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Chincoyei El Pozero



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 23 de Octubre de 2020 7:04 am


LLEGÓ a vivir por el barrio de la Aquiles Serdán hace más de cinco décadas, venía con su esposa y dos hijos, si mal no recuerdo se llamaba Fidel, un hijo Federico y el nombre de su esposa y su otro hijo definitivamente ya no lo recuerdo. Vivían entre la casa de Leobarda y la de Mingo Carrillo, un señor que hacía birria de chivo muy sabrosa.

Era una familia muy humilde pero respetable, con nadie tenían problemas, Chincoyei era muy trabajador, alternaba su tiempo en el jornal, es decir, en las tareas del campo y cuando le salía un trabajo propio de su oficio dejaba el jornal para dedicarse los días completos a escarbar pozos y norias, el señor era pozero.

Ese trabajo era muy duro, sobre todo si el terreno era de tepetate. Un día, por situaciones económicas, nos tuvimos que cambiar de casa unos metros adelante de nuestra casa original y por lo tanto mi padre le encargó a Chincoyei que hiciera un pozo para abastecernos de agua. Instalamos el servicio de agua potable, pero era muy deficiente y sobre todo se tenía la costumbre que en toda casa que se preciara de serlo, debería tener un pozo, y en las grandes casonas hasta una noria para que abasteciera.

Se acomodaron en el precio y un día empezó nuestro personaje con pala y pico a excavar junto a una pila grande, según sus conocimientos en ese lugar estaba más “bajita” el agua. No sé cuántos días duró trabajando, pero fueron semanas, primero aventaba con la pala hacia afuera la tierra que sacaba directamente, luego utilizaba una carrucha para sacarla con baldes o botes. Después de varios días le gritó a mi padre para que se asomara a ver la humedad, 8 metros debajo de la superficie. Siguió cavando con las dificultades propias de excavar entre el lodo y el agua cada vez más abundante hasta que el espejo de agua logró una profundidad de más de un metro.

Acto seguido, Chincoyei empezó a ademarlo, o sea, recubrirlo con ladrillo y mezcla para que no se desburrungara. Hasta que por fin nos hizo entrega, orgulloso de su trabajo, recibiendo en pago la cantidad de 300 pesos. Me vino a la mente estos días la imagen de Chincoyei dentro del pozo caliente, sudando a mares, escurriendo y tirando el sudor en la tierra removida, espalda y frente eran un hilo continuo, pero no rajaba con su gorrita guaymeña volteaba hacia arriba con su ojo estrábico, sabía que nos pediría que llenáramos su anforita de agua.

Sólo Dios sabe cómo aguantaba el ritmo desde las 7:00 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde con dos pequeños momentos para almorzar y comer. Chincoyei vivió un tiempo más en el barrio, luego se cambió a la siguiente calle, lo seguí viendo en algunas ocasiones y luego ya no. Últimamente platicaba con Federico, su hijo y amigo de infancia que pasaba en su bicicleta, con su viejo chaleco anaranjado que algún agente vial le regaló, repartiendo las décimas y literatura de la iglesia. Ya tengo 2 ó 3 años que no veo que pase por el barrio.

Recordé a Chincoyei por el suceso de Julio César que se hizo mediático a nivel nacional y que desgraciadamente falleciera dentro de una noria allá por el rumbo de Montitlán. No fueron suficientes los esfuerzos de mucha gente ante un terreno y unas circunstancias muy difíciles. Cinco días duró semienterrado entre la esperanza y la sombra de la muerte. No se pudo, el destino inexorable tiende sus redes y sus límites. Se hizo de todo, tenemos personal experimentado y con los conocimientos suficientes para haber destrabado el siniestro, desgraciadamente no alcanzó el tiempo. La sociedad muestra su gratitud ante el descomunal esfuerzo hecho por las personas que voluntaria y desinteresadamente se conjuntaron para tan noble fin.

Sólo nos queda elevar una oración para el trabajador que finalmente muriera atrapado en una noria y un entorno de humedad y reblandecida tierra. Y un recuerdo para Chincoyei, el pozero de antaño.