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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Esta y otras pandemias


Martes 15 de Septiembre de 2020 7:06 am


1.- Como toda especie sobre el planeta, desde nuestra aparición los humanos estamos expuestos a depredadores. Vivir es un riesgo de muerte permanente. Igual que otros seres vivos, desarrollamos mecanismos de defensa naturales para sobrevivir el mayor tiempo posible ante de fallecer por causas naturales, esto es, por deterioro del funcionamiento del organismo.

Nuestros ancestros recurrieron a la fuerza física para defenderse de animales, y sobre todo echaron mano de la inteligencia para abatir a algunos que los alimentaban y repeler a los peligrosos incluso dándoles muerte. Piedras, lanzas, cuchillos de pedernal, arcos, flechas fueron las primeras defensas. Probablemente, generar y controlar el fuego ha sido una de las mejores.

2.- Existen, sin embargo, seres peligrosos invisibles al ojo humano. Bacterias, hongos y virus han sido los más eficientes depredadores de nuestra especie. Invasoras, esas miniaturas microscópicas entran silentes, imperceptibles. Con asombrosa capacidad de reproducción, en pocas horas, acaso unos días, se cuentan por mi-llones, decenas y cientos de millones ante los cuales el cuerpo se defiende mediante un ejército de células especialmente diseñadas por la evolución. A veces ganamos y el enfermo se recupera. No siempre, y entonces fallece.

3.- Especie gregaria la nuestra, vivir en comunidad nos ha permitido extendernos en el tiempo y expandirnos en el espacio. A lo largo de miles de años, pasamos de las pequeñas hordas aisladas, de los clanes errantes a las tribus establecidas en un territorio. Luego a las ciudades-Estado, a las Naciones y a la globalidad inmediata que permite el transporte a alta velocidad. Virtud y pecado, tanta cercanía facilita la labor depredadora de los bichos microscópicos por la vía del contagio. El riesgo natural se potencia en las sociedades masivas.

No vayamos lejos. Véanse las cifras de contagios y fallecimientos en la tierra nuestra. Las ciudades más afectadas por la pandemia de Covid-19 son las cuatro más grandes: Colima, Villa de Álvarez, Tecomán y Manzanillo. Guardadas las proporciones, urbes superpobladas como la Ciudad de México y Nueva York resultaron atacadas con fragor por el coronavirus. 

4.- Hace unas semanas, nuestro suplemento cultural Ágora publicó una estremecedora viñeta de Don Manuel Sánchez Silva, fundador de Diario de Colima, que narra cómo la fiebre amarilla llegó a Colima a principios del siglo pasado en un barco fantasma a la deriva finalmente fondeado en el puerto de Manzanillo. Había 18 cadáveres a bordo, quizá dejados deliberadamente en aguas marinas para alejar el contagio de no se supo nunca dónde. Dos funcionarios de la Aduana marítima subieron a investigar, se contagiaron y murieron días después. Antes de fallecer, esparcieron la enfermedad que costó muchas vidas. 

5.- Las pandemias recorrían el mundo a menor velocidad que en nuestro tiempo, cuando en menos de 24 horas un portador de virus letales puede viajar de, digamos, Madrid o Roma a Colima o a cualesquiera otros puntos del planeta. Y ahora, como antes, los bichos nos encuentran en indefensión, nos sorprenden porque carecemos de defensas naturales para esos específicamente (ébola, VIH, coronavirus) y tampoco las tenemos inducidas, es decir, por vacunas. Hoy, las primeras defensas son similares a las de la Edad Media -el aislamiento tanto como sea posible- y las mascarillas. Hay científicos que sostienen la hipótesis de que el uso correcto de cubrebocas ha permitido, en estos aciagos días, contagios con manifestaciones leves, e incluso asintomáticos, por una carga viral menor. Requiere probarla.

6.- Falta un buen tramo de tiempo para que la pandemia decline. Las vacunas se erigen fuente de esperanza. En tanto, cada quien debe cuidar de sí mismo y de los suyos con el asilamiento posible. Volveremos. Eso está claro. Será a costa de cientos de miles de víctimas en el planeta, pero terminaremos ganando la batalla en tanto especie inteligente.

7.- Vendrán otras pandemias. Inevitables, los bichos que las producen son parte de la vida, de la naturaleza. A nuestra gene-ración corresponde aprender lecciones. Vivimos con demasiada prisa. Estamos organizados para producir lo que comemos, vestimos y habitamos de un modo tan ineficiente que ha vuelto excesivamente vulnerable a nuestra especie. Nos exponemos de más por obtener satisfactores nunca indispensables. La insatisfacción personal arroja a muchos al tumulto de los estadios, los conciertos, las fábricas, el transporte colectivo, los sobrevalorados sitios de re-creación, en busca de plenitud. Habrá que aprender que el contento emocional y espiritual a que tenemos derecho no está ahí donde la engañifa de masas contemporánea –esa madrastra indeseable y perversa– nos hace creer.

8.- Muchas son las propuestas de solución: contener voluntariamente el crecimiento de población, el retorno a la vida fuera de las ciudades, la producción familiar de alimentos naturales, la disminución drástica de la movilidad. O las más radicales: revoluciones sociales y políticas, ríos estos que desembocan inexorablemente en el mar de las dictaduras.

En tanto llegan esos cambios o se retardan, hay que esperar vacunas y prepararnos cada cual a resistir las eventualidades. Socialmente, el camino posible pasa por la ciencia. Quizás podamos adelantarnos a los bichos y prever sus mutaciones para actuar en consecuencia. De algo debe servir la inteligencia.