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Las flores del Cerro Grande



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 24 de Octubre de 2020 8:06 am


OCTUBRE es un mes de muchas flores. Los altos cerros se transforman en cada estación. Del color casi café que aporta la sequía, pasa al intenso y variado color verde alimentado por las lluvias del verano. Las plantas crecen, se alargan, compiten por el sol y desde lejos pareciera que tienden alfombras que brillan con la luz del sol.

Al entrar el otoño, los cerros nos regalan nuevos paisajes de flores multicolores. Desde las pequeñas chispas hasta los tacotes y flores de muerto. Las paredes de los cerros de pronto aparecen color lila, amarillas, rojas o blancas. Son las flores del Cerro Grande en Colima.

Cada año nos sorprenden y cada año esperamos con ansias ser testigos del cambio del paisaje. Asociados al renacido cerro, aparecen las abejillas llevándose el polen y la miel de las flores. No se dan abasto. Vuelan de flor en flor, de planta en planta para llevar a su colmena el indispensable aporte calórico para su reina.

Bajo el quemante sol y el cielo intensamente azul, la luminosidad del día también cambia. No sólo anochece diferente, sino que los colores del horizonte, de los volcanes, de los cerros, se vuelven suaves y tersos. El volcán de Colima, por ejemplo, desde los 2 mil 300 metros de altura y desde el Cerro Grande, al caer la tarde se ve con tonos rojizos contrastando con los grises del edificio y los azules del cielo.

Las aves de todos colores vuelan desde temprano. Algunas comen insectos que vuelan entre las flores. Van de cerro en cerro hasta que a media mañana sestean y cesan sus cantos. Bajo el sol entonces aparecen las aves carroñeras que habrán de dar cuenta de los restos de aquellos animales que murieron en el combate de la noche anterior.

Y las flores permanecen. Saco mi torta de frijoles refritos repleta de queso y mientras la consumo mordida tras mordida, bajo un encino cuyas hojas se mueven al ritmo que les marca el viento de la montaña, hago un recuento de las flores y cómo las culturas antiguas también las valoraban.

Doy sorbos a mi café. Recuerdo los piropos de enamorados y que algunos les dicen flores. Quizá los piropos son bonitos y por eso dicen le echó las flores. Luego recuerdo las quesadillas de flor de calabaza o los tés de ciertas flores para aliviar los males o preparar en las comidas tradicionales.

Las flores siempre han tenido diversos usos, según los pueblos y sus culturas. A nosotros los urbanos las usamos como regalo, adorno, remedios y alimentos. Hay quienes cometen el insulto de traer flores de rumbos desconocidos para cultivarlas y venderlas, a sabiendas que competirán con las especies locales, no solo en precio, sino en plagas.

Según algunos estudios, el planeta cuenta con unas 250 mil especies de flora que muestran flor. Un 10 por ciento vive en México y la mitad de esas son endémicas.

Las culturas anteriores a la colonia, según investigadores como López Austin y otros, nuestros abuelos prehispánicos dieron muy variados usos a las plantas. Las usaron en la medicina, comidas, eventos sagrados, estimulantes, simbólicos y otros más.

Quizá uno de los más sobresalientes usos de las flores era entregarlas a los dioses, les daban valor simbólico. Hoy, por ejemplo, las llevamos a los templos en ciertos eventos y a los difuntos les damos ciertas especies.

Antes, como hoy lo apreciamos, las paredes de algunas estructuras (pirámides) presentan flores talladas en piedra. En Teotihuacan, las flores de cuatro pétalos aparecen y, dicen los estudiosos, tenían un valor dinástico. También fueron pintadas en murales refiriendo la belleza de la palabra y el canto.

Tenemos raíces culturales. Por eso, subir al Cerro Grande de Colima y deleitarse con sus colores de octubre, ya entrado el otoño es una vivencia sensible, percibir sus aromas y deleitarse con sus colores, es el placer de convivir con la naturaleza. Hay que hacerlo solos, para evitar contagios del coronavirus. La naturaleza y el frío son buenos aliados con la sana distancia.

 

nachomardelarosa@gmail.com