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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?


Domingo 09 de Agosto de 2020 7:03 am


AQUELLOS pescadores, discípulos de Jesús, subieron a su barca y se alejaron de la orilla donde se había quedado Jesús para orar. Entonces se desató un fuerte viento. La barca estaba muy lejos de tierra, sacudida fuertemente por las olas y a punto de naufragar.

El maestro va al encuentro de ellos caminando sobre las aguas. No lo reconocieron, pensaron que era una fantasma. Una sola palabra de Jesús vino a calmarlos y a darles la paz y la confianza: “¡Ánimo, no tengan miedo, aquí estoy!”. Entonces, Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti, caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua, pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!”; Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “¡Hombre de poca fe!, ¿Por qué dudaste?”.

Muchas veces nos hemos alejado de Cristo atraídos por el encanto de las sirenas. Estamos embebidos en el tráfico de la vida, metidos en el torbellino de nuestras pasiones, que por esto perdemos de vista a Jesús. Nos olvidamos de él en poco tiempo, ya no lo reconocemos y hasta nos parece un fantasma, algo que no existe. Un Cristo no actual, pálido en la lejanía del tiempo. Un Cristo que habló, que curó, que murió, que se fue. Un Cristo que se acabó.

Pero Cristo está vivo. El no mintió cuando dijo: “Yo estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos”. Cristo está en la Eucaristía, hecho pan para alimentarnos. Cristo está dentro de nosotros cuando, por la gracia, la Trinidad entera toma posesión de nuestro ser. Pablo de Tarso decía emocionado: “Ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mí”. Realidad velada a nuestros ojos de carne, pero perfectamente visible con los ojos de la fe, ojos que ven más allá de la vida y de la muerte.

Pero no nos rompamos la cabeza. Hay otro Cristo vivo, tangible, de carne y hueso, que está frente a nosotros todos los días: es nuestro prójimo. Cristo es nuestro vecino, el compañero de trabajo, la esposa, el esposo, los hijos, el pariente pobre. Cristo es el magistrado y es el borracho, el banquero y el pordiosero, el sacerdote y el ateo, la monja y la prostituta. En una palabra, Cristo es todo hombre, es todos los hombres, sin distinción de razas. Cristo es todo aquel que se te acerca y te necesita. De ti depende ayudarlo o ignorarlo, amarlo o despreciarlo. Jesús dijo: “Todo lo que ustedes hagan con uno de esos pequeñitos, me lo están haciendo a mí”. Estas palabras nos juzgan.

Amigo(a): Cristo no es un fantasma. Es Dios mismo, vivo, eterno y misericordioso; que nos habla, nos pide, nos manda, con palabras de vida eterna: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo, como a ti mismo”.