Cargando



Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

De cercanías, encuentros y saludos


Miércoles 21 de Octubre de 2020 7:03 am


1.- Antes del brote pandémico de inseguridad, allá por la década de 1980, la accesibilidad de los personajes públicos era sencilla, mero trámite. México transcurría con sobresaltos y tragedias que daban la impresión de acontecimientos aleatorios en un orden principalmente parejo.

A los guaruras se les veía poco y eran pocos, discretas sombras detrás de un político de alto nivel. Los había sin ostentación. Los vehículos blindados aparecían sólo en las películas. Y en las consejas populares, claro: -¡Fulano anda en coche blindado!- decían sin más prueba que la imaginación o la gana de contar una mentira que los hiciese pasar por bien enterados en el ingenuo mundo provinciano.

Los políticos poderosos se cuidaban bien poco porque no necesitaban cuidarse más. Al presidente Luis Echeverría se le ocurrió inaugurar el año escolar de la UNAM, dos años después de la matanza de estudiantes de 1971. Afrentosa, la visita presidencial movió a repudio. Porros y guardias presidenciales vestidos de civiles fueron insuficientes para contener la indignación de miles de alumnos que se opusieron. Se armó una pedrea y a Echeverría lo descalabró un aleatorio guijarro. Los guaruras dispararon dos veces. Una, al techo del auditorio de Medicina; otra, a la multitud. Hirieron en una pierna a un estudiante. Ciudad Universitaria quedó cercada por granaderos hasta el día siguiente.

2.- Político accesible, entre las figuras de la década de 1970, Jesús Reyes Heroles se labró fama de ideólogo del Estado mexicano y el priismo. Cierta mañana, por casualidad, lo saludé en una plaza pública donde hubo una ceremonia por vaya usted a saber la razón. Un compañero con afanes políticos institucionales propuso acercarse a platicar con el personaje. No tuve inconveniente y lo acompañé. Reyes Heroles, si recuerdo bien, ocupaba en ese momento la presidencia del PRI. Ignoro qué obtuvo mi amigo de aquel apretón de manos.

3.- Sentado en el quicio de una puerta, esperaba yo el camión del servicio público en Guadalajara, donde estudiaba la preparatoria. La calle poco transitada se llenó de ruido intempestivo. Un Mustang nuevo, negro, ostentoso, fue aparcado en el arroyo de la acera de enfrente. Del auto descendió alguien a quien reconocí de inmediato, el futbolista Calderón. Nunca supe si era Nacho, el portero de las Chivas y de la selección nacional, o su hermano Carlos, delantero.

En la cumbre de su popularidad, el futbolista me miró y por un momento sostuvo la mirada hasta marcársele una interrogante en el rostro. Probablemente pensó por qué un adolescente como yo no corría a saludarlo y pedirle un autógrafo. Primero, porque no los he pedido nunca, salvo a Octavio Paz en un libro suyo. Segundo, porque desde niño le voy a Pumas y me habría parecido traición saludar a un jugador emblemático del Guadalajara. Emblemático, digo, porque tiempo después estuve de visita en casa del Nene López Zapiain (qepd), defensa del mismo equipo y alejado del glamour y el dinero grande de su compañero Calderón, el portero.

4.- Con el pintor Vlady (Vladimir Kabilchich, ruso nacionalizado mexicano, hijo de Víctor Serge, secretario particular de Lev Davídovich Trotsky) tuve conversaciones cercanas y prolongadas por afinidad política. 

Invitado a una cena en su honor en Colima, pronto entramos a conversar sobre temas que nos eran comunes. Se prolongó la plática hasta más allá de la medianoche. Volvimos a la plática al día siguiente en el taller de grabado La Parota, de la Secretaría de Cultura, donde él impartía un curso.

También estuve en su casa de Cuernavaca alguna vez, a donde asistí invitado a una reunión clandestina con Ernest Mandel y el comité central de la Liga Comunista Internacionalista, de donde nacería el PRT. Mandel, economista de talla mundial, era frío en el trato, a veces hosco, pero le fluía el conocimiento y explicaba la realidad con sencillez.

Me causó alegría la exposición retrospectiva de la obra y la vida de Vlady que Bellas Artes montó a principios de siglo en su legendario palacio. 

5.- Entrevisté a Fidel Velázquez en el escenario del Teatro Hidalgo minutos antes de comenzar una ceremonia cívica de no recuerdo qué. Dueño de la CTM, figurón de la política capaz de presionar a presidentes de la república, pastor de senadores, terror de gobernadores que se le oponían en sus estados, Fidel era la sencillez con lentes oscuros. Me concedió la entrevista a la mitad del foro. Cuando el maestro de ceremonias anunció el inicio de la ceremonia, el mítico dirigente y yo quedamos al centro del escenario. Como él ni le hizo caso ni se inmutaba, yo tampoco. Unos cinco minutos más estuvimos en esa entrevista atípica.

6.- Caminábamos uno de mis concuños y yo por calles de Ottawa, la capital canadiense. Un hombre alto, solo, bien vestido, se dirigía a pie a cualquier lado sin mayor apuro. Desde la otra acera nos saludó y le contestamos. -¿Sabes quién es?- me preguntó mi concuño. -No-  le respondí. -Es Jean Chrétien, el primer ministro de Canadá-.

7.- La inseguridad, y a veces la petulancia, ha alejado del pueblo a muchas figuras surgidas de la política, las artes y el deporte. Se cuidan más de entrar en contacto con desconocidos. Incluso a los reporteros se les dificulta hoy más que a finales del siglo pasado entrevistar a un personaje por estar rodeado de guaruras. Y porque se asumen por encima del resto de la gente. Ni modo. Con esos bueyes hay que arar.