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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Se va


Viernes 23 de Octubre de 2020 7:01 am


1.- Ha corrido la versión de que Donald Trump revolverá las aguas postelectorales si pierde la elección. Según datos disponibles de encuestas, el demócrata Jospeh Biden ganará los comicios del 3 de noviembre. 

¿De veras Trump impugnará un resultado que le sea adverso? Probablemente no. Las noticias de que procedería así corresponden a su modo de comportarse. Si alguien entre los poderosos lanza noticias falsas con frecuencia, ese es el presidente de Estados Unidos. Es un bocón acostumbrado a recular a la hora de cumplir amenazas. 

Biden le ha respondido una y otra vez como se contesta a esa clase de falaces: con serenidad. El demócrata es un orador deficiente, político de carisma escaso, y sin embargo ha sido suficiente su personalidad para rebasar, primero, y apabullar, después, a uno acostumbrado a apantallar bobos.

2.- No, no habrá conflicto postelectoral. Sería inconveniente al capital financiero, del que él mismo forma parte. Bravucón, sí, pero no se dará un balazo en el pie. Quizá en los dos meses y medio que le queden en la Casa Blanca intente enturbiar la victoria de Biden, difundir falsedades y escenificar dos o tres berrinches más. Será todo. Si insiste, corre el riesgo de que eventualmente los demócratas busquen razones para procesarlo una vez siendo expresidente.

3.- La casi segura derrota de Trump marcará el principio del fin, al menos por ahora, de los populismos. Sean de derecha, de centro o de izquierda, los populismos encuentran terreno fértil en circunstancias de hartazgo y decepción coyuntural de las sociedades. Cuando la izquierda del Partido del Trabajo brasileño estafó políticamente a los electores, se creó el ambiente propicio a un populista de derecha como Jair Bolsonaro. El propio Trump escaló sobre el descontento por el desempleo en Estados Unidos y el miedo a lo extranjero, que explotó electoralmente el republicano. En México, el hartazgo por la corrupción y la inseguridad prevalecientes y agudizadas en el gobierno de Peña Nieto, desbrozaron la senda al populismo de López Obrador y sus promesas. 

Cuando confluyen descontento y crisis económica, social (la sanitaria actual es una de sus formas) o política, el discurso y la promesa de remedios prenden con facilidad en sociedades necesitadas de ilusión.

4.- Por contraparte, cuando las promesas de buen gobierno que han germinado en la fantasía popular se incumplen, sobreviene la duda, primero, la desilusión y el descontento, después. Eso le ha ocurrido a Trump. Prometió devolverle a Estados Unidos un liderazgo mundial incuestionable y peleó con México, China, Irán, Alemania, Corea y otras naciones. Hoy, su país sigue liderando el mundo, pero con escasa autoridad. Antes fue modelo; hoy se le ve con desconfianza. Trump confrontó internamente a los estadounidenses, desdeñó a las minorías raciales y sembró odios de difícil compostura. Prometió el retorno de las maquiladoras e incumplió. Ni siquiera tuvo capacidad de construir el muro en la frontera con México, que fue parte de su gran discurso.

5.- Los populismos se derrumban al perder credibilidad. Tal pérdida ocurre cuando los gobernados que confiaron en un gobierno de esa naturaleza comienzan a comparar la promesa con los resultados. Los pueblos dan plazos. Una vez cumplidos, no hay prórroga. El ejemplo vivo es Brasil: del populismo de izquierda pasó a uno de derecha. Ambos fracasaron. Bolsonaro vive de tiempo prestado.

6.- Si, como se pronostica, J. Biden gana, México tendrá una tarea ardua para recomponer la relación con Washington. Así como se equivocó Peña Nieto en adosarse a la candidatura de Trump, López Obrador lo imitó incluso con mayor riesgo: que perdiera como parece que ocurrirá. Los demócratas no están precisamente complacidos con el gobierno mexicano.

Por ahora, a Trump y a López Obrador no les queda más que rezar por un milagro. Y la política es ajena a tales maravillas sobrenaturales.


MAR DE FONDO


** “Muchachita de la aldea,/ flor de la villa cercana,/ llevas la noche en los ojos/ y el sol reluce en tu cara./ Yo ayer me encontré contigo/ cuando cruzabas la plaza,/ y vi en tus manos tus senos/ al ofrecerme naranjas./ Te pregunté si eras de alguien,/ tú no me dijiste nada,/ y te besé en los dos ojos/ por si tu boca abrasaba./ -Alas de sombra cruzaron/ sobre tus ojos en agua./ El niño Amor, atrevido,/ oprimía las naranjas-./ -Vente a mi casa, te dije/

porque tus ojos lloraban./ Mi caballo sabe bien/ llevar mujeres al anca./ -La chiquilla de la aldea,/ hecha de sol y naranjas,/ jugando a no despertarme/ me despertó esta mañana-” (Alberto Ángel Montoya, colombiano, 1902-1970. La niña de las naranjas).