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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Cansados, pero…


Viernes 18 de Septiembre de 2020 7:15 am


1.- Es cierto. Todos estamos cansados de la vorágine de estos meses. De súbito, el bichito invisible, ínfimo, terrible nos removió la vida. Ningún terremoto, erupción volcánica o ciclón alguno nos había alterado de forma tan profunda y prolongada como el virus terrestre e infernal a la vez.

Arrancado de cuajo el árbol de nuestra cotidianidad, nunca estuvimos preparados para este modo de transcurrir el tiempo de cada cual y el tiempo de todos. ¿Cuándo una tragedia colectiva nos había cercenado tantas vidas? Acaso el huracán de 1959 supera el número de víctimas cobradas hasta ahora por una enfermedad intempestiva que parece flotar en el aire todo, en cada rincón. Con todo, aquel viento colosal y aquel agua de apresurada furia, incontenible, radical sucedió en unas cuantas horas. Como las peores sorpresas, llegó sin anunciarse y se fue dejando una impronta de muerte.

Distinta al desastre relampagueante del ciclón del 59 -61 años se cumplirán el mes próximo-, la pandemia amarga se ha convertido en suplicio permanente, continuado, sin reposo, agudo, roca enorme sobre nuestros hombros frágiles. Sí, su agobio cansa, su consecuencia duele, su negra labor enluta. 

2.- Primero el asombro. Lejanísimo, en China, nos preocupaba poco. Vino la duda, cuando el bicho se instaló en Europa para arrasar vidas. Se percibió el peligro cuando apareció al  norte nuestro para mostrar las debilidades letales del imperio de la Casa Blanca. Cuando por fin llegó, se encendieron las alarmas de los más prudentes. Y con él vino el miedo. Tan letal como invisible, el virus pululaba sobre las aguas de nuestras vidas.

Muchas formas tiene el miedo. Paraliza o activa, según el carácter de cada quien. En otros, asume la negación de la realidad como defensa: no es verdad, es un mito, una conspiración de poderosos, no existe. Modo peligroso tiene ese miedo.

3.- Mayor es el miedo a lo que no se ve. Somos naturalmente seres de percepciones. La realidad inmediata arriba al cerebro por los sentidos, sostenían con cierto grado de razón los filósofos empiristas británicos Hobbes, Locke y Hume. Acaso la vista y el tacto fuesen los principales.

¿Cómo enfrentar, entonces, a un enemigo invisible y por invisible poderoso hasta la letalidad? Los científicos, quizá nunca tan importantes como ahora, nos aconsejaron: lávate las manos, aíslate cuanto te sea posible, usa cubrebocas. Les faltó decir “¡reza!”, porque hasta en ellos, sabios, se manifestaba el desconcierto de lo todavía misterioso.

Medidas sencillas de cumplimiento difícil al prolongarse en el tiempo. Porque hay quienes no podemos quedarnos en casa. Porque quienes permanecen en su hogar también deben tener contacto con lo externo. Por ejemplo, para comprar víveres, para ir al banco, para esto y aquello indispensable. Menos probabilidades de contagio pero no la anulación plena.

4.- El miedo está en todos lados. Los expertos nos guían con el fundamento de toda prevención: considera a todos potencialmente contagiados y, por ende, contagiosos. Que esa sea la brújula de tus acciones de defensa, de autocuidado. 

De pronto, toda persona cercana se asume potencial fuente de contagio, peligrosa su cercanía, indeseable el contacto, objeto de desconfianza, enemiga involuntaria. Del mismo modo somos percibidos. Gregarios como por naturaleza somos, esos otros que hoy rechazamos nos son necesarios y eventualmente indispensables. He ahí el conflicto, el origen del agobio, la causa del cansancio.

5.- Nunca como ahora, los medios de comunicación tradicionales son factor que alienta a resistir en la fatiga. Hasta el más banal humor de la televisión ayuda. La transmisión de los deportes, el futbol sobre todo, desde estadios vacíos mitiga, la canción de la radio, la lectura de periódicos contribuyen a aligerar la tensión de la legión de abrumados en que el bicho nos convirtió. De pronto, el paseo en auto sin bajar cristales cobró relevancia. La salida al campo, en solitario o en familia, se volvió ruta de escape momentánea, tiempo valioso. Los libros hallaron más lectores. Así resistimos mejor.

6.- Larga la noche, oscura como fondo sideral. Como fuere, percibo que no estamos tan lejos de la nueva luz matinal. Es tiempo de resistir. Está más cerca el día en que retornemos sin miedo a los parques, a la escuela, a las canchas, a las oficinas, al transporte colectivo, al saludo de mano, al beso, al abrazo, al amor sin cortapisas. 

Imaginar la inminencia de ese tiempo nuevo nos ayuda a resistir como aguanta el caminante la jornada larga porque sabe que el destino de su viaje está más cerca. Y por eso, cuida cada paso, evita el peligro, se protege sin dejar de andar. 

Andantes de este sendero en que fuimos obligados a marchar, podemos resistir el último tramo. En tanto el día bueno que esperamos llega, hablemos, escribamos, cantemos, recemos, riamos, amemos, trabajemos, imaginemos, cuidémonos. Tenemos futuro.


MAR DE FONDO


** “¿Surgió de bajo tierra?/ ¿Se desprendió del cielo?/ Estaba entre los ruidos,/ herido,/

malherido,/ inmóvil,/ en silencio,/ hincado ante la tarde,/ ante lo inevitable,/ las venas adheridas/ al espanto,/ al asfalto,/ con sus crenchas caídas,/ con sus ojos de santo,/ todo, todo desnudo,/ casi azul, de tan blanco./ Hablaban de un caballo./ Yo creo que era un ángel”. (Oliverio Girondo, argentino, 1891-1967. Aparición urbana.)