Cargando



Democracia y corrupción



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 13 de Agosto de 2020 7:06 am


DURANTE la larga campaña de López Obrador, el concepto de corrupción fungió como aglutinante de esperanza hacia el futuro, así como de fundamento para la construcción del enemigo (la mafia del poder) y del diagnóstico de la historia padecida, la de la corrupción asociada a un “régimen neoliberal” que había llevado a México, en su expresión más reciente, al despeñadero. En buena medida, a raíz del triunfo electoral de AMLO y Morena en las elecciones de 2018 y la crisis del sistema de la transición, es muy complicado discutir el problema de la democracia en México sin hacer referencia a la corrupción. Este fenómeno es importantísimo, pues implica un cambio fundamental en la forma de concebir el ejercicio de la democracia, que puede ser apreciado al momento de analizar los conceptos asociados al concepto mismo de democracia. Dicho de otra forma, una manera de aproximarse a los significados de los conceptos políticos fundamentales, como el de democracia, es identificar y analizar los conceptos que más se asocian con una palabra en el debate público.

Durante el tercer cuarto del Siglo 20, el concepto de democracia se discutía mucho a nivel internacional a partir de la división del mundo en los dos bloques de la guerra fría: el capitalista de las democracias liberales, por un lado, y el socialista de las “democracias” populares. Sin embargo, en México la cuestión de la democracia no dominaba el debate público. En general, la revolución en su realización institucionalizada había logrado un consenso más o menos pasivo, una legitimidad tácita que, a pesar de celebrarse elecciones periódicas, opacaba el espacio para debatir a fondo la cuestión democrática. Salvo episodios particulares y muy importantes, como la reforma de López Mateos, las candidaturas de Miguel Henríquez Guzmán, los movimientos sindicalistas de ferrocarrileros y maestros y el intento democratizador de Madrazo en el PRI, la democracia como concepto pintaba poco en el debate público mexicano, puesto que hasta cierto punto el régimen autoritario mexicano había conseguido, según el discurso, las metas de justicia social planteadas por la revolución. Estabilidad política y desarrollo económico volvían menos importante las discusiones sobre democracia.

Fue a partir del movimiento estudiantil de 1968 y sus consecuencias que la cuestión democrática se desplazó al centro de la discusión pública. Surgieron guerrillas rurales y urbanas (además de las que ya existían antes del 68) que interpretaron el 2 de octubre como el cierre de la opción no violenta de cambio político. Por otro lado, Echeverría impulsó la llamada “apertura democrática” para buscar la reconciliación (¿cooptación?) de las clases medias urbanas, los estudiantes, la izquierda nacional y diversos intelectuales. El impulso de la presión social desembocó en la Ley de Organizaciones Política y Procesos Electorales (LOPPE) que ha sido interpretada como el origen de la apertura a la competencia partidista. Se impuso entonces un nuevo concepto fundamental asociado con el de democracia: las elecciones. La cuestión de la competencia electoral y el del diseño de organismos autónomos capaces de garantizar un mejor funcionamiento de la democracia, primero, y después de otras ramas de la administración, fue uno de los pilares del régimen de la transición, que parece estar llegando a su fin.

Uno de los éxitos (al menos en el discurso) de López Obrador es haber dado cauce electoral a un reclamo amplio de la sociedad mexicana: las elecciones limpias son necesarias, pero no suficientes para lograr la consolidación de la democracia, pues en el ejercicio de gobierno la corrupción se convierte en un factor fundamental para los problemas estructurales de México: violencia, desigualdad, pobreza, violaciones a los Derechos Humanos y un largo etcétera. No conocemos los alcances de la democratización obradorista, pero sin duda ha logrado cambiar los conceptos principales relacionados con el de democracia.