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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Mala leche


Viernes 16 de Octubre de 2020 7:21 am


1.- Un grupo de marcas de queso procesado saldrán del mercado por determinación de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris). Contienen menos leche de la que las etiquetas del empaque indican. También serán retirados de los anaqueles yogures de supuestos beneficios al aparato digestivo que, dice la Cofepris, no son tales. 

¿Hemos de inferir, por tanto, que el resto de marcas sí cumplen los requisitos de la Norma Oficial Mexicana? Eso todavía está por verse. Lo cierto es que los lácteos industrializados consumidos masivamente en México están lejos de la calidad alimenticia que se les supone.

Por lo pronto, dice la Profeco que varias marcas ya subsanaron las fallas, sobre todo de etiquetado. Nada sobre el contenido.

2.- Un cierto día de hace décadas, la autoridad sanitaria aseguró que consumir leche bronca significaba riesgo de enfermar, sobre todo de tuberculosis y otros males transmitidos por el líquido proveniente de vacas enfermas. Eran los tiempos de las vacunaciones intensas del ganado organizadas por el gobierno y los ganaderos. 

También eran días de vender la leche directamente de los ranchos a los consumidores. Había expendios a donde el lácteo se llevaba temprano (la ordeña comenzaba antes del alba) y la gente acudía a comprarlo llevando recipientes diversos. Tanto estaba arraigada esa práctica que había botes lecheros, es decir, fabricados especialmente para ese fin. La tapa entraba casi a fuerza. En los expendios se colocaba temprano en la fachada una bandera blanca transversal. Cuando se agotaba la leche, la bandera se retiraba. 

Había otra forma de venderla. Los rancheros recorrían las calles, siempre la misma ruta, de domingo a domingo, en camioneta donde cargaban las cántaras y se vendía por litros directamente a la puerta de los clientes. De ahí viene la expresión “leche litreada”. En las casas, se colaba y hervía en previsión sanitaria. Aquel procedimiento dejaba una nata exquisita que se comía con sal en tortilla o en bolillo con azúcar, según el gusto. Se destinaba a la elaboración de panes caseros y platillos varios.

3.- Llegó el tiempo en que la autoridad sanitaria prohibió la venta de “leche litreada” en aras de la sanidad. Entró al quite la leche embotellada, purificada –aseguraban– en un proceso industrial. A los envases de vidrio retornables se les encontró el inconveniente de la dudosa esterilización para reusarlos. Apareció el tetrapak, nombre del contenedor de cartón internamente forrado de una delgada película de aluminio. Por supuesto, se abrieron paso las botellas de plástico desechables. Desde entonces, el país consume leche procesada industrialmente decenas de millones de litros al día. Desgrasada, semidescremada, baja en grasas, deslactosada, light o entera, la oferta nos hizo emigrar a un consumo de estilo estadounidense, como en muchos otros giros. Nos privaron de consumir leche bronca de vacas de libre pastoreo, la mejor posible, más nutritiva y sana.

4.- La perversa imaginación de Raúl Salinas de Gortari, cuando su hermano Carlos era Presidente, lo condujo a los negocios turbios. Por medio de Liconsa, procesadora y empacadora de la Conasupo, ofreció leche a bajo precio. Hasta en bolsas de nylon se llevó al mercado. El negocio de Salinas consistía en importar leche en polvo para rehidratarla en México. Se llegó al colmo de comprar leche rusa contaminada con radiación de Chernobyl, después de que la planta nuclear estalló. 

En tanto, los ranchos de ganado lechero comenzaron a colapsar. Dejaron de ser negocio, pues el precio pagado por Liconsa era menor al costo de producción. Volver a crear un rancho lechero costaba años y mucho dinero. Algo similar sucedió con la ganadería de carne. Por eso, todavía aún hoy dependemos de la leche y la carne importadas. Y, claro, por eso los quesos, los yogures y la leche son de baja calidad nutritiva y de elevado precio.

5.- La solución es volver al consumo de leche bronca hervida. Alentar la producción lechera –e indirectamente la de carne, mediante la engorda de becerros nacidos de vacas lecheras, ingreso adicional de un rancho– y la venta en lecherías de barrio o “litreada” es aconsejable. Con ese producto se puede elaborar quesos auténticos. Una medida así tendría que complementarse con el registro y control de medidas sanitarias a ganaderos autorizados por la Cofepris. En las ciudades pequeñas y medianas esto es posible. Tal vez no lo sea en las metrópolis.

Sin embargo, México actúa a la contralógica. Al campo se le toma por nidal de votos y a la par se le limitan o cancelan subsidios como en el momento más “neoliberal” del país. Es más conveniente financiar a bajo interés o a tasa cero que regalar el dinero del presupuesto nacional sin ton ni son. No puede esperarse del Gobierno Federal una política de fomento racional. Queda, en cambio, la posibilidad de programas estatales en acuerdo entre autoridades agropecuarias, sanitarias y ganaderos, para que haya suficientes lácteos a precio justo y dejemos de consumir queso, yogur, crema y leche que son un fraude comercial y que volverán al mercado mediante “acuerdo” demagógico con la autoridad federal. Puro espectáculo.


MAR DE FONDO


** “Por fin trajo el verde mayo/ correhuelas y albahacas/ a la entrada de la aldea/ y al umbral de las ventanas./ Al verlo venir se han puesto/ cintas de amor las guitarras,/ celos de amor las clavijas,/ las cuerdas lazos de rabia,/ y relinchan impacientes/ por salir de serenata./ En los templados establos/ donde el amor huele a paja,/ a honrado estiércol y a leche,/ hay un estruendo de vacas/ que se enamoran a solas/ y a solas rumian y braman./ La cabra cambia de pelo,/ cambia la oveja de lana,/ cambia de color el lobo/ y de raíces la grama./ Son otras las intenciones/ y son otras las palabras/ en la frente y en la lengua/ de la juventud temprana” (Miguel Hernández, español, 1910-1942. Fragmento de Romancillo de mayo.).