rayos y los relámpagos se lleven nuestras plantas y semillas. De eso se alientan, pero nos dejan sin comida.

El viejo sabe cómo comunicarse, los convence y el granizo se va a donde no hay gente y cae. Desde joven, el abuelo de Beto ha defendido a nuestra gente. El hace el bien, es su vida.

En esas zonas altas, dicen, desde tiempos prehispánicos los graniceros hablan con las nubes, así lo hicieron los chamanes escogidos por el cielo y los rayos, no por sus jefes. Se les conoce como trabajadores del tiempo o magos del clima. Desde hace más de 500 años dominan las alturas y ahí están.

Vaya que he regresado a Perote. A Beto y su familia los busqué varias veces y ya no están. No los conocen. Un día la lluvia acabó con las casitas y el pueblo se renovó. Quizá el granicero abuelo de Beto ya había muerto y los dejó desprotegidos. Les creo y lo abrazo a su memoria.

Yo sí creo en los graniceros porque los vi y lo viví. Los cañones antigranizo son ingenuas leyendas urbanas.

 

nachomardelarosa@gmail.com