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CARLOS MALDONADO VILLAVERDE

La búsqueda de la felicidad


Jueves 15 de Octubre de 2020 7:06 am


EL 18 de julio de 2008, el país de Bután estrenó una nueva constitución. El rey Ugyen Wangchuck, Druk Gyalpo, dejaba por voluntad propia el poder, convirtiéndose únicamente en Jefe de Estado, y lo entregaba a una democracia parlamentaria, mediante una constitución promulgada en la que la búsqueda de la felicidad era –sin duda– el mandato más importante. Como el Artículo Noveno, inciso 2 indica: “El Estado se esforzará por promover las condiciones que permitan la realización de la felicidad nacional total”.

La Constitución contempla preservar en todo momento hasta el 60 por ciento de la superficie del país como reserva forestal. Nada mal para una Nación que cuenta con 42 por ciento de su superficie integrada a parques nacionales como áreas naturales protegidas. Además, expresamente se compromete a permanecer neutral en carbono, lo que garantiza que las emisiones, menos la superficie forestal equivalga a cero emisiones.

Existe una comisión encargada de medir la Felicidad Nacional Bruta (FNB) que evalúa todas las políticas públicas para determinar si abonan a la felicidad de sus habitantes o no. Este esfuerzo del rey, que ha durado varias décadas antes de disolver la monarquía, se ha convertido en ejemplo a seguir para la OCDE que estableció un “Índice para una Vida Mejor”, así como para que la ONU revise la opción de crear un paradigma de desarrollo sostenible integral a partir de la búsqueda de la felicidad.

Pero, ¿qué es la felicidad? Muchas veces he escuchado que se diga que los mexicanos somos uno de los pueblos más felices del mundo. ¿Es cierto? Creo que no. Puede que haya sido cierto en el bucólico ambiente de los años 30 ó 40 del siglo pasado, cuando el campo era el epicentro de la productividad nacional. La industrialización derivada de las necesidades de la Segunda Guerra Mundial y el consecuente cambio de una sociedad rural a una sociedad urbana, escolarizada y con amplísimas ambiciones materiales devino en un cambio de percepción de la vida y ésta en una pérdida neta de la felicidad.

El tejido social en el ámbito rural es sólido y cobija a la persona, asignándole obligaciones, pero también derechos. El tejido social, mucho más laxo en el espacio urbano, dificulta la integración, la exigencia de los derechos propios y facilita el escamoteo de las obligaciones. En este caso, el crecimiento mata el compromiso. La sociedad urbana actúa a la defensiva, en tanto que las comunidades de menor tamaño establecen la dinámica social de tal modo que cada pieza va quedando en su espacio y con sus propias funciones.

Colima ya ha saltado desde hace varios años del ámbito de ser comunidad al comportamiento citadino, con todos los defectos que esto conlleva. Cuando el vecino tenía nombre y era conocido (y reconocido) por la comunidad, resultaba impensable que no barriera su calle cada mañana. Hoy, es lo de menos dejar las hojas de los árboles tiradas y hasta tirar basura desde los carros, como si la calle fuera un enorme basurero.

Han aparecido los limosneros profesionales, así como los ladrones de automóviles, de casas y negocios. La extorsión se dice que aún no es una constante, pero estamos en riesgo, así como existe el riesgo latente de secuestro… todo ello inimaginable en una comunidad a la que llegué hace 42 años, donde las puertas de las casas permanecían abiertas todo el día y las ventanillas de los automóviles solamente se subían en tiempo de lluvias, pues era mejor dejarlos abiertos para evitar que se calentaran.

La felicidad nacía de la seguridad, de la responsabilidad, de la colaboración y del civismo. Antes, verdaderos o comprados, los gobernantes nos presumían los primeros lugares que nuestra ciudad y nuestro estado recibían como reconocimiento. Hoy, busqué “Colima, primer lugar” en Google y encontré: “robo a casa habitación” (Meganoticias, 21-09-2020); “ocupación hospitalaria” (El Comentario, 7-09-2020); “en homicidios dolosos” (Diario de Colima, 25-04-2020); “obesidad de jóvenes” (Estación Pacífico, 9-12-2019). En la búsqueda de la felicidad, nuestra brújula está totalmente descompuesta.


carlos.maldonado.v@hotmail.com